Christopher Marlowe y Wolfang Goethe respectivamente, escribieron sobre el Dr. Fausto, un erudito que, a cambio de mayor conocimiento y poderes mágicos, decidió vender su alma al representante del Mal, Mefistófeles. Un pacto faustiano sirve para ejemplificar cuando una persona claudica su integridad moral para lograr poder y éxito.
Ahora que Muammar Kadafi, ese híbrido de Alfonso Sayas y Porfirio Díaz, ha vuelto a ocupar la atención mundial por su represión contra pueblo libio, también ha renacido el interés por los pactos faustianos que Kadafi ha tenido con Occidente.
Desde su ascenso al poder en 1969, Kadafi guió su política exterior bajo el “socialismo islámico”, una mezcla de las enseñanzas del Islam, el Libro Rojo de Mao Tse-Tung y el Panarabismo de Gamal Abdel Nasser. Para tal efecto, Kadafi cerró las bases militares anglo-americanas y nacionalizó, parcialmente, los activos de las compañías petroleras occidentales en Libia.
En los años 70, Kadafi financió y equipó al Ejército Republicano Irlandés (ERI) para que llevara a cabo una campaña terrorista en el Reino Unido. Las relaciones anglolibias alcanzaron su punto más bajo en abril de 1984, cuando 11 personas fueron heridas por disparos provenientes de la Embajada libia en Londres, en el incidente murió la policía Yvonne Fletcher. Más aún, Libia invadió Chad, pero su incursión fue rechazada gracias a la ayuda de las tropas francesas.
Posteriormente, en diciembre de 1985, terroristas apoyados por Libia causaron 19 muertos y 140 heridos en los aeropuertos de Roma y Viena. Esto motivó el envío de la VI Flota estadounidense al Golfo de Sirte. A continuación Kadafi ordenó el ataque a una discoteca en Berlín, frecuentada por personal militar yanqui. Como represalia, Ronald Reagan, apoyado por Margaret Thatcher, ordenó en abril de 1986 el bombardeo de instalaciones militares en Trípoli y Bengasi, el ataque disuadió, momentáneamente, a Kadafi de apoyar a grupos terroristas en Occidente. Pero el “Perro Rabioso del Medio Oriente”, como lo bautizó Ronald Reagan, pronto se desquitó: en diciembre de 1988 el vuelo 103 de Pan Am fue dinamitado sobre la aldea escocesa de Lockerbie, 259 tripulantes y pasajeros y 11 habitantes de la localidad murieron.
Tras el fin de la Guerra Fría, Kadafi mantuvo un perfil bajo. En 1999, accedió a que el agente libio, Abdelbaset al-Megrahi, fuera juzgado en La Haya por un corte escocesa por el atentado de Lockerbie, la cual lo encontró culpable. Pero la invasión angloamericana de Iraq lo persuadió de tender puentes con sus rivales angloparlantes y en marzo de 2004, el entonces Primer Ministro británico, Tony Blair, lo visitó para concertar el Acuerdo en el desierto, en el cual Kadafi renunció al terrorismo global y a las armas de destrucción masiva a cambio de que las trasnacionales petroleras lo ayudaran a extraer las gigantescas reservas de petróleo ocultas en las arenas del Sahara y que Libia apoyara el combate contra Al-Qaeda.
La rehabilitación de Kadafi prosiguió: en 2006 el dictador libio prometió seguir al pie de la letra los dictados del FMI, y en 2008, la entonces secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, declaró que las relaciones libio-estadounidenses entraban a una “nueva era de cooperación”. Pero lo peor del Pacto Faustiano estaba por venir.
En agosto de 2009, Abdelbaset al –Megrahi, fue liberado de la prisión escocesa en donde se encontraba porque “estaba en fase terminal” debido al cáncer prostático que lo aqueja. El espía fue recibido como un héroe a su regreso a Libia. Después se supo que la compañía petrolera, British Petroleum, cabildeó para lograr la liberación de al-Megrahi porque temía perder lucrativos contratos en Libia. Por si fuera poco, Libia ha invertido fuertemente en Italia, donde se rumora que la compañía FIAT y el club de fútbol, Juventus de Turín, han recibido fuertes inyecciones de efectivo provenientes del país norafricano.
Finalmente, Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, jamás se preocupó por el brutal trato de Kadafi contra los libios, sólo ahora, que el dictador se recluye en su búnker de Trípoli para imitar a Adolf Hitler, se rasga las vestiduras en nombre de los derechos humanos y se prepara para intervenir militarmente, olvidando sus complicidades pasadas con el dictador.