Aparte de la incomodidad, equilibrarse en el pasillo cuando el camión embiste un tope mientras que en el costado izquierdo una bolsa busca encarnarse y en el derecho el intento copulatorio de un desconocido, viajar en transporte público obliga a realizar actos en contra de nuestra voluntad, del tipo que no se pueden evitar con un codazo o abstrayéndose mirando un espectacular de algún diputado de la legislatura pasada; se requiere de una voluntad ninja para dejar de escuchar, intentar anular el sonido externo con unos audífonos no siempre da resultados, por más que le suba uno el volumen a la música que uno quiere, antes de quedar sordo, forzosamente se comparte lo que el radio del chofer dispone.
En el mejor de los casos, se viaja con un chofer que escucha cierto tipo de música cuyo mayor mérito es la repetición ad nauseum de un sonidito, rimas facilonas de doble sentido o punchis punchis norteño, en el peor: la radio sintoniza el noticiero (es un decir) de Radio Mexicana, hace unos días tuve la mala suerte de que me tocara vivir el segundo caso. El programa estaba en ese punto en que al locutor le gusta leer las llamadas que recibe con el único pretexto de justificar sus incongruencias. Un radioescucha le reclamaba la entrevista que le concedió Luis Armando Reynoso Femat en sus últimos días como gobernador. A lo que el conductor respondió que no se dejara engañar, que lo importante es que la entrevista se había transmitido por esa estación, que había sido el medio seleccionado para que el jefe del Ejecutivo se despidiera, enseguida presumió que él sí le había preguntado acerca del narco, la inseguridad, las cuentas públicas y todos los temas habidos y por haber. Con la arrogancia que distingue al estafador presumió que por él no había quedado. En un apunte blandengue de crítica (la que permite el fin de un sexenio con los funcionarios que se van) insistió en que si el ahora exgobernador no había contestado, era porque había desaprovechado la oportunidad. Enseguida dio paso a la sección en que hace perder toda dignidad a los radioescuchas con tal de obtener alguna de las cosas que regala. Me bajé del camión y ya no escuché más, dejando a su mala fortuna a los pasajeros que todavía no llegaban a su destino.
Durante la transmisión de la toma de posesión de Carlos Lozano de la Torre, ese mismo conductor aprovechó cada una de sus intervenciones para elevar a héroe al gobernador entrante, lo que es peor, contagió al resto de conductores y se peleaban por enunciar el adjetivo mejor para resaltar las virtudes de quien ocupará el palacio de gobierno los próximos seis años.
El virus del servilismo se esparció rápidamente, basta leer los textos de varios columnistas para descubrir que todo lo que hace el ahora gobernador es brillante, flamante, resplandeciente, distinto, inmejorable
No ha faltado quien en el afán elogioso pone en cuatro patas su pluma para calificar de urgente la intervención de Carlos Lozano en el Congreso estatal y se olvida de la separación de poderes, tampoco el lambiscón que califica de austeridad republicana la falta de imaginación de un decorado, o quien se empina para proclamar que ha llegado el progreso y pone las manos al fuego a que él sí cumplirá, sin importar lo absurdas o imposibles que sean las promesas, sin detenerse a verificar si la realidad permitirá alcanzar esas metas.
Los medios serviles son aquellos que describen minuciosos la belleza de los ropajes que lleva el emperador desnudo. Es simple, el inicio del sexenio siempre es así, es en esta etapa cuando los medios de comunicación olvidan cumplir con una tarea primordial de su función social: aportar e integrar la memoria colectiva.
La actitud servil de los medios no se debe a la reproducción del mensaje oficial, es poco menos que inútil e ignorante exigir a los medios que no transmitan esa información, las oficinas de comunicación social de los gobernantes intentan cumplir con su propósito (sí, desmesuradamente; sí, torpemente) y nadie va a vender pan frío, por eso envían los boletines rimbombantes, por eso engrandecen el acto inútil o llenan de palabrería confusa sus comunicados. Un medio se vuelve despreciable cuando deja de ser testigo crítico, cuando en el recuento diario no abre espacios para la reflexión sobre lo que está informando. Sin memoria no seríamos nada y toda memoria es un acto de crítica. No se justifica abogar a la esperanza del cambio para permitir que los medios únicamente reproduzcan el discurso oficial, porque esa repetición sin sentido lo que consigue es generar un falso héroe.
Cuando el reportero, columnista o locutor simplemente repite, peor aún: cuando elogia desmedido, genera un molde imposible de llenar, aprovecha los pensamientos y actitudes que los ciudadanos creen que debe tener el mejor individuo para gobernarlos, se generan expectativas irrealizables, construye un modelo de conducta que no admite equivocaciones, un modelo de excelencia inalcanzable, un superhéroe, no un ser humano, no un gobernante. Si ese es el panorama actual, es derecho y obligación de los lectores exigir equilibrios, voces críticas, análisis que funcionen como contrapeso, porque sólo así será posible proveer al político del reloj que le impida dejarse arrastrar por el coro que contesta “la que usted diga, señor gobernador” cuando pregunte la hora. Buscar el equilibrio para evitar el engaño es una tarea colectiva y urgente, no hay silencio honorable, ante la construcción de héroe imposible, la ausencia es complicidad.
“No más héroes por favor, el panteón ya se llenó”, dice el coro de una canción de Jaime López, quizá sea buena idea que circule esa frase por las redacciones, seguro llega al gobernador en turno y le sirva para reflexionar porqué su empleado describe fastuoso algo que nadie más ve.
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