No se nace mujer:
se llega ha serlo
– Simone de Beauvoir
El padre de la lingüística, el suizo Saussure, inició su doctrina con una interesante aseveración “el signo es arbitrario”. Y es que, en la antigüedad y antes de Saussure, los filósofos del lenguaje encarnaban una discusión sobre la arbitrariedad o motivación del signo. Desde ese entonces, los sabios se dividieron en esos dos grupos. Los primeros decían que la palabra “mesa” no tenía nada en sí misma que la hiciera llamarse así. Los segundos aseguraban lo contrario. Decían que dentro de la esencia de la mesa había algo que motivaba a los seres humanos a llamarla así.
Muchos siglos después, Saussure, finalmente, acaba con esta discusión de manera tajante. Pero, de alguna manera, la discusión sigue. Hay trabajos de lingüística, de número elevado, que tratan sobre el género gramatical. Algunos aseguran que la lengua es machista, pues fue hecha por machistas. Otros dicen que, en la arbitrariedad del signo, así como nada motiva a que “mesa” se llame “mesa”, de igual manera, nada motiva a que dicha palabra sea de género femenino. Es decir, la mesa, en sí, no tiene una configuración femenina sino que la atribución de géneros gramaticales sólo fue una manera del hombre para nombrar al mundo, para organizarlo y distinguirlo. ¿Y de quién es la culpa? De los romanos.
En latín no sólo había género masculino y femenino, sino que también existía el género neutro. Es decir, un género que no era ni masculino ni femenino. Cuando la lengua vernácula del Imperio empezó a degenerarse, o a reformarse, cómo cada quien quiera verlo, la terminación del neutro (-um) desembocó, por razones anatómicas y propias del sistema fonético del español, en una –o, terminación que se convertiría, ya en el latín hispánico, en marca de género masculino.
¿Y para qué se habla de todo esto? ¿Para qué, después de quince siglos de ya caído el Imperio Romano, tenemos que referirnos a éste para hablar del español del siglo XXI? Porque a la lengua la han injuriado y le han atribuido características que no tiene. La lengua no es machista. Como se dijo anteriormente, la atribución de género gramatical en las lenguas indoeuropeas sólo fue algo epistemológico. Cada vez, crece más el número de gente que asegura, sin tener un título de lingüística en la mano o vastos conocimientos sobre la lengua, que la lengua castellana es machista, que las mujeres no tienen cabida en el sistema lingüístico, etc., etc. Nos encontramos ante una de las falacias más grandes de nuestro tiempo. La lengua no es machista, los hablantes son machistas.
Y es así como caemos en otro problema de la lengua española. La existencia de género femenino donde hay un género neutro latino. No importa que este género ya no exista en el castellano, tenemos que voltearnos hacia él para comprender la verdadera esencia de las palabras. Nombres como praesidens, -tis son sustantivos formados a partir de verbos latinos. Praesidens, pues, se forma a partir del verbo praesidere. Dichas palabras son llamadas participio presente. Así como tenemos un participio pasado (presidido), en latín también había una partícula, de mismo origen, pero en otro tiempo. El famoso praesidens evolucionó al castellano “presidente”. ¿Y de qué género era esta palabra? Sí, la intuición siempre funciona. Era de género neutral, es decir, se podía usar para un referente masculino y femenino. “Presidente” significa aquél que participa en la acción de presidir. La distinción, ya en español, es a partir del artículo, pues en la lengua latina éste no existía. ¿Ahora alguien entiende lo ominoso que resulta que candidatas –sí, mujeres que quieren ocupar un cargo público– masacren la lengua española, y los orígenes de la misma, para crear una palabra tan curiosa como “presidenta”? Y no, no me malinterpreten. No soy un purista de la lengua, pues el español, en sí mismo, nació del cambio, de la evolución, o de la degeneración; nuevamente, el signo es arbitrario y cada quién elige lo que le parezca más correcto. Lo ominoso, aquí, es que la conversión a un género femenino no es convencional. O ¿acaso alguien ha escuchado que se nombre a una cantanta, una amanta, una creyenta, caminanta, traficanta, participanta, contribuyenta, etcétera? “Diferente” también es un participio presente que proviene del latino differens, -tis, sólo que, al pasar al “diferente” hispánico, hubo un cambio de categoría. De nombre pasó a ser adjetivo y adverbio. De todos modos, tiene la misma etimología que “presidenta” así que no puedo esperar los nuevos promocionales de: “¿Cómo se llama esta flamante candidata?… diferenta… Presidenta”. La concordancia también es necesaria en las lenguas romances, y sí, esto también es herencia latina.
¿Cuál es la importancia de praesidens para que ésta sí tenga su igual en ambos géneros? Para mí no deja de ser algo extraño que este nombre, relacionado con la política, tenga su equivalente en ambos géneros gramaticales. Es aberrante que los políticos no sólo quieran adueñarse de lo económico, de la sociedad, de las opiniones públicas, de los cargos y, ahora, de la lengua. La lengua no está al servicio de los políticos. Si no decimos la cantanta, entonces no digamos presidenta.
Esto es sólo una cortina lingüística. Una manera de decir a la sociedad “vean, nosotros apoyamos la equidad de género, nosotros queremos que la mujer tenga un papel en la sociedad”. Nuevamente, estamos ante otra falacia. La lengua es reflejo del mundo. Cuando hay un invento, se le da un nombre. Cuando nace un nuevo alimento, se le da nombre y se le caracteriza. ¿Usted cree que la mujer, en México, ocupa su lugar, que por únicamente ser ciudadana tiene? ¿Usted cree que en nuestro país hay equidad de género y que las prácticas machistas han desaparecido? Yo no. El caso con este cambio de género en nombres es muy especial pues el procedimiento ha ocurrido al revés. Primero, quieren cambiar la lengua para después cambiar la realidad. En vez de tejer cortinas lingüísticas, deberían hacer cambios en la sociedad y promover la igualdad de género. En inglés no existe género gramatical. Lo mismo es para decir “gato” que “gata” (cat). Ellos no se preocuparon, en vano como los mexicanos, con darle el lugar a la “mujer” en la lengua sino que promovieron los derechos de ésta en la sociedad inglesa. El resultado es que Inglaterra fue de lo primeros países en dar el voto a la mujer y, además, en tener a una mujer como Jefe de Estado en los años ochenta (Margaret Thatcher). O los franceses, que ni siquiera tienen un artículo plural femenino y nombres sólo masculinos que se usan para referentes femeninos como écrivain (escritor,a) o professeur (profesor,a) pero sentaron las bases del feminismo, alrededor de la figura de Simone de Beauvoir. Al igual que en dichas sociedades, los mexicanos, en vez de decir que la lengua es machista, deberíamos trabajar en la sociedad y darle a la mujer su lugar en ella y no sólo escondernos tras cortinas lingüísticas innecesarias y ominosas.