Por: Consuelo Meza Márquez
¿Por qué nunca nos dijeron ellas… nuestras abuelas,
nuestras madres, cuáles eran las batallas que habíamos perdido… las batallas que nunca peleamos? Hubiéramos entendido así la totalidad de nuestra derrota y entenderíamos quizá como fue que a través de la religión, la locura y la frigidez lloramos la pérdida.
¿Por qué callaron su esclavitud?
¿Por qué callaron sobre la violencia, el incesto,
la prostitución y su propia falta de placer?
¿Por qué nunca nos hablaron,
nunca nos nombraron nuestras heroínas,
las amazonas… las luchadoras… las valientes?
Phyllis Chesler, Women and Madness
A lo largo de nuestra vida, las mujeres acumulamos heridas en nuestra autoestima originadas en los procesos socializadores que nos construyen como pasivas, dependientes emocionalmente de los otros, subordinadas y carentes de poder. El coartar nuestros deseos de libertad desde niñas, el expropiarnos de nuestro cuerpo, sensualidad y sexualidad, el construirnos como objetos de la acción del “otro” (el varón), el privarnos de nuestra capacidad de raciocinio, y el negarnos la posibilidad de soñar nuestros propios sueños y fantasías va dejando una huella profunda en nuestra autoestima que es necesario resarcir permanentemente. Para ello el lenguaje en femenino y la recuperación de una genealogía femenina de mujeres fuertes, poderosas, mágicas y creativas es sumamente importante. Solamente recreándonos en la imagen de nuestras Evas, las diosas y las brujas estamos en la capacidad de aprender a desafiar y subvertir el orden social androcéntrico que se fundamenta en una ideología de un neutro masculino, general y abarcador de todos los procesos de la humanidad.
¿Pero en donde radica ese gozo de ser mujer? Habría que encontrarlo desde el contacto con nuestra propia piel, construyendo la esfera de la sensualidad como el espacio de resistencia y realizando un recorrido por el mundo con nuestros sentidos abiertos, como antenitas que desde la propia sensibilidad, nos permitieran excavar, buscar en lo profundo donde solo las mujeres podemos hacerlo, en nosotras mismas, recuperando el contacto con nuestro cuerpo y con el mundo, un contacto que desde niñas nos ha sido negado. Se nos enseña a no tocarnos, se enajena nuestro cuerpo y se convierte en territorio tabú y en propiedad del “otro”.
Nuestra experiencia como mujeres es sociológicamente diferente de la del varón. Estas diferencias tienen su base en la capacidad biológica de la mujer de procrear, razón por la cual se nos ha asimilado al ámbito de la naturaleza, reservándonos el espacio de la reproducción de la especie humana, el espacio de lo doméstico, de lo privado, de los afectos y sentimientos. Como contraparte, el espacio del varón es el espacio de afuera, de lo público, de la creación de la cultura, la construcción de las sociedades, la economía y la política.
Las mujeres quedamos al margen del discurso de la historia y la cultura, quedamos diluidas bajo un supuesto concepto que nos abarca a mujeres y varones por igual, el concepto de hombres; y con ello perdimos el contacto con nuestra propia piel, la capacidad de nombrarnos, pensarnos, y definirnos desde nuestros propios términos. El principio que nos rige es la mudez, no hay que preguntar, ni cuestionar sino obedecer. Se nos enseña a vivir en la dependencia amorosa, no hemos aprendido a nutrirnos desde nosotras mismas, ni a buscar el apoyo y fortaleza de nuestras hermanas. Hemos aprendido a vernos desde la mirada masculina y es por eso que de repente nos invade una sensación de inquietud, de tristeza, de esperar o desear más, y no saber lo que representa ese más puesto que todo aquello por lo que somos valoradas positivamente en la sociedad representa la aceptación de nuestra condición de cautiverio. El sentimiento “amoroso” mediatiza una situación que de otra manera sería vivida como violencia: la privación de nuestra libertad.
El gozo de ser mujer pareciera que se nos escapa y para recuperarlo las invito a que desde nuestra propia mirada y cuerpo de mujer hagamos un ejercicio de introspección, el ver hacia adentro de nosotras mismas dejando de lado lo que desde afuera la sociedad y la cultura nos dice que somos. Estamos en la búsqueda del potencial femenino, de su poder nutricio y alimentador, de su poder de creación, concepción y reproducción, y también de recreación de la cultura, la historia y la sociedad. Reclamamos la autoridad de nuestra experiencia y deseamos aprender a confiar en nuestro cuerpo, en nuestras substancias, en nuestros pechos que dan miel, y en nuestra sangre que da vida. Reclamamos, asimismo, una historia propia no al margen de la historia de la humanidad sino invisiblizada por un discurso androcéntrico y patriarcal que obscurece las hazañas femeninas y se apropia del potencial creativo de las mujeres.