La falta de la verdad y la aniquilación de la democracia caminan en el mismo rumbo, se convierten en dos indicadores solidarios y afines que los “personajes políticos” utilizan de manera constante para posicionarse o encumbrarse en sitios de su efímero interés personal, en cambio las libertades y los derechos públicos conviven a diario con las mentiras políticas; mientras unas (las primeras) ven disminuido su espectro de influencia, las otras (las mentiras) amplían su capacidad de afectar a las masas.
Creo que es una pregunta que siempre nos hemos hecho, seamos de la clase social que seamos: ¿Por qué mienten los políticos?
También comenzarán a pensar que en este momento estoy a punto de aplicar ese famoso harakiri, algo más o menos como la autodestrucción, sin embargo he de decir, que a diferencia de la famosa “nueva clase de políticos” yo nací ciudadano, me volví estudiante y obtuve mi título como profesionista. Quiero decir que soy una persona común y corriente antes que cualquier aberración que se quiera pensar. Opiniones distintas a esta, son bien recibidas, lo digo de antemano.
Los sociólogos desde hace mucho tiempo tratan de explicar el por qué las mentiras se convierten casi de manera invariable en la constante de la clase política. “Para ser político hay que ser mentirosos y caradura”, dice la gente en casi cualquier lugar donde salga a colación el tema de los partidos políticos, los candidatos y las elecciones. El grado de tolerancia con respecto a la mentira política es un indicador de la pobreza democrática que viven los ciudadanos. Para empezar, la mentira es afirmar algo que sabemos es falso, con la intención de engañar o confundir. Al mentir, el mentiroso acrecienta su propio poder y reduce el de las víctimas.
Michael Lynch, estudioso norteamericano, dice: “creemos que el mentiroso está contando sinceramente su verdad y, al creerle, cedemos parte de nuestra libertad en función de la mentira. Pasamos a estar sometidos a la voluntad del otro.” El problema se presenta cuando, a sabiendas de que nos están mintiendo, aceptamos esas mentiras que nos dicen y las convertimos en verdades, bien sea por miedo, por ignorancia, por comodidad o por cualquier otro motivo.
El verdadero cambio, el regreso del empleo, la seguridad, la calidad de vida, el dinero en los bolsillos, el combate al crimen organizado y un largo etcétera harían de las mentiras políticas un asunto interminable.
Cada año electoral los grandes partidos políticos gastan millones, cientos de millones de pesos para distribuir sus mensajes, sus promesas. Casi siempre acompañados de lemas que rayan en las rimas pegajosas para hacer que su “idea” llegue y se quede en la mente de más y más personas; sin embargo basta recordar que de todas esas promesas, un enorme porcentaje terminan tan sólo como un bonito catálogo (firmado ante notario) de buenas intenciones, pero pocos resultados a favor de quienes votaron por ellos.
Me resulta poco prudente afirmar que todos los políticos son mentirosos, así como decir que tal o cual color ha mentido más que el otro, pero si he notado que durante los últimos años en la constante búsqueda de perpetuar el poder, la mala información y la falta de ella, además de las mentiras (incluso las más descaradas) son parte del orden diario, el pan nuestro de cada día. Ahora resulta que la clase política tipificada como mentirosa, observa indispensable acabar con la verdad y la democracia.
Basta analizar que desde hace años, sea con el “viejo régimen” o con el “cambio verdadero”, toda verdad que no saliera de la boca de un vocero oficial, es una mentira. Y toda mentira que sea dicha por el gobierno debe ser considerada por todos como la más absoluta verdad.
El punto ahora no es saber si mienten o no los políticos y si en algún momento de la vida se podrá recobrar la confianza en ellos, ya que elección tras elección sea numerosa o reducida la participación ciudadana, terminan por entregar el poder a los mismos de siempre; a las mismas personas que representan las mismas ideas; al mensaje de querer cambiar ahora si las cosas, cuando han tenido decenas de años para hacerlo y en realidad no lo han intentado siquiera.
¿Hay una salida a todo esto?, ¿cómo acercar la política al ciudadano?, ¿cómo exorcizar esa impresión de que todos los políticos mienten por igual y por lo tanto es lo mismo votar por unos o por otros, o no votar?
Bien dicen que la confianza no se pide, se gana. Existe un verdadero y muy numeroso grupo de individuos que son eso, personas comunes y corrientes con ideas diferentes y sobre todo con ganas de hacer las cosas. Existe un movimiento ciudadano que busca acercar las decisiones a la gente, la oportunidad de tomar en sus manos su destino y el de este gran país.
Si lo políticos mienten, hay que hacer mas ciudadanía y menos política entonces. La democracia es incompatible con la gran mentira política. El político que miente es enemigo de la democracia, aunque éste haya sido electo democráticamente.
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