Cuando se suponían que la nación se encontraba bajo el dominio de los adultos en edad, de las aulas de las instituciones de educación superior empezó a emerger la única realidad que concentra el descontento o el agrado del pueblo por igual: de los ricos y pobres, de los discriminados y los aceptados; todos con historias cercanas sobre las injusticias en este país.
Y así, las que para muchos parecieran repentinas manifestaciones de los jóvenes, no es mas que el inicio de una nueva etapa en la manera en como hacen valer su opinión y sus ideas; de exigir que en lo sucesivo se les hable con la verdad. Sin duda, nos encontramos en una etapa que estuvo contenida por la censura, el autoritarismo y el odio, pero hoy, afortunadamente, vienen caminando jóvenes capaces de derribar las barreras; haciendo de la razón uno de los fundamentos en que se sostienen, y caminando con fuerza para decidir el presente de México.
Su exitosa interacción en las redes sociales, el acceso a un mundo más dinámico y plural; el disponer de caminos más abiertos a la tolerancia, a la inclusión y a la equidad de género, les ha brindado a los jóvenes momentos que bien pueden ser considerados de “oro”, para que cumplan con proyectos de vida un tanto más audaces sean.
El que hoy la juventud reclame sus espacios, increpe a un gobierno, a los partidos y sus candidatos; que exprese por diferentes vías su descontento ante cualquier injusticia social, no quiere decir que estén incursionando en un nuevo movimiento, ni se trata de la gestación de la rebeldía. Se trata del desfogue de la presión que había sido sostenida por décadas.
Desde los sangrientos episodios de la opresión de 1968, la juventud no había atraído con tanto interés la mirada de autoridades y de la sociedad en general. Sólo que en esta ocasión, al menos hasta el momento, no se ha hecho valer la fuerza de las armas ni de los cuerpos policiacos para contener una corriente de si no de ideología común, al menos de inconformidad común.
Quienes han hecho de la represión su más fiel herramienta para contener a quien piensa y opina diferente, se estaría topando contra una barrera infranqueable: la de la libertad. Y cuando esa libertad se fortalece con la solidaridad, como está ocurriendo ahora, se puede hablar del surgimiento de un necesario movimiento que renueve por fin nuestro sistema democrático.
Aquí entonces, las instituciones de educación superior tienen una alta responsabilidad de hacer valer la autonomía plena; de no ceder ni alinearse a instrucciones emitidas desde el poder público, y de sí permitir que los jóvenes se expresen con responsabilidad, haciendo que su voz se escuche.
A las organizaciones estudiantiles les corresponde dejar a un lado intereses de partido, y abanderar sin afanes protagónicos el anhelo que tienen sus comunidades por ser profesionistas comprometidos con el servicio.
Por otro lado, y muy independiente de ello, queda demostrado que los organismos gubernamentales, que en esencia deberían atender las necesidades de la juventud y apoyar sus anhelos, han sido rebasadas, por lo que bien merece replantearse su funcionamiento, así como exhibir sus posibles vínculos con poderes públicos, sin importar cuáles sean.
Las oficinas que manejan las políticas de la juventud deberían entonces abrirse a la participación de los jóvenes, sin atender a creencias y militancias, y ser ellos quienes determinen el rumbo que debe seguirse y los trabajos que deben enfrentase, para que en realidad se tengan, al menos, los resultados deseados. El mismo sentido debería mostrar aquellas leyes que cuentan con programas y proyectos de infraestructura, que trascienden a las generaciones.
No cabe duda de que, después de tomar las calles para denunciar a los medios de comunicación mentirosos, para exigir un voto razonado y reclamar la deshonestidad de los políticos, los partidos tendrán los elementos para ahora sí renovar sus cuadros y sustituir a quienes históricamente se empeñan en los cargos públicos, siendo que no cumplen con el perfil y además fallan en sus deberes y obligaciones.
Por siempre, los discursos oficiales y las generaciones adultas habían exigido a la juventud jugar un papel más protagónico en su desarrollo. Hoy lo tienen, y nos están revelando que el rol que asumen también persigue un liderazgo ideológico, algunas veces con empatía con partidos políticos, pero siempre añadiendo la convicción propia y, por lo tanto, la autenticidad propia.
Es necesario que estos jóvenes constructores del presente y del futuro tengan mayores consideraciones en las políticas públicas, y así, en la edificación de un nuevo escenario para el desarrollo.
Que no nos asuste sus formas de organización. Quienes se preocupan porque los jóvenes hoy alzan la voz, deben reconsiderar sus miedos y entender que lo peor que le puede pasar a México es contar con sociedades pasivas, sobre todo cuando está depositada en ellos la esperanza de un mejor mañana.