Considero que las películas que tratan de la vida de algún personaje real no son muy atractivas, que el interés decrece cuando la persona en cuestión está viva aún, y si además ese individuo tiene poco que ver con nuestra realidad directa, ya para qué les cuento. Todo lo anterior es lo que la cinta La dama de hierro tenía en su contra cuando llegó a las salas de nuestro país. ¿Los pros?, la nominación a dos estatuillas Oscar, mismas que se adjudicó con poca competencia: una para Meryl Streep como mejor actriz, y la otra al mejor maquillaje para Mark Coulier and J. Roy Helland.
Para serles sincera a mí me costó mucho trabajo concentrarme en la cinta, así de aburrida es. Las razones son muchas, pero la principal es el ritmo elegido por la directora para contar la historia, –tal vez tenga que ver con su poca experiencia en el séptimo arte o su formación como directora de ópera y teatro. El caso es que aunque por momentos la edición y la música apoyan un poco la trama, lo cierto es que la película nunca termina de levantar.
Lo anterior es punto y aparte de la actuación de Meryl Streep, que para ser honestos está espectacular, hace mucho que no veía a una actriz —o actor para el caso— que se comiera toda la cinta de un bocado. La dama de hierro es la crónica de un Oscar anunciado pues, junto con el maquillaje que ayudó a la protagonista a convertirse en Margaret Tatcher, no existe otra cosa que valga la pena en la hora y media que dura toda la experiencia, con la salvedad quizá del desempeño de Jim Broadbent como Denis Thatcher, ya que él es la compañía perfecta para la Margaret de Streep.
Comenzando en 2008 con una Tatcher anciana y decadente, batallando con la demencia senil, con el dolor de la soledad a cuestas y con la carga de una conciencia no completamente tranquila; nos embarcamos en un viaje que oscila entre el presente y varios episodios de la vida de esta dama desde que era sólo una joven con ambiciones, pasando por su lucha hacia el poder, hasta que la vemos convertida en una mujer soberbia y orgullosa que dirige con puño de acero el destino de uno de los países más poderosos del mundo, pero que pierde poco a poco las lealtades y el respeto de quienes tenían el poder de bajarla de su pedestal.
Margaret Tatcher fue una de las mujeres más influyentes del siglo XX, por eso me molestó sobre manera la aproximación a ella que intentaron la directora Phyllida Lloyd y la guionista Abi Morgan —raro que dos mujeres traten con tan poco respeto a una de las suyas—, la retratan como una mujer que lo arriesgó todo para jugar con los grandes, y que por ello terminó sola, enferma, derrotada y hasta olvidada.
Quizá es sólo esa pequeña feminista que hay en mí la que está siendo hipersensible, pero dudo mucho que si el equipo de producción de esta cinta hubiera abordado la vida de Churchill, Truman o Roosevelt —“hombres poderosos”—, se hubieran concentrado en sus debilidades y en su vida después de su época de oro, lo más seguro sería que hubieran exaltado sus mejores momentos y la película hubiera terminado en un final glorioso.
La dama de hierro sólo vale la pena como una oda al mejor trabajo que ha realizado una de las grandes de Hollywood, pero la mejor opinión siempre será la suya, así que échenle un vistazo y no dejen de compartirme lo que piensan.
Producción: Damian Jones; dirección: Phyllida Lloyd; guión: Abi Morgan; fotografía: Elliot Davis; edición: Justine Wright; música: Thomas Newman; elenco: Meryl Streep, Jim Broadbent, Olivia Colman, Roger Allam, Susan Brown, Nick Dunning, Nicholas Farrell, Alexandra Roach, Harry Lloyd y Anthony Head.