Ciudadanía Económica / El Ciudadano Caín - LJA Aguascalientes
21/11/2024

“La paz no es solamente la ausencia de la guerra: mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz”

Rigoberta Menchú


Reflexionando sobre sus causas, a un año de iniciado el movimiento global Indignados (M15), me parece que el relato bíblico de Caín y Abel recrea el origen de la división por egoísmo, avaricia y envidia que ha afectado a las culturas humanas desde casi el origen de los tiempos. Estos tres sentimientos autodestructivos han causado guerras, querellas, pobreza, intolerancia racial, discriminación y enfrentamientos. Al fomentarse, induciendo a unos a considerarse diferentes o superiores a otros, han servido a los más aviesos y oscuros intereses. Estos utilizan a algunos para infundir temor a quienes en realidad son sus iguales, sus hermanos. El arquetipo de la humanidad que encarna Caín, dominado por algo muy superior a sus fuerzas, asesina a su hermano para luego huir y, cegado por aquello, cuyo poder se ve amenazado por la fraternidad, la libertad y la igualdad entre los hombres, continúa infundiendo el temor que divide y – dividida – la sociedad cede ante al poder de la minoría manipuladora.

La sociedad moderna ahora se vale de medios masivos de comunicación, estructuras gubernamentales –nacionales e internacionales-, empresas y grupos financieros para manipular. Los poderes ocultos, tras simulación y mentira, utilizan “Ciudadanos Caín”, que ensoberbecidos unos y enriquecidos otros, se convierten en secuaces, a menudo ignorantes de su papel, que atentan contra el desarrollo y evolución del género humano, al cual también ellos pertenecen.

El actual despertar del ser humano del siglo XXI a una conciencia de integralidad, de la interconexión de todo, desde el equilibrio medioambiental hasta el desarrollo socioeconómico, se manifiesta tanto en las calles de miles de ciudades, como en las redes sociales.

Hay ciudadanos Caín que se rasgan las vestiduras ante expresiones libres de la mayoría y exigen reprimir a quienes se manifiestan y rechazan abiertamente la dictadura del 1%. Su condición de secuaces resulta así evidente, como ha sido el caso, esta semana, de quienes se escandalizaron por el rechazo que los estudiantes de la Universidad Iberoamericana brindaron al candidato de la tecnocracia que se apoderó, contra los principios de ese partido, de la estructura del PRI.

Pero hay ciudadanos Caín más encubiertos. Aquellos que incitan a la anulación del voto o, lo que es peor, la abstención. Bajo el pretexto de que todos los políticos son iguales –lo cual no es cierto si se analiza, más allá del simplismo del color partidista, si están a favor del 1% dominante o del 99% que se encuentran abajo-  se declaran incluso en huelga de políticos para atraer simpatías de entre quienes no comprendieron el porqué de los aparentes ataques en el debate de los candidatos a la presidencia. Con la pluma o el micrófono, detrás de una cámara de televisión, inducen a los más jóvenes a no votar.

El poder que ha estado detrás de la injusticia social, de los enriquecimientos ilícitos, de la represión a campesinos, estudiantes y maestros, de la desaparición de las oportunidades para las empresas locales – micro y pequeñas, la gran mayoría – ahora están poniendo el futuro de nuestros hijos y nietos en peligro. Su discurso parece congruente, pero engaña. Con la soberbia que caracteriza a quienes sin luchar lo han obtenido todo, se dicen ser tan buenos, honestos y trabajadores que, con vivir su vida bajo estos principios, no necesitan de políticos ni de la sociedad. Quienes no vivieron la violencia estructural de un sistema político y socioeconómico depredador, no comprenden por qué es necesaria la reivindicación social. Creen que con sólo trabajar e ignorar la política –que, sin darles parcialmente la razón, consideran sucia- sí pueden ser buenos. Aunque, buenos para nada.


Quienes vivimos la lucha por la apertura, democratización y alternancia –aunque nuestra esperanza fue traicionada durante los últimos doce años- estamos orgullosos de la respuesta social y del empuje que están mostrando las nuevas generaciones en las redes sociales, pero sólo falta que ejerzan ese poder en las urnas. Que sean conscientes que hay ciudadanos Caín que se esfuerzan por evitarlo.

El Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados reveló, a través de una investigación, que el electorado joven, de 23 millones de personas de entre los 18 y 29 años de edad, podría definir la jornada electoral del 1 de julio. Sin embargo, tomando en consideración que en 2006, 29 millones de personas, de las 71 millones en la lista nominal de electores, no acudieron a votar y que el triunfo oficial lo obtuvo quien acumuló el 21% de los votos, la falta de participación nos podría condenar a la más siniestra de las opciones posibles: que esa nefasta pandilla que conjuntó el autoritarismo del pasado, con una tecnocracia deshumanizante, vuelva al poder.

A contrapelo del afán de esa parte de la sociedad que combate la crisis, que cuestiona, protesta, discute y estudia, los ciudadanos Caín operan para hacer prevalecer una sociedad apática, resignada y apocada, a la que no le quede nada mejor que hacer que ver la tele, que sea callada cómplice de sus verdugos. Si algo queremos – quienes en este país nos costó llegar hasta este nivel del inacabado proceso democratizador, en memoria de quienes con dolor y sangre entre el 68 y el 2000 se dieron a la lucha social y los esfuerzos democratizadores – es promover a toda costa el voto libre y consciente de todos, en particular de los jóvenes.

Twitter: @josgutie


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