En nuestro país la política y su práctica han tenido como una característica constante la confrontación y la descalificación; pareciera que es una creencia común que para hacer política es necesario ser estridente, ya que sin ello, la acción política de los ciudadanos no se escucha ni es atendida. Las expresiones de estas formas de acción política llevan a los actores a realizar acciones muy diversas como el cerrar calles, carreteras, puentes internacionales, entradas de edificios públicos, gritar insultos y agredir al gobernante, adversario, etc.
En el estudio de la política consideramos dos paradigmas fundamentales que guían y orientan la acción política: uno es la política como cooperación, competencia y acuerdo, y el otro es la política como confrontación, lucha y desacuerdo.
Ambos tienen efectos distintos en la vida de la sociedad y en su gobierno; no sólo son enfoques de las formas de hacer política sino también criterios que nos ayudan a conocer y comprender a las personas en sus propias formas de hacer y entender la política y, por supuesto, los efectos que propician en la vida del país.
La dificultad para entender y, consecuentemente, utilizar racional y útilmente las acciones violentas de la política, es alta; por un lado, son acciones que no han desaparecido ni desaparecerán, por ejemplo, en los países con un desarrollo político elevado. Por el otro, también es necesario poner sobre la mesa el hecho de que en países con bajo desarrollo político todavía encontramos gobernantes que, efectivamente, ni ven ni escuchan a sus opositores.
Es por ello que el entender las movilizaciones violentas que realizan diversos grupos sociales –por lo general con razones y motivos comprensibles y hasta justificables- se vuelve difícil, y, frecuentemente, nuestros gobernantes no saben cómo manejar esas circunstancias y la tentación de usar el recurso autoritario se vuelve atractiva. Todavía más, cuando tales acciones violentas son realizadas por miembros de la clase política, que, supuestamente, tienen una mayor y mejor preparación para el manejo y la operación política, resulta todavía más difícil su entendimiento y comprensión.
Recientemente hemos observado hechos como el de que los legisladores de oposición no hayan permitido al presidente Vicente Fox, el primero de septiembre de 2006, entrar al salón de sesiones de la cámara de diputados para leer su mensaje con motivo del sexto Informe de Gobierno, o cuando también los legisladores de oposición pretendieron evitar que el presidente Felipe Calderón ingresara al mismo salón para rendir protesta como presidente de la república, o cuando años antes, el movimiento de El Barzón, junto con algunos legisladores, entró al salón con caballos causando destrozos, etc.
Tal vez, las preguntas que nos ayudan al encuadramiento de estas formas políticas podrían ser ¿en cuántas ocasiones suceden estas formas de protesta en unos países y en otros? ¿en cuántas ocasiones los políticos y los grupos sociales tienen que recurrir a estas formas de acción para hacerse escuchar y resolver problemas en unos y otros países? Considero que ahora podríamos distinguir dos escenarios negativos: uno es cuando la clase política no escucha y está aislada de sus gobernados, y el otro, cuando algunos líderes sociales y políticos requieren para su existencia y justificación utilizar estas formas de protesta.
La sorpresa, entonces, es cuando, con una cara afable, el poeta Javier Sicilia abraza y besa a sus interlocutores de la clase política; algunos críticos concluyen que el poeta está desviando el movimiento por la paz, o lo está degenerando, ya que son muestras de afecto a los adversarios que, según estos críticos, por ningún motivo debían darse.
Ahora la pregunta pertinente es ¿estamos en el umbral de un nivel superior de acción política? Esta importancia se desprende de que ha sido el poeta Sicilia el que ha imprimido al doloroso reclamo ciudadano de las víctimas una forma dignificada de protesta que ha atraído la atención del presidente Calderón –quien así lo ha apreciado y expresado- y también de los legisladores federales.
No obstante las palabras fuertes e incómodas expresadas por Sicilia y miembros del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, tanto al presidente Calderón como a los legisladores, en que han expresado su opinión acerca del sentimiento de incomprensión y de atención de los políticos, las formas de relación han sido afectuosas.
Tampoco la suspensión y pausa en el diálogo con los legisladores, originada por la confusión causada por la aprobación que la Comisión de Gobernación realizó en lo general y con la reserva de todos los artículos de la iniciativa de Ley de Seguridad Nacional, ha sido motivo suficiente para utilizar las formas políticas de estridencia y violencia; son encuentros y desencuentros que están sucediendo en nuestro lento proceso político de transformación en que se apuntan diversas novedades, como es ahora, el definir cuánto deben y pueden los ciudadanos intervenir en los procesos legislativos del Congreso, así como cuánto deben escuchar los legisladores a los ciudadanos para, entonces, poder legislar.
En este momento muy particular de relación con los legisladores, es necesario también dejar en claro que son ellos, los legisladores, –aunque todavía no representan del todo los intereses de los ciudadanos y de la sociedad- los que elaborarán el dictamen de la iniciativa, y la aprobarán en el pleno de las cámaras. Los ciudadanos debemos entender esta circunstancia para aceptar la medida de nuestra participación en los procesos legislativos.
Podremos no estar de acuerdo en todo con las propuestas y argumentos del Movimiento por la Paz; sin embargo, la enseñanza que estamos recibiendo es que el uso de las formas de relación política sí pueden ser civilizadas. Por lo que sí es posible que pasemos el umbral y nos ubiquemos en un mejor nivel de entendimiento político en la pluralidad y la diversidad.