El complicado entretejido de los intereses imperantes en la fiesta mexicana, ilegítimos los más, se retrataron nítidamente la tarde de ayer. Todo lo bien que la tercia de la autoridad había estado en los festejos anteriores, ayer se desmoronó. Se evidenció que sólo están como peleles de segundos y hasta terceros personajes, cuando sin carácter y sin ejercer criterio alguno ni el honor propio admitieron ocho ungulados buenos como para estoquearse a puerta cerrada.

En mala hora alguien “seleccionó” en los agostaderos de Begoña una partida de hasta ocho reses para en Aguascalientes y a Plaza Monumental llena, venir a ofrecer el semejante encierro que puso en entredicho el supuesto nivel del coso.
Uno a uno fueron dándole puerta a los bóvidos que medidos en una gráfica lineal habrían registrado puntos tan disparatados, así de altos como de bajos en tipo y mala presencia.
El público, ya no tan mal entendido en asignaturas taurinas, repelió enérgicamente lo que percibió de fraudulento pitando en recios decibeles al segundo al salir, al cuarto al salir y en el arrastre, al quinto al aparecer en el anillo, al sexto que hubo de ser devuelto, y al séptimo y al octavo cuando eran conducidos al desolladero.
Cuando soltaron al segundo del Juli se escuchó en el tendido económico: “¡Ah carajo… están más cuernudos y son más bravos los que echan en los jaripeos!…”
La tercia de actuantes, El Juli (al tercio, pitos y división en el de regalo), Juan Pablo Sánchez (al tercio tras petición y silencio) y Arturo Saldívar (al tercio y silencio tras aiso), realizó el paseíllo entre una algarabía general que paulatinamente se ahogó entre la mansedumbre y nula categoría del ganado.
Formidable facultad de medir la distancia y el son a los bicornes posee El Juli. Lo transparentó primero en una serie primorosa de lances sellados por media aquilatada solo en el cuadro de las bellas artes. Incontestable y untado en las chicuelinas, puerta fueron del trasteo maestro que no necesitó del pretexto de la mansedumbre para dejarlo de concretar, principalmente sobre el flanco diestro. La raya errónea se apareció en un pinchazo antes de la estocada, perdiendo una oreja de alto precio.
Con su segundo, aquel chivato insulso, se manifestó luchón, sin embargo nada le tomaron en cuenta ni le tomarán siempre que lo haga ante el toro apócrifo. Queriéndose congraciar obsequió un octavo, otro ribete sin presencia, soso, débil y corto de embestidas con el que hizo nuevo esfuerzo sin éxito…
Correcta y decorosamente lanceó Juan Pablo al tercero, un bovino tardo que en la muleta si acaso embistió con calidad fue a razón del mando, temple y buen empleo que hizo de ella, entregando una faena emocionante de redaños y plantado en terrenos de alto peligro. Igualmente pincho antes de la estocada ligeramente tendida perdiendo valioso auricular.
Eolo y las embestidas desacompasadas de su segundo impidieron que luciera el toreo de capa; asimismo la abrumadora sosería llenó el redondel, y el bien intencionado esfuerzo del diestro penosamente no encontró eco. El público muy poco le tomó en gracia quizás también por el insignificante torillo al que despachó defectuosa pero eficazmente.
Arturo Saldívar, breve y pulcro se observó en el episodio capotero, como aperitivo de la labor que concretó luego muleta en ambas manos. Gala hizo de su notado sitio; imperiosamente pisó la arena, se clavó cual erguida columna, se la rifó serenamente e inspirado pintó pases lentos, enredándose sobre la cintura a su manso e incierto oponente hasta llegar a levantar de sus asientos al público. Las orejas eran de él, no obstante sus falanges adolecieron de filo, llegando los pinchazos.
Muy por encima igualmente estuvo ante su segundo, un torillo de planta leve resabiado y topetón, en el momento en el que ya la abundante clientela estaba desconcentrada de lo que acontecía en el foro arenoso. Lamentablemente reeditó los desatinos al emplear las espadas.