La Yaquesita en Aguascalientes - LJA Aguascalientes
22/11/2024

No es la primera vez que escucho La Yaquesita en Aguascalientes. Siempre acompañada de una marimba. Siempre a temprana hora, antes de las 10 de la mañana. La canción me trae siempre evocaciones, unas veces agradables, en otras momentos tristes; quizás porque mi padre murió en un hospital de Obregón, Sonora, donde lo vi por última vez, y a La Yaquesita, pues obviamente la relaciono con el Valle del Yaqui, una forma de nombrarle, por su geografía, que gana adeptos en Hermosillo.

“Ya me hizo el día con La Yaquesita”; sonrío, y depositó una o dos monedas en una alcancía de mano que me extienden. En verdad que les agradezco la música, aunque íntimamente.
“Ah qué mushasha que va a comprar leshe al VH a las osho”, me digo también íntimamente, mientras camino a cierta oficina de Casa Terán. Y evoco también mis primeras semanas en la Escuela de Letras de la Unison, cuando unos jóvenes veracruzanos, con guitarras y jaranas, gustaban de tocarla en el foro. Eran también los días de La otra campaña precisamente con los yaquis, donde los gobernadores estaban divididos con respecto a la atención o el rechazo al subcomandante; días de fonética y de sintaxis, de Maria Alfonsa preguntándoles a los veracruzanos:

–¿Se saben la del Che Guevara?
–No.

Días en la oficina de Mari Carmen, escuchando La Yaquesita a escondidas en el yutube con la morenaza… “ay mi Yaquesita/ ay mi Yaquesita/ tu tienes un cuerpo hermoso/ que parecé Sirenita…” y yo jugando que si el ay es de reproche y burla, y ella que no mijo, es de dolor; compunción pura.

También evoco a Carlos Silva y sus clases de yaqui los sábados, sus continuas invitaciones a Huirivis a las fiestas; su sonrisa sincerísima frente a unas caguamas de Victoria en el Pluma Blanca, platicándome de su tesis en su época juvenil sobre el discurso en lengua yaqui y de su juramento de bailar pascola en todas sus fiestas, “desde hace 15 años”.

Y volviendo al presente. Cualquiera que desee entrar en una cultura como la yaqui, le sería más fácil contactar a Silva en la Escuela de Letras de la Unison, o en el Pluma Blanca. A más de un antropólogo extranjero le ha sido de vital ayuda, pues el yaqui no suele ser muy “franco” con el investigador, a quien pueden ver como “saqueador cultural”. Puede ser un buen puente; o también Melquíades Bejípone, de Vicam pero “se la vive” en Hermosillo; o a la doctora Lilián Guerrero, de la UNAM, quien coordina una maestría en Lingüística allí en Filológicas.

Y si desean una máscara o alguna artesanía cahita (las culturas cahitas pueden ser tehuecas, mayos o yaquis), pueden ir a San José, Masiaca, municipio de Huatabampo y preguntar por Panchito Gámez, quien vive en una lomita, a la salida de la comunidad –o entrada, pues como dijera Rulfo, depende de si se viene o si se va–. La revista Relatos e Historia de México de este mes de abril trae un artículo de Jesús Flores y Escalante, intitulado Los otros rostros de México (la tradición de las máscaras), donde aparece en fotografía una “máscara de lobo” –que para mí debe ser de coyote– de su autoría.

Queda pendiente un comentario sobre la danza del venado, masso yeye, y su letra en español.



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