La austeridad ha sido la vía que Alemania, a través de la Comisión Europea, ha impulsado para que las naciones de la Zona Euro resuelvan los problemas asociados a sus déficits y deudas públicas. El mantra del rigor presupuestal se ha ido imponiendo, paulatinamente, en todos los países, no sólo en los periféricos sino incluso en los del Norte del Viejo Continente. La lógica de esta receta indicaría que, además de lograr sus objetivos intrínsecos, estas medidas generan confianza en los mercados financieros, estimulando las inversiones y consecuentemente el crecimiento y el empleo. Sin embargo, la realidad es que estas metas distan mucho de haber sido alcanzadas. Si bien la severidad de las medidas varía de un caso a otro, sus efectos son muy similares: un panorama económico y social desalentador, inédito en el periodo de la posguerra: ocho países en recesión, desplome de los salarios reales y del consumo, desempleo galopante, desmantelamiento del estado de bienestar y, sobre todo, un aumento de la tensión social que amenaza, como en Grecia, la estabilidad política.
Para un latinoamericano que haya vivido las recurrentes crisis financieras que enfrentó la región en las décadas de los 70-80’s del siglo pasado, este contexto pudiera parecerle un déjà vu; no obstante, a los europeos la situación les resulta desconcertante. Y es que durante las últimas décadas, Europa había vivido un periodo de crecimiento intermitente (con sus propias variantes) que le permitieron ampliar la calidad de vida y el estado de bienestar de su población, creando una sociedad moderna, urbana, volcada al consumo, impulsado en buena parte por el flujo de crédito barato.
Sin embargo, ahora la perspectiva para la mayoría de los europeos ha cambiado radicalmente. La destrucción del empleo en la Zona Euro no tiene precedentes; se estima que, tan sólo en Italia, han cerrado 146,000 empresas durante los últimos tres meses. Quizá la manifestación más dramática de esta crisis es el desempleo que ha provocado la desaceleración económica. La generación mejor preparada en toda la historia del continente enfrenta un futuro incierto, aunque la tasa promedio de paro ronda el 10%; en el caso de los jóvenes menores de 25 años, se ubica por encima del 20% y, en algunos casos particulares como en España y Grecia, rebasa el 50%, según datos de Eurostat y de la OIT. A este escenario, se añade la precariedad de los escasos empleos que son ofertados, con bajos salarios, a tiempo parcial y, en ocasiones, sin la cobertura social respectiva.
La salud pública ha sido uno de los campos fuertemente afectados por las políticas de recortes: despido de médicos, cierre de hospitales, supresión de servicios de urgencia, aumento de las listas de espera para los pacientes, reducción de horario de las consultas y pago de medicamentos que anteriormente eran gratuitos son algunas de las nuevas peculiaridades que afecta a este sector en países como España. Además de un inusual incremento de enfermedades de origen psíquico provocadas por la angustia que genera un futuro incierto; en varios países, se registra un aumento en la tasa de suicidios; tan sólo en Grecia, más de dos mil personas se han quitado la vida durante el último bienio. Italia ha enfrentado, recientemente, una ola de suicidios de pequeños y medianos empresarios que no han podido enfrentar sus adeudos; ha habido casos dramáticos de los cuales la prensa internacional ha hecho eco, como de un empresario que se inmoló frente a una oficina de recaudación de impuestos.
La cultura ha sido otra de las áreas a la que varios gobiernos europeos han impuesto severos recortes, con el fin de sanear sus respectivos presupuestos. Este importante campo para el Viejo Continente, considerando que ha sido cuna de grandes movimientos pictóricos, arquitectónicos y, en general, artísticos, ha afectado no sólo a diversas manifestaciones ya programadas sino también a la conservación y el mantenimiento del extraordinario patrimonio que dispone. Otra esfera castigada ha sido la inversión en la investigación científica y el desarrollo, una de las áreas estratégicas en el actual contexto internacional. La crisis está provocando una auténtica fuga de cerebros, lo cual produce un tremendo retraso, con grandes efectos en el terreno de la competividad de las naciones. Asimismo, la Europa generosa, que durante decenios había contribuido de manera ejemplar a apoyar a los países más pobres a través de la ayuda al desarrollo, se está desdibujando. Este compromiso político y ético de los países avanzados se ha visto desplomar durante el último par de años.
La austeridad ha conducido a algunos países a la asfixia de su economía, convirtiéndose en una auténtica trampa que provoca desequilibrios estructurales, como el del empleo, que demorarán años en ser corregidos. De manera reiterada, el Premio Nobel Paul Krugman lo venía advirtiendo desde hace tiempo: Europa no puede ser sujeta a los severos programas de austeridad por un prolongado periodo sin comprometer la viabilidad de su futuro; los países no podrán hacer frente a los crecientes compromisos financieros derivados de sus deudas soberanas si no se estimula el crecimiento económico; las medidas de ajuste están provocando recesiones cada vez más acentuadas. El informe sobre Trabajo en el Mundo 2012 de la OIT confirma esta apreciación: las políticas de ajuste aplicadas en Europa están afectando al crecimiento y al empleo de los países en el corto plazo, y no se han traducido en una reducción del déficit fiscal.
El propio presidente del Eurogrupo, el Primer Ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker ha advertido a Alemania que se está perdiendo la perspectiva del bien común europeo. El arribo de François Hollande al Palacio del Eliseo representará, sin duda, un contrapeso a la posición de Merkel, que muchos países de la UE esperan permita reequilibre y reoriente las políticas que han puesto a algunas naciones del Viejo Continente al borde de la ingobernabilidad política y la inestabilidad social.
A lo largo de su campaña, Hollande hizo del crecimiento económico su bandera política, reclamo que sorpresivamente retomó la canciller alemana, seguida por el primer ministro italiano Monti y otros líderes europeos. Las políticas de promoción del crecimiento, que hasta hace poco constituían un término tabú en la Eurozona, rápidamente se han convertido en un tema central. Sin embargo, el giro de Alemania respondería también a cálculos políticos: el próximo año, el país celebrará elecciones generales en el contexto de un electorado crecientemente euroescéptico y en el que el partido de la canciller Merkel (la CDU) ha obtenido grandes derrotas en los últimos meses, en especial la del pasado fin de semana en Renania del Norte-Westfalia, el länder más poblado y rico del país. Este giro la congraciaría con el electorado de centro-izquierda. Sin embargo, será hasta el próximo miércoles 23 de mayo cuando tenga lugar en Bruselas la Cumbre Extraordinaria de los 27, cuando se conozca si el término crecimiento tiene el mismo significado en las 23 lenguas oficiales de la Unión Europea o por lo menos en alemán y francés.
Berna, Suiza, mayo de 2012