Guerras, golpes, groserías: actos violentos. Sí, pero también hay otras manifestaciones de la violencia que pasan inadvertidas como tales.
Hace poco el Teletón invadió nuevamente los espacios de la televisión pública. Aquí tenemos que dividir la acción en dos elementales niveles: forma y fondo; cómo y qué. La intención es plausible: recaudar dinero para destinarlo hacia las personas que necesitan de servicios que de otra manera no podría pagar. Esto es un acto humanitario que deberíamos de propiciar más a menudo; sin embargo, el problema está en el vaso que contiene a dicha propuesta.
Mi pregunta es la siguiente: ¿En realidad es necesario presentar a los afectados? Me parece una barbaridad que las televisoras se empeñen en colocar al lado de un personaje famoso una persona con severas lesiones ya psicológicas, ya físicas. ¿Qué ocurre? Que el tipo que frecuentemente sale en los medios presenta una historia tremendamente conmovedora cuyo contenido está cargado de dolencias, padecimientos y desesperanza. Y entonces el receptor del discurso -de una manera que se antoja natural- es cimbrado por un montón de sensaciones que producen un desasosegado lugar común: “pobre gente”. Cuidado. No es lo mismo sentir lástima y entonces sacar la billetera, que estar consciente de una situación y entonces ayudar. Me rehuso a aceptar el pesar como instrumento para que la gente entienda que aportar a una buena causa tiene sentido.
Muy distinto sería que tanto el presidente de Televisa, como el de Azteca dedicaran 15 minutos -por decir algo- anualmente con el fin de elaborar un discurso que se acercara la idea que a continuación expongo: “Estimados televidentes, hemos estudiado la realidad de miles de mexicanos que por una razón u otra no cuentan con los recursos financieros para solventar sus demandas estrictamente de sanidad. Hablamos, en concreto, de enfermedades como […] Como sabemos el fondo que destina el gobierno es insuficiente y, por tanto, solicitamos que todos ayuden con la finalidad de juntar dinero y crear un centro de atención médica. Periódicamente estaremos comunicando las actualizaciones de nuestro programa.” Acaso lo anterior no sea lo más inteligente que pueda ser pronunciado ante un auditorio; pero, vamos, creo que así como pueden planear todo un día de hipotética solidaridad, también podrían hacerlo quebrándose la cabeza y evadir a toda costa el violento exotismo visual en el que han caído desde que dieron marcha al Teletón.
Violento porque lastiman a la misma gente que ayudan: las exhiben como piezas de un circo -que no tiene nada de divertido ni mucho menos de entretenido; hieren a los que atienden el mensaje porque les revela su integridad en comparación con los mostrados por la campaña del Teletón (es decir, “no estoy mal porque ellos están peor; los voy a ayudar”); y exótico porque presentan a las personas como si fueran de otro planeta. Aclaro y acentúo: me parece una idea estupenda en un escenario equivocado.
Hace un par de días asistí a una especie de capacitación a profesores con el fin de ayudarnos a clarificar las coordenadas que debemos seguir a la hora de impartir cursos de extensión en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. La idea, nuevamente, es benéfica; no obstante, hubo un momento en el que vi, otra vez, un exotismo visual. Me explico: un grupo de estudiantes es dirigido a zonas marginadas para convivir con la gente que ahí se encuentra, y modificar, en la medida de lo posible, su cotidianidad. Crean dinámicas, buscan apoyos, edifican sonrisas. Nada mal, de hecho; sin embargo, cuando nos compartieron las imágenes de su experiencia, de nueva cuenta, emergió esta preocupación que aquí he intentado de esclarecer: conmovieron a los asistentes con base en una sospechosa empatía para con los menos favorecidos: jóvenes sonriendo al lado de gente que muy pocas veces encuentra momentos para hacer lo mismo.
Me parece que es imposible repetir este mecanismo cuando el mensaje visual es arrojado a los receptores, por tanto, sería buena idea cancelar la opción de demostrar la marginación e invisibilidad de ciertos sectores con la única finalidad de cobrar nuestra atención y sentir dolor. No estoy diciendo que no se hagan este tipo de campañas -que son más que necesarias-, sino que me gustaría dejar en claro que la forma en que se hacen no es la adecuada: juegan con las personas; y, a decir verdad, no sólo eso, sino que también se busca la donación a través de, repito, la lástima. Esta última palabra -sólo para puntualizar lo impertinente que puede ser en estas circunstancias- es definida, en la primera acepción de la real academia de la lengua, como: “Enternecimiento y compasión excitados por los males de alguien.”
Tenemos que ser más inteligentes para fomentar una campaña de ayuda. Caer en esta clase de discursos sólo fomenta una conmiseración que violenta nuestra mirada.
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