No encuentro mejor materialización de la frase: “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” que el momento en que alguien intenta brindar alivio con frases hechas, supongo que hay buena fe en quien cuando el otro sufre una desgracia, un robo, una perdida, se le acerca con la intención consolarlo y le suelta un lugar común como: dios sabe por qué pasan las cosas, o peor aún: no hay mal que por bien no venga.
En el primer caso se apuesta a que una fuerza sobrehumana ha concebido un plan maestro en el que incluso el caer de una hoja (o el vuelo de una mariposa, o un tsunami en Hong Kong) tiene sentido, sólo que uno no es capaz de discernir el por qué; el consuelo que se trata de brindar, no es más que un llamamiento a la resignación, se le recuerda al afligido su condición de eslabón último e insignificante en el designio divino, arrumbado al rincón donde no se pregunta, no se cuestiona, no se hace otra cosa más que aguantar estoicamente pues alguien superior tiene un plan que, quizá, si se tiene suficiente fe le será revelado… al final.
Es peor cuando ese consuelo viene envuelto con predicciones de un futuro mejor, porque aparte de señalar la ignorancia del plan maestro (que puede incluir que te asalten, un narco se instale en la puerta de tu casa con su negocio o la muerte de alguien cercano) rebaja a dádiva celestial cualquier logro, es decir, lo que a uno le ocurra “bueno” no será porque se lo merezca, ni resultado de un esfuerzo personal, está ligado a la justificación del mal ocurrido. Lo único que resta es la espera, mientras se vive el dolor de una pérdida, una ausencia o la transición hacia algo mejor, se justifica la inmovilidad, nadie quiere ser objeto de la burla, así que para qué hacer planes si dios se va a reír de ellos.
Sé que estoy exagerando para denostar a dos de las tres virtudes teologales, que Fe y Esperanza son conceptos que se pueden vivir más allá de lo inmediato, en un plano en el que no necesariamente convivan esos valores con el día a día, donde no se enfrenten con la violencia, la pobreza, la desigualdad y la rapiña de nuestros políticos; sé, como me dice la marida, que se me acentúa el ánimo Grinch y me nubla la vista como reacción a lo peor de las fiestas decembrinas, ¿pero quién puede permanecer sereno ante el embate de los villancicos todo el día a todas horas?, ¿quién, además, cuando por el impasse navideño en el que se cobijan los políticos para no informar nada inundan los medios con fotografías que intentan proyectar su bonhomía y de discursos en que se nos pide la mejor actitud para lo que vendrá?
Aunque sólo hayan pasado unos meses, lejos muy lejos están los tiempos en que los medios eran bombardeados con comunicados de prensa y declaraciones en que los aspirantes a diputados, senadores, alcaldes y gobernadores realizaban sesudos análisis sobre la problemática a resolver, hoy son pocos, por no decir ninguno, quienes se animan a proponer, a debatir, con el argumento de las fiestas decembrinas, con el saludo navideño a flor de labios y el mensaje de fin de año a la mano, lo que escuchamos son sólo buenos deseos, muestras de bondad, pero de política nada.
Lo de ahora sólo son mensajes de buena voluntad, comunicados de prensa donde se “informa” que el aspirante que ayer disparaba a mansalva propuestas, una vez alcanzado el puesto, tendrá una agenda privada o, peor aún, imágenes de gobernantes visitando a niños desamparados para regalarles juguetes.
Ayer, cuando querían nuestro voto, intentaban llamar la atención con promesas de cambio. Hoy sólo se nos relata el emocionante y sentimental festejo de la navidad rodeados de los que menos tienen. Abundan las fotos mercenarias que muestran al gobernante abrazando a infantes sin hogar, acompañado por supuesto de algún jerarca eclesiástico, incluso hay quien se atreve a proponerse como ejemplo: el señor político como se llame, en compañía de su esposa (el nombre de la mujer siempre en diminutivo, como para denotar calidez y bondad) entregan juguetes a niños desamparados de la casa hogar equis, acompañados del obispo… Y cierra el comunicado de prensa aprovechando el tono absolutamente informal con un comentario del dirigente de la casa hogar para apuntalar que la actitud de los gobernantes no es una ocurrencia, que siempre han sido la mar de buenas gentes.
¿Importa que el diputado, alcalde o gobernador entregue juguetes a los niños pobres?, ¿es noticia que esos mismos personajes (acompañados de sus parejas) convivan "alegremente" durante las posadas con el “pueblo”? No, definitivamente no. Y no tiene nada que ver con lo que uno cree, si es católico o no, si se tiene buen corazón o no, si se es caritativo o no, se relaciona con la forma en que se ejerce la ciudadanía, con la forma en que se analiza el comportamiento de quienes nos gobiernan. Atrás de cada foto con un niño mugrosito al que se le alegra con un juguete, en el fondo de la imagen del pan compartido con un desamparado, siguen las causas de fondo, la problemática social que no se resuelve con tarjetas de buenos deseos, ni con invitaciones a convivir en paz.
Quien asume plenamente la responsabilidad de gobernar, quien hace política y no mercadotecnia, sabe de lo fugaz que es la impresión que causa una foto familiar alrededor del árbol de navidad, sabe que apenas inicie el año siguiente se tendrán que resolver problemas de presupuesto y priorizar las obras que se van a efectuar, sabe que no se puede demorar tomar postura frente a una propuesta de ley, que la tregua navideña no alcanza para devolver la paz a las calles.
El político que asuma el compromiso de gobernar, no puede escudarse en la petición al ciudadano de fe, esperanza y caridad.
Como discurso de campaña no está mal pedir esperanza y fe, todo está por realizarse, es necesario llegar a puerto para ponerse a trabajar, pero una vez en el gobierno es indispensable aguzar el sentido crítico cuando desde la silla o la curul se nos pide mantener vivo el fuego de que algo mejor vendrá y el voto de confianza en que las promesas han de cumplirse, porque desde que prevalece el ánimo mercadológico a la presentación de proyectos, se hace mal uso de esas palabras para esconder la incapacidad o para escurrir el bulto.
Una vez que los políticos han llegado (con o sin nuestro voto) al puesto que pedían, no se trata de tener esperanza en una promesa, se trata de exigir que muestren los pasos a seguir para que se cumpla aquello que prometieron. No se trata de otorgar la fe a nuestros gobernantes, porque (con o sin nuestro voto) están obligados a demostrar que tienen las aptitudes para cumplir con el encargo. Acerca de la caridad, entendida como valor, en un ejercicio pleno de la ciudadanía implicaría una praxis constante, no una foto para mostrar que se da una limosna. El tiempo de virtudes presumidas no debería durar el corto plazo de los festejos decembrinos ni reducirse a unas cuantas imágenes efectistas.
Regreso al principio: “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”, no se puede bajar la guardia ni dejar de pedir cuentas a quienes están en palacio o en la curul. La navidad y el año nuevo, sus festejo, duran unos cuantos días, después aparece con toda su fuerza, la realidad.
Feliz año a todos los lectores de La Jornada Aguascalientes. n
http://edilbertoaldan.blogspot.com/