“Mujeres, lo que nos pidan podemos, si no podemos no existe y si no existe lo inventamos por ustedes”
Ricardo Arjona
Como dicen en las redes sociales, hazte fan. Yo soy fan de las mujeres. Tengo admirables ejemplos en la familia y por supuesto aquellos en la sociedad que demuestran por mucho el imprescindible lugar que ocupan.
Delgadillo y Edgar lo resumen así: “…si existiera un Dios, preferiría que fuera mujer, y así hablarle de tú y de ti. Que me aconsejara. Preferiría que fuera mujer y que fuera mi amiga…”, porque si de alguna manera se puede definir el concepto mujer, tendríamos que ampliarlo en términos de su alta capacidad creadora, de su maternidad insustituible, de su espiritual consejería, de su arropo maternal, y así un largo etcétera al que le faltarían hojas y tinta.
En días pasados, haciendo un asunto de diagnóstico con mujeres, una de las preguntas fue sobre el tiempo determinado a algún trabajo formal con pago económico. En una de las reuniones, una señora me preguntó: “¿El trabajo en casa cuenta? Yo dije, no, pero debería”. Y es cierto, una de las labores más complejas, difíciles y arduas es, sin duda, el papel de ser madre de familia. No por lo que implica tenerla ordenada, limpia o lo que sea. Sino porque ahí se encuentra un papel definitivo para la vida social. En la vida familiar es en la que los hijos aprenden lo necesario como primera escuela social. La familia es el pilar de la sociedad, y también la mujer es pilar de la familia. Aunque en ambos padres recae la gran responsabilidad de los hijos, también es cierto que cuando las mujeres tienen el privilegio de estar en su hogar, tienen la gran oportunidad de educar ciudadanos para la vida. Si mi amiga Laura y otras me estuvieran leyendo estarían pensando en que “mi visión machista” limita la capacidad de las mujeres a remitirse a una casa. Tal vez tengan razón, pero sin duda, las mujeres que pueden educar a sus hijos y que no delegan esa labor solamente a la escuela o únicamente a la televisión o a una persona distinta que los cuida mientras ambos padres trabajan, tienen la certidumbre de cómo se están criando esos hijos. Es más, me disculpo primero por la controversia, pero tienen que saber que no sólo lo pienso sino que es evidente: cuando la madre salió de casa para trabajar (por necesidad o autorrealización), fue cuando el declive de la familia comenzó. Fue cuando el declive de la sociedad comenzó. Y no digo que no salga y se quede atorada tras la puerta. Lo que digo es que es necesario encontrar un equilibrio entre la mujer, trabajo y familia. Porque se puede. A mí, por ejemplo, me gusta bañar a los niños, darles de comer y otras actividades que podrían pensarse sólo para ellas. Es una cuestión cultural que incluye a las mujeres, pero precisamente y para su comprensión, necesita de la participación de los hombres.
En días pasados en televisión proyectaron la película La sonrisa de Monalisa, con una de mis actrices favoritas Julia Roberts, donde la trama identifica a una maestra intelectual en una universidad de señoritas en los años 50, en la que retratan a las mujeres sosas que quieren dedicarse a su casa y a otras, como la protagonista Roberts, “intelectuales” y que no perderían su “libertad” en el matrimonio o cuidando hijos. Una de las escenas que me gusta es cuando ciertas alumnas le reprocha a la protagonista con palabras como: “usted piensa que por querer tener hijos y una familia, somos personas más limitadas o tontas, yo no lo creo”. Me gustó porque tiene razón. Apenas esta semana el INEGI en sus primeros resultados del último censo, determinó que a mayores estudios menos hijos tienen las mujeres, y a menor preparación académica, mayor índice de maternidad, en una proporción de 3.1 contra 1.1, respectivamente.
Sin embargo, yo he sido testigo de mujeres con doctorado, que tienen familias poderosas en unidad y en descendencia. Quienes saben lo que significa el privilegio de ser padres—entre los que me cuento—también sabemos que los títulos no sirven de nada si no hay con quién compartirlos, a quién inspirar y por quién ilusionarse, como lo son los hijos para quienes los tenemos y somos felices. Además, como ya mencioné, la educación no está peleada con la vida de familia sino por el contrario, alguien con una visión más amplia del conocimiento, tiene la capacidad de educar mejor.
Mi esposa es una mujer muy preparada, tiene posgrados y hasta dos carreras, y ha encontrado en su vocación de madre, un título que no va a conseguir en ninguna universidad: madre. Una madre contenta y satisfecha, feliz y casada.
Yo admiro por ello a las mujeres. Mi abuela, doña Margarita Rivera Martínez quien apenas falleció este febrero, fue una de las mujeres a las que más he admirado. No llegó más que hasta tercero de primaria y lo repitió dos veces, porque en su rancho no había maestro de cuarto año, pero sabía más de la vida que otros que tienen su doctorado colgado en la oficina. Doña Gloria Rangel, mi madre, es el ejemplo de la vitalidad y el esfuerzo, mujer que sacó adelante a su familia cuando la necesidad de proteger a sus hijos se lo reclamó. Hoy soy solamente un producto de lo que ella con su testimonio me ha dictado.
Sé que sería iluso pensar que a todas las mujeres les ha ido igual de bien que a las que quiero, conozco y admiro. Pero también es iluso pensar que a todas les ha ido mal. A todas esas mujeres que encuentran en la familia un por qué y un cómo, les felicito, y les deseo que todos los días de su vida, sea el Día Internacional de las Mujeres.
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