Padres y educadores se quejan constantemente de no entender cómo es que sus hijos pueden estar haciendo la tarea mientras mensajean, chatean y escuchan su iPod al mismo tiempo, menciona en una entrevista Gary Small, director del Centro de Investigaciones en Memoria y Envejecimiento de la Universidad de California (UCLA) quien contesta: “mi respuesta es que es un mundo diferente el de ahora, tienen que aprender cómo lidiar con la tecnología, la pregunta es ¿cómo nos vamos a adaptar y cómo vamos a mejorar nuestras vidas?”.
El Dr. Small, junto con Gigi Vorgan, es autor de El cerebro digital, un libro que trata de explicar cuáles son los cambios que está sufriendo el cerebro ante la influencia de las nuevas tecnologías y en el que establece las diferencias en la forma de percibir el mundo entre los “nativos digitales” y los “inmigrantes digitales” -términos acuñados por Marc Prensky, ver: http://goo.gl/QeAWP, los primeros son personas menores de 30 años que han crecido con la tecnología y su uso ocupa un lugar central en su desarrollo, mientras que los inmigrantes ya no son jóvenes y han aprendido a adaptarse a un mundo tecnificado-. En una de las tantas entrevistas realizadas a Small se le cuestiona si conseguir con un solo clic la información que requerimos nos hace reflexionar menos, si nos vuelve más impacientes. Dice el neurocientífico: “Creo que sacrificamos la profundidad por la amplitud. Como tendemos a buscar constantemente informaciones en internet, nuestra mente va de un sitio a otro. La tecnología nos incita a seguir siempre adelante, en lugar de hacernos parar para reflexionar. Es posible que esa característica de los medios tecnológicos, si va combinada con la exposición excesiva, nos lleve a un trastorno del déficit de atención e hiperactividad. También puede conducirnos a la adicción tecnológica”.
Entender que los nativos digitales son capaces de leer de otra manera, donde se asume la rapidez, lo inmediato y lo múltiple como características propias de la información, es posible, que ayude a entender qué ocurre en las escuelas y en las calles con movimientos como #YoSoy132.
¿Qué quieren? Simple, lo dice When the music’s over de The Doors: “We want the world and we want it now!”, ¿para qué? No lo sé, la canción no lo dice, creo que ellos tampoco lo saben, pero están en su derecho de exigirlo, tan suyo como nuestro. Mientras los miro pasar por las calles, mientras observo el intercambio de mensajes, sus muros de Facebook, las charlas interminables en el Twitter, el entusiasmo vertido en el sarcasmo, el ingenio de sus imágenes y pancartas, parodias y canciones, más que intentar comprender prefiero escuchar, finalmente es un primer paso hacia el entendimiento, además de una forma sana de evitar la pena ajena, sentimiento tan de nuestros días ante la intención de explicar lo que ocurre aquí y allá afuera.
Escuchar para no caer en el error de etiquetar con el facilón “revoltosos” o “izquierdosos” a los que empuja la simplona geometría política, para no rendir la inteligencia a la fórmula de los “ismos” y más tarde tener que disculparme como Pedro Joaquín Coldwell, presidente del PRI, quien suele comenzar sus entrevistas agradeciendo la oportunidad de “aclarar qué sí dije, qué no dije, o qué quise decir y también qué pudieron haber interpretado ustedes” y hastiado implora: “No quisiera que mi respuesta pudiera descontextualizarse”; para no tener que deslindarme; escuchar para no cometer el mismo error de quien se niega a entender lo que un movimiento apartidista intenta ser y como Paco Ignacio Taibo II en la protesta estudiantil en la Estela de Luz, manotear su derecho a quedarse con el micrófono gritando “no me vas a decir lo que voy a decir” cuando los jóvenes lo increparon por preguntar “¿aquí quién va a votar por Peña Nieto?”
Ni hablar de la pena ajena al leer los diarios locales y su ausencia de compromiso con la función social que los medios tienen, prefiero escuchar para así el día de mañana no tener que justificar cómo se convirtió al periodismo en el sirviente del poder, cuando los columnistas mascota hacen la tarea sucia de escarbar en las referencias familiares y laborales de quienes se manifiestan con el propósito de empequeñecer a los protestantes.
Escuchar atento pues para evitar la tentación de, a bote pronto, encasillar al otro y perder la oportunidad de saber qué piensa y cómo propone llevar a cabo su tarea, también para estar en posibilidad de señalar sus contradicciones y en la medida de mis posibilidades, ensayar a proponer pausas que permitan la profundidad.
Creo que es evidente mi condición de inmigrante digital, sobre todo porque no acabo de convencerme de que ésta sea “la primavera mexicana”, ante la amplitud del entusiasmo me sigo extrañando de la profundidad que da la reflexión serena; más allá de mi falta de fervor, creo sí, que es tiempo de que se acabe la música con que bailaba el pequeño priísta interno que todos llevamos, la astuta y convenenciera vocecita que invariablemente dicta cómo sacar provecho sólo para uno mismo, que se apaguen las luces y comience otra canción, para danzar en el fuego, hasta el final.
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