La invención del enemigo - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Para ahorrarle tiempo al que busque desacreditar mi opinión, confieso que el levantamiento armado del 1 de enero de 1994 me sorprendió dormido, la celebración de fin de año en la casa materna, el brindis, el baile y el jolgorio me pasaron la factura a una velocidad tremenda, desperté en un sillón tratando de recuperar no sólo la memoria sino algunas partes del cuerpo que pensé había perdido y descubriendo partes de mi anatomía sobre las que la incomodidad echaba luz. Amanecí ya muy entrado el primer día de año frente a la televisión y sin entender porqué me zarandeaban para atender algo que ocurría en Chiapas. Así que mi primera impresión de la rebelión zapatista fue la de alguien que bracea desde la profunda piscina de la cruda en busca de oxigeno.

El desconcierto, la desorientación, el agotamiento físico, el desequilibrio en general, se estableció para siempre en relación con el fenómeno zapatista, confieso pues que nunca acabé de entender. Lo más que pude lograr fue separar la justicia de las demandas del show mediático, marcar una diferencia entre las causas del levantamiento y la absurda apología de los discursos de la dirigencia.

Tantos años después podría recomponer el pasado e inventar la súbita conciencia qué despertó en mí la palabrería del Subcomandante Marcos, vestirme en la corrección política de los fans y mencionar que Durito (o como se llame) está a la altura de personajes como Sancho Panza, o que el Abuelo Antonio (o como se llame) encarna las virtudes de la narración homérica, pero como no me interesa obtener la aprobación de los puros que lloran con la vieja trova cubana y gritan ¡revolución! apenas separando los labios de la ubre gubernamental, tranquilamente puedo afirmar que el encapuchado es un pésimo escritor, sensiblero, maniqueo y dueño de un ego gigantesco que le impide el necesario ejercicio de la corrección de sus escritos.
Sigo con el propósito de ahorrar tiempo: cuando escribo lo que opino no hay nada parecido a un Pepe Grillo que me recuerde mi condición de asalariado clasemediero tirando hacia abajo, tampoco me impone solidaridad alguna con el Movimiento, o la Causa, ni las Fuerzas vivas o el Contingente, el Pueblo o los Oprimidos, así que bien se me puede acusar de redactar sin “conciencia de clase” y, peor aún, de creer en el humor como primera herramienta para entender el mundo, por lo que tiendo a criticar lo que otros rápidamente claman como Manifestación de Resistencia. Prefiero las camareras a los camaradas y los compañeros se quedaron en la lista de la escuela. No sé si eso me hace de derecha, como no creo en la simplificación, me tiene sin cuidado en qué parte del plano obtuso se me coloca. No sé, tampoco me interesa, cómo se llama a quien cree en el ejercicio de la ciudadanía, en el respeto al otro, que es en lo que creo. 
Quizá por lo anterior, suelo de calificar de imbéciles a quienes se alegran de la desgracia ajena cuando le ocurre a alguien que pertenece a la clase política o goza de una posición económica acomodada. Escaso de razón quien festeja, por ejemplo, el secuestro de Diego Fernández de Cevallos, ese al que no le tiembla la mano para decir: se lo merecía, qué bueno, para que aprenda, para que siente lo mismo que nosotros… No se puede permitir la justificación de un acto de violencia como el secuestro con esos alegatos, no se puede hacer a un lado el dolor, coraje, impotencia, el desasosiego de las víctimas de un secuestro, de ninguna manera.
En estos días, sobre el secuestro de Diego Fernández de Cevallos, el grupo de lo secuestro, esos que firman como los “Misteriosos desaparecedores” hizo circular en los medios un comunicado con el título: Epílogo de una desaparición. Más de cinco mil palabras para anunciar su liberación, dividido en tres partes, el texto pergeñado en el más rancio lenguaje de los grupos guerrilleros. De ahí el inicio de este texto, imposible no recordar el 1 de enero de 1994.  No creo, no sé, ni siquiera lo manejo como hipótesis, que quienes secuestraron a Diego Fernández tenga nexos con los zapatistas, lo que llama la atención es la forma en que a través del discurso se inventa un enemigo.
A lo largo de su propaganda, los “Misteriosos desaparecedores” intentan justificar el secuestro a través de dividir entre un “Ellos” y “Nosotros”, los malos y los buenos, los ricos y los oprimidos. Todos somos víctimas, todos hemos sufrido un acto de violencia por la desigualdad, por los desequilibrios económicos, por los políticos, van caracterizando un monstruo gigantesco que es culpable de todo, al que todos podemos señalar para conformar un “Ellos” que tienen que pagar de una vez por todas.
Desde el epígrafe los secuestradores buscan justificar la violencia, su violencia, a través de la cita descontextualizada de Me-Ti. El libro de las mutaciones de Bertolt Brecht y como “Los clásicos no establecieron ningún principio que prohibiera matar” usan ese argumento en un intento por legitimar la violencia, su violencia contra la de un “Ellos” que van construyendo párrafo a párrafo.
Líneas adelante, los secuestradores generan un escenario en el que sus actos se justifican porque  son  las víctimas: “El peligro de muerte que Nosotros vivimos es producto del enfrentamiento de grupos de poder económico que luchan por el poder político. Su manera de actuar dentro del aparato estatal despersonaliza decisiones que repercuten en la vida de personas concretas; la decisión burocrática agranda la distancia entre el funcionario y la gente de a pie, manejando públicamente la ficción de que hacen política con base en el bien común, aunque la comunidad esté excluida, en todos los sentidos, de dicha actividad”.
Al inicio del párrafo anterior escribí los secuestradores, me parece indispensable, porque a medida que uno va leyendo, se omite la acción que genera el comunicado, ellos son los “Misteriosos desaparecedores”, ellos son “víctimas”, son quienes sufren “la violencia destructiva, como la que ejerce el gobierno, sólo concibe destruir sin construir algo superior y distinto que constituya verdaderamente un estado mejor de vida y no sólo para unos pocos. La violencia es constructiva cuando es rebeldía frente a la amenaza de muerte, cuando enfrenta a la muerte personificada por quienes nos someten a la miseria. La violencia, al tener rostro de muerte, nos es presentada como injustificable, sobre todo si atenta contra el poder establecido”. Lo que nunca son es los secuestradores, ni una sola vez aparece esa palabra en el comunicado, la omiten para justificar su acción, para que el lector olvide que si los estamos leyendo es porque raptaron a alguien, lo alejaron de su familia, causaron dolor.
Los secuestradores evitan mencionar y se vuelvan sobre las condiciones en que todos vivimos, aprovechan el sentimiento de desamparo que puede provocar el ambiente inseguro en que vivimos para buscar nuestra solidaridad y ponernos de su lado, incluso aluden a su condición humana, se victimizan señalando que no tuvieron más remedio: 
“El ejercicio de la violencia es para Nosotros un recurso ineludible, pero necesita de un proyecto en el que su uso sea solamente un medio necesario; el proyecto no puede reducirse a destruir otro. Nuestro proyecto es recuperar lo que la vileza de los poderosos nos arrebata, y es nuestra condición humana; nuestro proyecto es de rehumanización de todos los que no formamos parte de su selecto círculo, a diferencia de Ellos que sólo buscan su propio beneficio. Pensar y hacer política pasa por evaluar las condiciones de existencia, nuestras relaciones sociales e inter-personales, transformarlas en cada acto y hacerse cargo de la vida pública”. 
Los secuestradores quieren que seamos uno con ellos, que formemos parte de ese “Nosotros” al que tanto daño han hecho los otros, un “Ellos” sin rostro, un poder superior que encarna en el gobierno y es culpable de todo mal. Más que justificarse, los secuestradores explican las razones de lo que hicieron como un acto de justicia y con frases dignas de la peor demagogia se asumen como tribunal para castigar a quienes nos, sí: nos, han hecho daño, otra vez “Ellos” al que suman a Diego Fernández de Cevallos “un operador de la oligarquía neoliberal y de la ultraderecha fundamentalista, un traficante de influencias, un mercenario de los juzgados, un legislador a sueldo, un rentista de la crisis y un defensor de los grandes capos de la droga. Por ello su aprehensión fue una actividad pensada y realizada como un acto de desagravio”. 
Nótese que “Nosotros” lo aprehendimos, no lo secuestramos, “Nosotros”, los agraviados seguimos el cauce natural de la historia, el camino marcado para hacer justicia. Los secuestradores autorizan el reivindican el acto de violencia como un acto de guerra, incluso pedir dinero a cambio de la libertad del secuestrado es válido, dicen: Tomarlo prisionero, exhibirlo y obligarlo a devolver una milésima de lo robado constituyó además un golpe político a la plutocracia y a sus instituciones; una demostración de la voluntad de lucha y de la capacidad operativa de los descalzonados, como él nos denomina; una demostración de que nadie, por poderoso que sea, puede ser intocable; una demostración de que con unidad de acción se puede doblegar la voluntad del enemigo y combatir la impunidad.”
Y finalizan subrayando que los secuestradores y el pueblo o la sociedad o los oprimidos, es decir “Nosotros” decidimos salir de la apatía y ser “pueblo organizado”, al fin, nos reapropiamos del uso “constructivo de la violencia”
Estoy seguro que alguien se sumará a la convocatoria de los “Misteriosos desaparecedores”, que más de uno aplaudirá estas palabras, se sumarán al “Nosotros” de los secuestradores, lo que es peor, muchos lo harán desde la complicidad del silencio, desde asentir ante las frases de quienes secuestraron a Diego Fernández de Cevallos por el simple hecho de que es rico o poderoso o influyente (o todo eso), asentirá en secreto porque es bueno que le quiten el dinero a los ricos, porque está bien que los castiguen, ¿a quiénes?: a “Ellos”, el culpable sin rostro.
Ante la marejada sinvergüenza del comunicado de los “Misteriosos desaparecedores”, la sensatez de una víctima real, las palabras de Isabel Miranda de Wallace durante la entrega del Premio Nacional de Derechos Humanos 2010: “La libertad es un derecho humano, violado y burlado constantemente en México. Si los mexicanos no podemos salir y transitar libremente debido al miedo a ser víctimas del crimen, entonces estamos subejerciendo ese derecho humano fundamental, es más, de qué sirve la libertad de expresión si son las balas del crimen organizado quienes callan las palabras de los periodistas; de qué sirve en nuestras leyes que los derechos humanos sean un bien público, irrenunciable, si en la práctica, la intimidación, el amedrentamiento y la violencia pueden más que la ley”. 
Inventarse un enemigo, dividir entre un “Ellos” y un “Nosotros” no es el camino, no se puede estar de acuerdo con los secuestradores, no podemos dejar que se sumen del lado de los ciudadanos, ni dejar de recordar que el ejercicio de su violencia tenía como principal propósito la obtención de dinero, pueden escribir millones de líneas justificándose, pero lo cierto es que este grupo que secuestra no ha hecho nada para que las condiciones de las que se quejan, contra las que supuestamente actúan, cambien.
Dijo Isabel Miranda de Wallace: “No podemos como ciudadanos exigir cuentas y acciones a las autoridades, si desde nuestra casa fomentamos la corrupción, solapamos la irresponsabilidad y fomentamos la apatía cívica. El Estado, por su parte, debe asegurar nuestra integridad y libertad, y son las autoridades quienes deben dar el paso muy importante para retomar la confianza de los ciudadanos.”
No podemos, no debemos dejarlos inventar al enemigo, porque una vez en casa, es posible que nos volvamos como ellos. n
 
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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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