La cinta Presunto Culpable, ha generado esta semana una gran cantidad de debates, no sólo en torno al defectuoso sistema de justicia penal mexicano, sino que se ha ampliado a diversos temas: el derecho a la personalidad, la censura, el papel de los medios en relación con los jueces, etcétera. Esto es de aplaudirse, pues no hay nada mejor para la formación de una sociedad que la discusión. Lo que se debe de reprobar es el embate mediático parcial, maniqueo y hasta ofensivo que se desató por algunos medios y en las redes sociales, principalmente encabezados o azuzados por el ticher (ticher, no teacher, por aquello de juay de rito) denostando por una presunta censura, sin entrar a o conocer a fondo un argumento sobre la determinación de la Juez de Distrito para suspender la difusión de la película. Conste que no se defiende la censura o difusión de la película, sólo que se debe de debatir el punto desde una perspectiva jurídica y no mediática.
El tema de los inocentes enviados a un proceso injusto, es materia común en el cine y en la literatura. Por los paralelismos con el documental multicitado esta semana, es oportuno traer a colación la película de Alfred Hitchcock Falso Culpable (The Wrong Man, 1957, también llamada El hombre equivocado). Una persona cree identificar en un hombre común y corriente (interpretado por el legendario Henry Fonda) al criminal culpable de varios asaltos en la zona; la policía, con sólo una declaración y una simple descripción física, lo detiene. En la Comisaría otros testigos lo identifican plenamente e incluso es sometido a una confrontación, en la cual los testigos vuelven a señalarlo como el delincuente. Los detectives (agentes ministeriales) lo presionan, acusan, encuentran coincidencias donde no las hay. La cinta muestra al más puro estilo del maestro del suspenso, los dramas que sufre un acusado en todas las etapas del proceso. Durante la investigación: la incertidumbre de ser detenido sin si quiera imaginarlo, la poca delicadeza de los elementos policiales, la presión psicológica para declararse culpable, ser incomunicado, sometido a los lacerantes y exhibicionistas sistemas de registro de reos. Una vez sujeto a juicio surgen de igual forma los avatares contra los que tiene que luchar aquel que debería presumirse inocente: no contar con recursos para la fianza, los agentes falseando su declaración para señalar que el acusado dijo lo que no dijo, la mayoría de sus testigos o coartadas que le permitían demostrar su inocencia han fallecido o desaparecido por el paso del tiempo. Después de preparar su defensa, de trabajar durante horas en el proceso, el juico se anula por errores procesales ante la incrédula mirada del inculpado que no puede creer que será sometido al mismo tormento “Hubiera preferido que me declarasen culpable –le confiesa atribulado a su madre- ¡esto es pasar dos veces por una trituradora!, no basta con una vez, tienen que destrozarme”. Y por supuesto, el proceso penal no termina con una sentencia, las secuelas marcan de por vida al implicado y en la sima de su tragedia, la esposa -que se cree culpable por lo que le sucede al marido- sufre un trastorno mental que la postrará en un manicomio durante años.
Los elementos cinematográficos juegan muy ad-hoc su papel, destaca la cámara que refleja la incertidumbre del acusado. Una excelsa fotografía expresionista, juega con los claroscuros de una cinta a blanco y negro para remarcar momentos clímax, como los interrogatorios. Movimientos rápidos y trastabillantes sobre el protagonista remarcan la desorientación de aquel que se ve en un santiamén detenido, un close up a sus ojos enmarcados en la mirilla de la celda, acentúa su incredulidad.
En el juicio, el acusado se muestra ajeno, el rostro desencajado de Henry Fonda permite al espectador situarse en su papel, deambular por el juzgado, por los entramados del proceso penal, como un testigo externo que ve al sistema judicial como una implacable -en cuanto desinteresada- densa y aburrida máquina de procesar datos, a nadie le importa el caso, el fiscal rellenando espacios del texto de alguna hoja con su lápiz, los jurados platicando entre sí, una de ellos limpiando distraídamente sus gafas. Sobra decir que la escena es totalmente kafkiana.
Como se aprecia, el argumento es sumamente parecido al de Presunto Culpable; y no es para menos, el también director de la clásica Psicosis se basó para hacerla en un hecho real sucedido en 1953. En sí, desde que su padre lo encerrara de niño en una comisaría, el tema del falso culpable fue un cliché que apasionó al director inglés y tópico de varias de sus películas. Dado su conocido terror hacia la policía, el documental mexicano sería para Hitchcock una película de horror.
Presunto Culpable y El hombre equivocado muestran un paralelismo turbador: la realidad hecha ficción y la ficción hecha realidad. Esta paradoja el propio Hitchcock la señala al inicio de su cinta: Anteriormente les he ofrecido muchas películas de suspenso, pero esta vez quiero presentarles un tema distinto. La diferencia consiste que esta se basa en una historia verídica de principio a fin. A pesar de ello contiene hechos más extraños que los de toda la ficción de las emocionantes películas que he realizado hasta hoy.