Al propio tiempo que hacía la campaña contra la marihuana, William Randolph Hearst acaparaba grandes territorios boscosos y aserraderos en Estados Unidos y en México para proporcionar a DuPont la materia prima necesaria para la producción de papel y toda clase de productos a partir de la celulosa, convirtiéndose no solo en el mayor monopolio informativo y maderero, sino en el primer gran talamontes de la historia en América. Los bosques del continente empezaron a desaparecer.
Con Anslinger en la Oficina Federal de Narcóticos del Tesoro y apoyado por la salvaje campaña periodística de Hearst, la presión fue tan fuerte que la prohibición de la cannabis se elevó incluso a la categoría de tratado internacional.
El siguiente paso consistió en convertir la Marihuana Tax Act estadounidense de una ley para recaudar impuestos, en un eficaz instrumento de represión que dirige no una dependencia sanitaria o policíaca sino el Departamento del Tesoro, con atribuciones especiales que se aplican “no sólo contra las partes psicoactivas del cáñamo, sino contra todo uso de la planta”. “En lo sucesivo, y hasta 1971, todas las decisiones del Congreso sobre estupefacientes se aprobarían por absoluta unanimidad… la circunstancia muestra hasta qué punto cualquier gesto distinto al máximo rigor sería para los diputados y senadores un acto de lesa majestad electoralista y, por tanto, un suicidio político”.
Lo que se pretendía era, precisamente, apoderarse del mercado de los textiles y el papel para sustituir el cáñamo en beneficio de la clase dirigente de los Estados Unidos.
Para efectos de esta serie voy a obviar todo lo que ocurrió después de la Marihuana Tax Act y la política de prohibición de las drogas impuesta por la clase dirigente de Estados Unidos en el mundo, mediante los tratados internacionales para los cuales contó con el servilismo de la Organización de las Naciones Unidas -y por supuesto de la gran mayoría de los gobiernos que la integran- cuya sede incluso mantiene y controla el imperio en su propio territorio.
El narconegocio de la oligarquía se retuerce una vez más
Dijimos que después del próspero negocio del tráfico con el opio chino (y habría que agregar el de la cocaína sudamericana) su uso se popularizó al grado de anunciarse públicamente saturando el comercio en todo el territorio estadounidense; la marihuana se fumaba desde que los ingleses llegaron a Virginia.
Entonces, la clase gobernante pretendió imponer tímidamente un límite a estas dos drogas entre 1912 y 1917; pero cuando la juventud regresó francamente adicta de la Primera Guerra Mundial, estableció la primera gran prohibición radical y puritana al consumo del alcohol en 1919 afectando los intereses mercantiles de la clase dirigente, que se vio sorprendida con la medida sin poder hacer nada de momento para contrarrestarla.
En 1933 terminó la pesadilla sanguinaria provocada por la prohibición; la clase dirigente volvió a hacer negocios con la venta del alcohol como droga permitida y la clase gobernante no quiso saber nada más de supresiones radicales de estupefacientes.
Por eso cuando los eminentes representantes de la clase dirigente DuPont, Mellon y Hearst se propusieron prohibir la marihuana, la clase gobernante se alarmó ordenando estudios que demostraban que la marihuana no provocaba todos los crímenes que le achacaban; sin embargo, no se atrevieron a enfrentar la feroz propaganda mediática y fascista que manipulaba el complejo de superioridad de la población blanca y fueron aplastados.
La intención de DuPont, Mellon y Hearst solo tuvo el propósito de enriquecerse sustituyendo la fibra del cáñamo con los nuevos inventos científicos. Pero como la prohibición de la marihuana estimuló -como siempre- la producción ilegal y el correspondiente mercado negro para vender la droga, surgieron grupos, bandas, mafias, cárteles o como se les quiera llamar, que al monopolizar el ciclo mercantil se enriquecieron y… ¡empezaron a depositar sus enormes ganancias en los bancos! mediante el procedimiento inventado por HSBC en China y bautizado por Lucky Luciano en Estados Unidos como lavado de dinero.
Entonces los grandes capitalistas se dieron cuenta de que estaban siendo los beneficiarios del negocio del tráfico de drogas porque todas las ganancias del narco iban a caer por su propio peso en sus manos a través de sus bancos, al recibir los depósitos del dinero mal habido sin mover un dedo.
Así pues, la clase dirigente global llegó a la conclusión de que el mejor negocio del mundo que es el narcotráfico inventado por la clase dirigente española en el siglo XVI seguía siendo suyo, por medio del bendito “lavado de dinero” inventado por la clase dirigente británica en el siglo XIX y gracias al último invento de la clase gobernante de los Estados Unidos en el sentido de prohibirlo.
(Continuará)
Aguascalientes, México, América Latina