Lugar común: el fútbol levanta pasiones y hace a la gente olvidar sus problemas y deposita esperanzas en jugadores y provoca que personas canten y se alegren y beban. Y se repite una y otra vez: ‘ajá, qué bueno que genere todas esas cosas, nada más no se olviden que es sólo un juego’. Entre un aspecto y otro no encuentro por cuál inclinarme. Es verdad que, digamos, puede ser una anestesia del resto de la realidad; pero me resisto a verlo como un encuentro de dos horas y ya está. No. Despierta a la creación. Al menos a mí me funciona como un pre-texto. De una jugada cualquiera puede salir un ensayo; de un resultado, un drama nacional; de un gol, una narración extraordinaria.
Muchos escritores han visto en este deporte un motivo para sentarse, pensar, escribir. ¿Por qué será que no todos gozan de esta característica?
Me parece que hay otras actividades deportivas que se enlazan con la creación de forma inmediata. No hay producción memorable sobre basquetbol, golf, hockey -sólo por mencionar algunos-; en cambio, sí que la hay al respecto del box y el fútbol. El primero ha servido como aliciente para escritores, directores y pintores. El segundo, al parecer, sólo para literatos. ¿Qué hay en ellos que llenan el vacío de una hoja en blanco? Pienso en el sufrimiento, la dificultad, la injusticia, el error; aunque me queda claro que a pesar de que en otros deportes puede ocurrir lo mismo, no creo que se equipare. De otra forma podría nombrar, fácilmente, varios artistas que explotaran esos temas -extraídos de alguno de esos dos deportes- en sus obras. Y, si los hay, deben ser piezas hechas para el olvido. No así en fútbol y box.
El box ha sido un pre-texto, cinematográfico, que nos ha dado Raging Bull, Cinderella Man, Million Dollar Baby. En literatura, Cortázar, Mailer, Bukowski, llegaron a escribir sobre el tema. Acaso la razón del interés por este deporte sea la prisión en que se convierte el cuadrilátero una vez que los dos boxeadores se encuentran ahí en un duelo. La sangre corre, el sudor se derrama, el cansancio se hace evidente. Si a eso sumamos que muchas de las ocasiones los protagonistas de la pelea vienen de una situación económica precaria, se convierte en la historia del ascenso a la gloria a costa del dolor. Tal vez en uno que otro detalle el toreo también sea susceptible de proyectar lo anterior; empero, no soy muy seguidor de la tauromaquia, así que la dejo a un lado.
El fútbol no ha despertado la misma inquietud en el cine; bueno, sí lo ha hecho pero Sylvester Stallone deteniendo un penal de manera inverosímil y festejando su “atajada” como lo haría Rocky, convierten la escena en materia de desperdicio. Gol, con Kuno Becker, tiene el atractivo de no sólo ver las malas actuaciones de Raúl o Beckham, sino también del mexicano. Unos se dispensan porque son sólo jugadores; pero el otro ni jugador ni actor.
No obstante, en la literatura sucede otra cosa. Ahí están Pasolini, Galeano, Villoro, quienes -entre muchos otros- han creado pedazos de textos a partir del balompié. Los autores que han escrito sobre este deporte han hecho desde ensayos hasta poemas. Muchos de ellos memorables.
Con todo, así como he tratado de explicar por qué el fútbol -y de paso el boxeo, o viceversa- despierta tanto entusiasmo; no falta, a su vez, el ejemplo de que, a veces, puede resultar fastidioso. Olvidable. La Copa América ha sido un fracaso por la baja calidad de los juegos. Me atrevo a decir que el mundial femenil -que ganó Japón- fue más entretenido que ver a Messi extrañando Barcelona; o a Brasil, en penales, llevando el balón hacia las gradas. Parece extraño que jugadores de primera línea tengan su verdadero nivel con sus respectivos clubes que con su propia selección.
El trofeo más importante del continente, insisto, ha sido un fracaso en cuanto a calidad (Paraguay ha llegado a la final con la insólita racha de no haber perdido un sólo juego -si así es como se desea ver el logro ya que lo puedo decir de otra forma: no ganaron un sólo partido) y, aún así, podría apostar a que la falta de éxito, el tedio, el aburrimiento, lograrían, en un escritor, un pretexto para ejercitar la pluma. No sé, probablemente hasta una columna podría salir de ahí.