Me he pasado la vida puliendo la madera/
de una silla interior, abandonándome/
al milagro improbable/
de una palabra dócil e indulgente,/
de un pensamiento claro.
Basilio Sánchez
Y bien. Y escribirlo también. Claro, esto partiendo de la premisa de que el español es tu lengua materna. El dominio de la lengua materna en todos sus ámbitos es una condición básica indispensable para el adecuado desarrollo de la inteligencia y por consiguiente con ello tener las competencias intelectuales requeridas para desempeñarse como científico.
Se cuenta con evidencia estadística (1) de que el grado de dominio del lenguaje está asociado al desarrollo de la inteligencia, existe una clara correlación positiva entre la madurez lingüística y la manifestación de habilidades intelectuales. La claridad conceptual requerida para: ponderar la producción científica y tecnológica; interpretar la realidad, sus principales problemas con causas y efectos; compartir propuestas eficaces, eficientes y viables con la comunidad es consecuencia de un trabajo sistemático, ordenado e intencionado para mejorar de manera permanente las competencias del lenguaje.
El lenguaje es un artefacto que por sí mismo constituye un hito de la producción humana y quizá de la evolución de los humanos hacia una raza que se distingue por su racionalidad. Construir los medios que posibilitaran la traducción de la percepción subjetiva en algo susceptible de ser sometido al juicio del otro, desarrollar el vehículo por el cual interpretaciones, emociones y demás fenómenos psicológicos internos del individuo se pueden plasmar de manera inteligible para terceros es una hazaña intelectual que difícilmente encontrará parangón en la historia.
Crear y perfeccionar el lenguaje ha sido un proceso que ha exigido la evolución del cerebro humano y sus capacidades para interactuar con el mundo. El sentar los cimiento del lenguaje implicó desarrollar la capacidad para establecer acuerdos, que dos o más individuos aceptaran que un sonido representaba un objeto, que esos sonidos se significaran con símbolos concretos y que se adoptaran reglas para aprovechar esos símbolos de manera que se pudiera a su vez construir nuevos símbolos que asimilaran una realidad cambiante puso a prueba la capacidad de los individuos de adoptar convenciones y así aprovechar ese sistema de representación de la realidad, aprender a usarlo para sus fines, tanto comunes como particulares.
De manera análoga, llegar a caer en cuenta de la necesidad de usar una expresión humana formalizada para designar un objeto de interés fue un proceso de evolución intelectual. Reconocer que la colaboración entre individuos semejantes se potencializaba al compartir un código de comunicación; percibir que la expresión oral requería trascender la temporalidad humana y traducir los sonidos en grafías demandó una reflexión del valor de los mensajes construidos en la comunidad. Factorizar los sonidos en componentes intercambiables y sistematizar con ello la producción de vocablos demandó un análisis de la composición del incipiente lenguaje y proponer una estructura que facilitara el desarrollo mismo de esa herramienta. Pasar de expresar objetos y situaciones concretas a representar y manifestar ideas abstractas dotó al hombre de un medio para estimular su pensamiento superior.
La ambición humana por encontrar medios que le permitieran expresar mayor diversidad de realidades y afinar la cualidad del lenguaje para producir ideas precisas, exactas, libres de subjetividad le llevó a producir nuevos lenguajes que bajo ciertas condiciones sirvan para construir realidades más semejantes a las que aspira. Con ello surgieron las matemáticas, la música, la danza, los diagramas, la química, el vestuario entre otros muchos. En la poesía se manifiesta de manera excelsa la capacidad humana de producir belleza y compartirla con los semejantes. La posibilidad de producir metáforas que crean noveles universos es un preciado y exclusivo don que vislumbra orígenes divinos.
Es digno de análisis que, pese a las limitantes de los lenguajes, dada su genealogía humana, han sido útiles para descubrir el mundo y su entorno. De conocer bienes de necesidad básica, se pasó a comprender la dinámica de los fenómenos ambientales. La ambición por anticipar aquellos sucesos para elevar la capacidad productiva llevó a elevar la vista por encima de las rodillas y al observar el cielo se percibió la posibilidad de aprehender realidades distantes físicamente. Esta observación y producción de explicaciones del mundo ha sido un proceso de versiones mejorables de manera sucesiva en el que los lenguajes habilitaron la posibilidad de expresar realidades más complejas y la percepción de esas realidades demandó a su vez la evolución de los lenguajes para edificar el andamiaje intelectual humano.
Las personas inician su entrenamiento en su aptitud lingüística desde el momento de nacer. Algunos aseguran que es factible aprovechar incluso parte del periodo de gestación para ese propósito. La infancia es una fase de trabajo intenso para alcanzar un nivel mínimo aceptable, la escuela se vuelve venero de variantes, precisiones, estructuras, incluso de otras lenguas. Alrededor del menor de edad hay una conspiración global para hacerlo un hablante calificado. Sin embargo, en algún punto de este tránsito a la madurez física, el impulso a la madurez intelectual se ve interrumpido. Hay medidas continuas, más o menos sistemáticas para cuidar la salud física, pero se pierde del todo el compromiso con el desarrollo intelectual.
Si promovemos con entusiasmo y simpatía el deporte, la alimentación sana, el cuidado de las condiciones ambientales donde habitamos, deberíamos desplegar un esfuerzo mucho más significativo para consolidar y enriquecer el crecimiento intelectual y para ello el estímulo de las competencias lingüísticas constituye probablemente el alimento básico del intelecto.
Para contar con científicos y tecnólogos nacionales es indispensable que seamos exigentes en la calidad de la educación en el español. Que definamos, instrumentemos y mantengamos campañas de lectura, que estimulemos la discusión inteligente, que superemos la lectura literal y nos habilitemos para asimilar adecuadamente expresiones polisémicas.