A pesar de que no me canso de afirmar que lo mío no son las películas de terror, sigo yendo a verlas, y creo que ya no le puedo echar la culpa sólo a lo raquítico de la cartelera, así que confieso que por propia voluntad elegí Intrusos como el largometraje a comentar esta semana y estoy feliz con mi selección.
Quizás la falta de mega efectos especiales y CGI que inundan actualmente las producciones fílmicas y la notable ausencia de muertos, descuartizados y de litros y litros de sangre influyeron para que esta producción del director español Juan Carlos Fresnadillo fuera prácticamente ignorada por la audiencia y por los críticos, pero créanme, la experiencia es buena y realmente vale la pena lo que se paga por verla, y eso ya es más de lo que puedo decir de algunas de las favoritas que se han estrenado este año.
Lo que más me gustó de Intrusos es la utilización de los recursos clásicos del género de horror, el uso de juegos de sombras, el apoyo de la música y la explotación de esos miedos que todos tuvimos desde niños y que aún viven escondidos en un rinconcito de nuestro yo interior, como los monstruos debajo de la cama, el extraño en el closet, las noches de tormentas, los ruidos nocturnos, el coco, el hombre del costal, y la lista puede seguir y seguir. Fresnadillo los ataca —utiliza— todos ellos para ir construyendo, desde la primera escena, ese terror que va creciendo desde ser una ligera incomodidad, hasta atenazarnos la garganta, anudarnos el estómago y pegarnos al asiento.
La historia comienza en España con el pequeño Juan y su mamá Luisa, quienes llevan una excelente relación entre ellos y disfrutan especialmente de la hora de acostarse, pues es cuando Juan le cuenta a su mamá ingeniosas historias de terror que él mismo inventa. Un día, Cara Hueca, el monstruo de la historia, se rehúsa a quedarse en el mundo de las fantasías y hace una visita a la casa de Luisa y Juan, en donde ataca tanto a la mamá como al niño. Mientras tanto en Londres Mía, una jovencita de 12 años, encuentra en el hueco de un árbol una antigua caja que contiene un escrito en el que se narra la historia de un terrorífico personaje sin rostro llamado Hollowface, quien surca las calles de la ciudad en la búsqueda de un niño a quién arrebatarle la cara para utilizarla él y poder moverse libremente por el mundo sin ser señalado. La niña queda intrigada con la historia y decide compartírsela a sus compañeros de clases, lo único malo es que el relato no tiene final y la maestra le pide que le escriba uno.
Como se imaginarán, una vez que Hollowface/Cara Hueca ha salido del baúl se niega a volver a él y parece asechar a Mía desde las sombras de su habitación.
La trama transcurre de esta manera durante toda la cinta, brincos entre Madrid y Londres en los que acompañamos a los dos niños en su batalla contra ese monstruo que los visita de noche. La principal diferencia entre ambas historias radica en que mientras la mamá de Juan trata de convencerlo de que el Cara Hueca no existe y busca ayuda con los párrocos de su iglesia; John, el padre de Mía, está convencido de que se trata de un perpetrador nocturno, demasiado real para ser un personaje de la imaginación de una niña, con quién, incluso, se enfrenta a golpes más de una vez para defender a su pequeña.
Este viaje entre las historias —de Mia a Juan, de Cara Hueca a Hollowface— aunado al manejo de luz y sombras alrededor del monstruo y la perpetua duda entre si es real o creado por la fantasía, o tal vez una manifestación de fuerzas oscuras, son suficientes para mantener al público entretenido durante poco más de hora y media. Y aunque es verdad que de pronto hay algunas fallas narrativas y exaspera un poco el no encontrar el hilo conductor entre lo que sucede con Juan y Mía, definitivamente los contras no eclipsan a los pros y la experiencia en su conjunto resulta entretenida.
Mención especial merece la actuación de los jóvenes actores Ella Purnell e Izán Corchero, quienes junto a la sólida interpretación de Clive Owen como John, crean una atmósfera de autenticidad que permite que la película funcione como un thriller de los de a de veras.
En Intrusos no hay sangre ni sustos que provoquen un ataque cardiaco, pero sí contiene la fórmula para crear el miedo que provoca taparnos los ojos, que paraliza y que manda miles de sensaciones escalofriantes a través de la columna vertebral; pero eso está muy bien, porque desde donde yo lo veo, en cuestiones de cintas de horror, generalmente menos es más.
Productor: Enrique López-Lavigne, Belén Atienza y Mercedes Gamero. Director: Juan Carlos Fresnadillo. Guión: Nicolás Casariego y Jaime Marques. Fotografía: Enrique Chediak. Edición: Nacho Ruiz Capillas; Música. Roque Baños. Elenco: Clive Owen, Carice Van Houten, Daniel Brühl, Pilar López de Ayala, Ella Purnell, Kerry Fox e Izán Corchero. Duración: 1 hora 30 minutos.