Sexta aparición de los mexicanos en San Isidro. Ahora un novillero, Sergio Flores, que tampoco ha logrado -ajeno sea a su pulcritud- golpear rotundamente con un triunfo. Esta vez, por la carencia de la argumentación exigida artística y técnica, no por hurto del presidente.
Catálogo de ganado, variado en pintas, juego y tipos dedicó la tercia de dehesas: Fuente Ymbro, Navalrosal y Espartaco, entregando al fin un encierro que promedió, en kilos, más que la media tonelada y que era quizá para mejores resultados generales; empero, sólo el tlaxcalteca evidenció el más alto cuajo taurómaco, cerrando la tarde con momentos excelentes, macizos, templados y decididos que le granjearon que el público, en su ánimo, pidiera un auricular que finalmente no se ordenó.
Así se veía por medio de los cuadros cibernéticos y así le apuntaron al festejo los de gente de toros, que para este diario mandaron su reporte.
Javier Jiménez amenazó detonar con una serie de formidables naturales; sin embargo, en el resto de su quehacer decayó todo. Buen recuerdo firmó.
El tercer alternante personificó el perfil natural que todo novillero debe tener: deseos y no miramientos.
Ahora el dato técnico de la función:
Plaza de toros de Las Ventas de Madrid; 16ª de San Isidro; novillada. Tres cuartos de entrada. Siete novillos se lidiaron, cuatro de Fuente Ymbro, 5º y 6º de Navalrosa y un sobrero 4º bis de Juan Antonio Ruiz, de variada presencia y comportamiento.
Sergio Flores, saludos y palmas tras aviso.
Javier Jiménez, saludos tras aviso y silencio tras aviso.
Fernando Adrián, saludos y silencio.