Julieta Lomelí
Sufrir es uno de los grandes padecimientos del hombre contemporáneo. Sufrir por lo que no se tiene es lo más común. O ambición o indiferencia, éstas son las dos formas más comunes de sufrir, la primera se refleja en ansiedad por traer a sí mismo lo que se encuentra ausente, mientras que la segunda es una forma evasiva de pasar por la vida: la mediocridad de la existencia.
Ya sea agobiados por lo que se desea, o carentes de aspiraciones, estos son los padecimientos más comunes de la debilidad actual para afrontar la vida.
Aristóteles pretendería hacer de su ética una estrategia para el buen vivir, la finalidad última del hombre, para el filósofo griego, era la de llegar a ser feliz; tal comunión con la vida no debía ser buscada desde medios externos al individuo, sino inmanentes a él. El cultivo de la virtud y la sabiduría serían las herramientas para llegar a tan bello ideal.
Schopenhauer por su parte, en su obra más taquillera y, supuestamente, de menor rigor académico, Parerga y Paralipomena, pondría un nombre al estudio de la vida feliz, llamándolo llamado eudaimonología y no sólo eso, escribiría una serie de reglas para no padecer tanto los amaneceres e irse a acostar apaciblemente, sin embargo, su sugerencia para lograr la satisfacción resulta un tanto paradójica. Lo que se ha de pretender no es recuperar el paraíso perdido, sino tan sólo tratar de ser lo menos desgraciado posible, evitando los displaceres que parecen provocar los deseos no concedidos.
Schopenhauer parece predicar un tipo de mediocridad existencial, donde se ha de desear no desear, ya que en el caso de tener grandes aspiraciones se podría al mismo tiempo también ser víctima de grandes decepciones. Ser cobardes y no asumir compromisos con otros, es una de las sugerencias implícitas del filósofo alemán, por lo tanto, no es una teoría que podría servirnos de mucho para combatir la tristeza de la vida, sino más bien podría convertirnos en personajes apáticos y renuentes a ella.
Otro filósofo, ahora francés, que por cierto aún vive, Pascal Bruckner, considera que buscar la felicidad como tal parece superficial, ni siquiera podríamos definirla desde un sentido concreto, ésta está enlazada con muchas otras vivencias, sin embargo, lo que sí hay que pretender es realizarse plenamente o al menos tener una apertura ante las circunstancias de la vida, sean éstas frívolas o profundas, grandiosas o pequeñas, lo sustancial de la felicidad es “no buscarla nunca como tal, dejar que siga siendo impredecible (..). Considerarla secundaria siempre y en cualquier parte, porque sólo llega a propósito de otra cosa”.
La felicidad no es un mero concepto, tampoco parte de los grandes sistemas, la felicidad se experimenta, se vive, si no nos damos cuenta de ello y la buscamos en los libros y en grandes hazañas novelescas estaremos perdidos entre edificios teóricos.
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