No vale nada la vida/
La vida no vale nada/ Comienza siempre llorando/ Y así llorando se acaba/
Por esto es que en este mundo/ La vida no vale nada. José Alfredo Jiménez.
Le invito a visualizarse en un túnel donde ni el espacio ni el tiempo condicionan la existencia. Su ser fluye de manera instantánea a la velocidad del pensamiento. Más impresionante aún, el poder de su mente hace que usted, su identidad, esté en sitios distintos al mismo tiempo, observando el desarrollo de diferentes acontecimientos, pertenecientes a mundos paralelos. Al no tener masa, su conciencia es capaz de captar inteligiblemente la esencia de una cosa, sin tener que pasar por el tránsito de los cinco sentidos neurobiológicos, ascender a una primera generalización de la sensación mediante el sentido común, y luego a una abstracción superior de la materia y de los reflejos bio-somáticos para producir un concepto, éste como producto meta-físico del intelecto espiritual. Proceso que los pensadores clásicos llamaron intelección (del Latín: “intus”/dentro y “legere”/leer), una lectura interna del ser de las cosas. Y, por cierto, nada lejano a la realidad del conocimiento tal como lo usamos.
Solamente concebir esta posibilidad nos pone en el margen de la capacidad de nuestra razón inteligente, algo sumamente maravilloso al interior de un Universo regido por las leyes intraspasables de la gravedad, la energía, la masa, el espacio y el tiempo. Véase a sí mismo como el ser inteligente que es, pero auto-contémplese como el observador del mundo material, fuera de las coordenadas de lugar, sucesión temporal y gravitación universal, que al final son las constructoras de la Historia. Usted es “el observador”, y como tal mediante su pensamiento hace que las cosas aparezcan en la existencia, es decir usted es un auténtico creador. La tentación del sentimiento de soberbia, al saberse co-creador de la realidad universal, lo remonta al nivel divino, comparte con Dios su poder creador.
Verdaderamente es internarse en las maravillosas posibilidades de lo humano, tener la capacidad de internarse en el secreto más íntimo del “misterio”. Definido éste por los etnólogos y los estudiosos de las ciencias religiosas como Mircea Elìade: lo tremendo y fascinante, a la vez. Lo que implica para el hombre experimentar el máximo temor y la irresistible atracción hacia Aquel que Es, a quien los hebreos denominaron Yahweh (=Yo soy el que está siendo). Esta sola posibilidad de trascender la materia y con ella al espacio y al tiempo, hace que la existencia humana tenga el valor supremo de ser respetable, cuidada, protegida, asegurada, promovida a su más alto potencial y desarrollo.
Ahora, desde ese túnel imaginario, con la máxima libertad y autonomía de las fuerzas restringentes de la materia y la energía, desde la luz espiritual de la mente vea el entorno social que lo rodea: acciones irracionales de muerte, sólo por hacerse con algún dinero, posesiones, poder inagotable de consumo, avidez de placer irrestricto, dominio sobre los demás. La aniquilación del otro por sistema, condicionada al egocentrismo personal más impío e idólatra. La violencia del crimen organizado, la peor sinrazón que a mi razón se hace, diría el Quijote; un espectáculo circense cruento, solo que salido a la plaza pública, la plaza de todos los que conviven pacíficamente en sociedad; cuerpos mutilados, decapitaciones que los antepasados de Neanderthal verían con sonrojo y extrañeza, a pesar de la posible brutalidad de sus formas e instrumentos para extinguir la vida de otros enemigos.
El Medio Oriente vive, dicen unos, una crisis de libertad, de liberación de los regímenes dictatoriales instalados en el mundo musulmán; también vemos la barbarie y la sinrazón de resolver los graves problemas políticos, mediante acciones represoras de la peor calaña y aplicando inmisericordemente la aniquilación del adversario, en este caso la población civil inerme o fácil presa de la represión armada de su propios ejércitos. La luz de ese túnel por el que usted observa no es el destello de la paz y del amor divino, enfoca tristemente la masacre del hombre por el hombre, como lapidariamente consagró la expresión latina de Tito Macio Plauto en el siglo II a.C., y posteriormente popularizó el filósofo inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes: “homo, homini lupus”, el hombre es lobo del hombre. Y que se apostilla con gran precisión al pensar que esto sucede: -cuando el hombre desconoce al hombre como su igual.
Comprenderemos, ahora, la suma importancia de que cada uno de nosotros, como seres inteligentes que somos, seamos auténticos “observadores” de los demás y de nuestro mundo. Esta sabia actitud nos conducirá naturalmente a convertirnos en co-creadores de nuestro Universo. Así de corto, así de largo, así de largo, así de profundo.
Esta semana exaltamos los valores cívicos a los que nos convoca, simbólicamente, nuestra Bandera Nacional. Sobresaliendo el de la unión de lo plural y lo diverso, en la unidad armoniosa de los diferentes en las formas, pero esencialmente iguales en el fondo existencial. Nuestro mexicanismo de raigambre popular, nos ha transmitido mensajes de la vivencia cotidiana, en el sentido del dolor, la pena, lo efímero de la vida, lo irrecusable de la muerte: …”no vale nada la vida, la vida no vale nada…”, este nihilismo imbuido en nuestra cultura popular, se exalta en los momentos de altos vuelos etílicos y de conmoción emocional. Pero es absolutamente inaceptable, cuando lo hacen marca y firma, asesinos sin el mínimo sentido de respeto al bien más preciado y trascendental de sus iguales: la vida del hombre o la mujer, a los que vejan y asesinan
El llamado del “Observador” supremo es a no quedar atrapados sin salida en aquel lamento: “comienza siempre llorando y así llorando se acaba”; porque su construcción es la de una vida plena y de duración perenne, precisamente por amor a sus creaturas.