Definitivamente, nada en este mundo sería lo mismo sin las matemáticas. Lamentablemente, de pequeños, tanto los maestros como la sociedad en general, a veces incluyendo nuestros padres (en mi caso me excluyo con una actuaria y maestra de matemáticas como madre) nos alejan de esta área del conocimiento, sin saber el daño que nos ocasionan.
El avance en las ciencias, cualesquiera que éstas sean, tiene un parteaguas antes y después de la entrada de las matemáticas en ellas. Desde Aristóteles hasta Stephen Hawking reconocen la importancia de éstas para entender el mundo que nos rodea.
Tal vez, nos resulte sencillo relacionar cómo es que la física utiliza las matemáticas para comprender la gravedad, pero en realidad escudriñar las leyes que gobiernan el universo (o multiversos) requiere de verdaderos genios; el hecho de que Newton pudiera deducir la ley de la gravedad requirió muchísimo más que una manzana cayendo de un árbol.
Pero el comportamiento humano, y la vida en sí, distan mucho de tener patrones repetitivos y predecibles; es por ello que, durante mucho tiempo, no se tenían otras herramientas para el conocimiento que la simple observación e inclusive hasta la suposición de cómo podrían suceder las cosas.
Las ciencias sociales lograron el concepto de ciencias cuando lograron incorporar al estudio del comportamiento humano, e inclusive de la economía, a las matemáticas, inicialmente analizándose datos de frecuencia, pero al poco tiempo gracias a Francis Galton (1822-1911) se introducía el concepto de correlación al estudio de los rasgos humanos. Galton dejó que las sutilezas matemáticas fuesen perfeccionadas por el estadístico Karl Pearson (1857-1936).
La correlación busca relacionar dos fenómenos independientes (A y B) y observar si la incidencia de ambos tiene relación ya sea positiva, es decir que cuando uno aumenta, aumenta el otro, y viceversa, o negativas, es decir, cuando A se incrementa B disminuye o a la inversa. Pero, a través de la correlación, no podemos establecer causalidad; es decir, B no es debido a A; simplemente su comportamiento está relacionado, directa o indirectamente. Por ejemplo, si se analiza el número de visitantes que recibe la ciudad de Aguascalientes durante la Feria y los litros de agua que se gastan en la ciudad en la misma época, podremos ver un incremento de ambas cifras, pero no podemos establecer que sean únicamente los visitantes quienes provoquen el mayor gasto de agua; simplemente, debemos recordar que la temperatura ambiental se incrementa y por ello la gente consume más agua para bañarse, lavar, etc., por diversos fenómenos, entre ellos la sed o la evaporación del líquido.
La teoría de las probabilidades tuvo un origen modesto en los juegos de azar, donde los más experimentados trataban de encontrar la manera de poder predecir con mayor precisión el resultado de, por ejemplo, tirar un dado; algunos de ellos, como el caballero de Méré, consultaron a connotados matemáticos de la época como Pascal para que les ayudaran a encontrar dicha herramienta. Por ejemplo, el mismo Pearson tuvo la osadía de aventar 24 mil veces una moneda, obteniendo cara en 12 mil 12 siendo esto tal vez un ejemplo claro de lo que busca la teoría de las probabilidades, en donde un gran número de pruebas pueden acercarnos (nunca asegurarnos) cuál será la probabilidad de que se dé cierto resultado al ver un fenómeno determinado.
Hoy en día, en nuestro país, tratan -en base a los fenómenos ocurridos en elecciones previas- predecir cómo se comportarán las preferencias de los votantes el día de la elección; un fenómeno un tanto desafortunado si tomamos en cuenta que, a lo más, llevamos dos procesos electorales a nivel presidencial en nuestra nueva historia democrática y esto sólo para algunos, pues hay otro segmento de la población que cree que las elecciones no fueron totalmente limpias en los últimos comicios.
Por su parte, la medicina ha hecho gran uso de las matemáticas; muchos consideran que la medicina, más que una ciencia, es la aplicación de muchas ciencias (biología, química, fisiología, física, entre otras) y que, por lo tanto, es una técnica (o arte). Comparto parcialmente esa opinión sin olvidar que, a su vez, la medicina genera sus propios conocimientos, por lo que se convertiría en ciencia. Pero regresemos a las matemáticas, si ésta se ha vuelto una parte fundamental de lo que es una ciencia, al ser la herramienta de comprobación de las hipótesis, el médico no puede ni debe olvidarse de las matemáticas.
Cuando un galeno busca el mejor tratamiento para una determinada enfermedad deberá acudir a estudios cuya base está fundamentada en la estadística, donde se asegura que el fármaco o la técnica a elegir no está debida al azar y/o que la probabilidad de encontrar complicaciones con su uso son bajas. Gracias a la estadística, la medicina dejó de ser un compendio de experiencias y observaciones dando al médico las herramientas para asegurar su decisión en las evidencias (medicina basada en evidencias). Es por ello, con todas estas armas que no podemos creer en remedios que se basan en suposiciones o en simple transmisión de boca en boca, por muchos miles de años que tengan, ya que en infinidad de ocasiones se ha demostrado que en realidad esa técnica milenaria no es efectiva en lo absoluto o, por el contrario, es inclusive perjudicial.
Ojalá fuésemos más matemáticos en todo lo que realizamos, pero para ello requerimos, en primer lugar, maestros preparados desde los niveles más básicos, que logren transmitir a sus alumnos el amor por las matemáticas y no un temor hacia ellas, siendo necesario, por lo tanto, que el maestro disfrute y entienda de los números y no que, como muchos, entre en pánico ante ellos.
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