Debemos reconocer que en su trilogía revolucionaria, Fernando de Fuentes, asoma un interés no sólo por los grandes hechos de la revolución, sino por reconocer a los de abajo, a los que construyeron con su sangre la lucha civil de 1910; de ahí que sus historias, lejos de ubicar como focos de atención a los grandes caudillos, plasmen lo que el pueblo vivía; y por esto mismo, transforma al héroe en hombre. Pareciera que estamos escuchando las ideas del historiador Friedrich Katz, quien en una de sus últimas entrevistas aseveró que en sus investigaciones decidió comenzar por “los villistas y después volver a Villa. Mi primera idea fue considerar que eran vaqueros…” bajo este tenor, de Fuentes narra la aventura de un grupo de vaqueros apodados los Leones de San Pablo, quienes creyendo en la revolución se unen al Centauro del Norte. A lo largo de la cinta mostrarán diversas dotes y heroísmo, al grado de sacrificarse para agradar al General, uno a uno pierden la vida; en la medida que transcurre la película, conocemos a un Villa muy real, con errores, pasiones, aciertos; poco a poco se transforma del épico héroe popular al tirano que terminará por ordenar al penúltimo de los leones con vida (Tiburcio) asesinar a su compañero pues contrajo la viruela. Aquél, cumple con rostro desencajado la encomienda y deserta del ejército. Éste fue el final exhibido en la época del estreno (1936); 37 años después, se descubrió un final diferente, donde Pancho Villa busca al desertor Tiburcio, lo asesina al igual que a su esposa e hija, y se lleva al hijo sobreviviente a luchar a la revolución.
Vámonos con Pancho Villa (1936) de Fernando de Fuentes Carrau es una de las mejores –si no es que la mejor- película que sobre la revolución se han hecho, unió todos los elementos necesarios para lograrla: un guión trabajado por el propio director en colaboración con Xavier Villaurrutia, basado en la novela homónima de Rafael F. Muñoz; buenos actores, destaca Domingo Soler y su excelente personificación de un Pancho Villa desmitificado. Los efectos especiales son profesionales e innovadores en su época. El aspecto musical fue encargado a Silvestre Revueltas quien aparece en un divertidísimo cameo como pianista en una cantina, se escuchan disparos y pone un letrerito sobre el piano que dice “Se suplica no tirarle al pianista”.
Los hitos iconográficos de la revolución saltan a la vista, ferrocarriles llenos de revolucionarios; soldaderas preparando la comida (por supuesto con La Adelita como música de fondo) batallas en paisajes del árida región norte del país con ametralladoras y cañones enmarcados por cactus y nopales. Son los inicios de Gabriel Figueroa en la cámara. Llama la atención la escena donde uno de los leones es abatido por el ejército federal y cae muerto sobre un maguey, tendido en él, la imagen evoca a Einsenstein y su ¡Viva México!
Aún cuando algunos rasgos de la cinta parecieran corresponder al nacionalismo pro-revolucionario que permeaba en la escena artística del México de aquellos años, en el fondo se deja entrever una fuerte crítica, en primer lugar al caudillo del norte, en segundo al papel de carne de cañón de los voluntarios en la revolución, dice con nostalgia un león mirando al cielo estrellado “por más que acá abajo hacemos y deshacemos, allá arriba nada cambia”. Y por supuesto de haber conservado el final encontrado en 1973, la crítica hubiese resultado radical, sin embargo de Fuentes no sólo suprimió la cruda secuencia, sino que además agregó una leyenda al principio de la película: “Este es un homenaje a la lealtad y el valor que Francisco Villa… supo infundir en los guerrilleros. De la crueldad de algunas de sus escenas no debe culparse ni a un bando ni a un pueblo” ¿Censura o autocensura? A ciencia cierta no lo sabemos.
El cine como vehículo de comunicación masiva, ha sido objeto en el transcurso de los años de la censura por parte del poder; ya jurídicamente como el caso de los decretos de censura de octubre de 1919 o las facultades que a través de diversas secretarías o entidades gubernamentales provocaban el control estatal del cine (que fueron constante al menos hasta los noventas) o de hecho, como La Sombra del Caudillo (Julio Bracho, 1960) que permaneció enlatada 30 años. Al día de hoy, desde mi perspectiva jurídica, la censura proviene más del control de los recursos para apoyar al cine, que de otras cuestiones, como por ejemplo el clasificar una película.
Si hubo censura, De Fuentes supo lidiar con ella; si fue autocensura, me parece que encontró en ésta una forma de evitar aquella; en todo caso permitió que el día de hoy gocemos una de las películas más bellas que se hayan producido en el país.