Marty McFly filmará un evento histórico, el primer viaje en el tiempo. Su amigo, el doctor Emmett Brown, pretende llegar al futuro en un automóvil DeLorean adaptado. La primera prueba resulta un éxito, Einstein —el perro— es el pasajero solitario —o Laika temporal— que, al alcanzar una velocidad de 88 millas por hora, rompe la barrera del tiempo. Cuando el doctor se prepara para convertirse en el Yuri Gagarin cronológico, los terroristas libios que involuntariamente proporcionaron el combustible para el viaje aparecen para quejarse contundentemente. Como resultado del desorden, Marty viaja 30 años al pasado. Ahí —“entonces” sería más preciso— encuentra a sus padres y evita que se enamoren, lo que provoca que la posibilidad de su existencia corra peligro. Hay un problema esencial —literalmente—; de no resolverlo, Marty simplemente no nacerá. Así que deberá rectificar la historia y causar un nuevo primer beso entre sus padres. Y hay otro problema, en caso de sortear su inexistencia, deberá encontrar la manera de volver a su casa “a tiempo”. Por fortuna, Marty reactiva la pareja que forman sus padres y, con ayuda del doctor Brown de 1955, regresa a 1985. Como corolario, todo ha mejorado: las ligeras variantes que se introdujeron en el pasado han tenido consecuencias ingentes. George McFly, padre de Marty, no es más un insulso, tímido y cobarde empleado; Lorraine, la madre, es activa, positiva y adora a su esposo. Los hermanos de Marty, verdaderos inútiles en el primer 1985, son ahora serios trabajadores. Biff, el insportable bully de George, es ahora su lavacoches.
Evan Treborn también viaja en el tiempo. Su “vehículo” es una capacidad cerebral que se detona cuando lee sus diarios de infancia. La posibilidad de “aparecer” en la conciencia de su vida pasada le permite modificar su historia y la de los que lo rodean. Así disuade al padre de Kayleigh y Tommy de abusar de su hija. Como consecuencia su “presente” también se ve modificada; todo marcha a la perfección hasta que una variante de su vida alterna —en lugar de Kayleigh, es Tommy quien padece la perversión de su padre— causa, a la larga, que Evan vaya a la cárcel. Intenta entonces nuevo viaje al pasado para modificar algún otro momento terrible, interpretado entonces como el verdadero causante de “todo”, y enderezar el presente. Pero la habilidad de Evan parece una suerte de mano de mono cognitiva: el Hado prescribe una tragedia como secuela para cada reparación. Kayleigh es porrista o prostituta o novia de un amigo o una desconocida; Evan termina como miembro de una fraternidad o como discapacitado. Cuando ella está bien, él está mal; cuando los dos funcionan, Tommy sufre una infancia terrible o Larry, su amigo, queda trastornado.
El problema de fondo del IMSS no es una cuestión técnica sino el hecho de que está “sumido en un pantano de dudas y poca o nula credibilidad […]” (Auora Berdejo, El Sol de México, 5/11/10). El problema de fondo hablando del financiamiento público para los partidos políticos, “es que […] tienen muy pocos incentivos para recaudar recursos propios de manera legal y transparente” (Javier Aparicio, El Universal, 21/10/10). El problema de fondo en lo tocante a los verdaderos intereses de México, “es económico y los políticos no lo están resolviendo” (Rogerio Azcárraga, entrevistado para La Crónica de Hoy, 21/10/10). Etcétera.
Con singular alegría, periodistas, políticos, economistas, abogados y rectores declaran que las soluciones a los problemas de narcotráfico, corrupción, pobreza y estupidez son equivocadas pues no atacan el “problema de fondo”. Esta frase —pariente de “llegaremos hasta las últimas consecuencias” y “nadie está por encima de la ley”— alienta la extraña tendencia a suponer que la imperfección de nuestro momento tiene un origen específico y localizable. Si queremos, por ejemplo, erradicar la desigualdad en nuestro país habrá que mejorar notablemente la educación pública. Pero para que ello ocurra, por supuesto, antes debemos terminar con los vicios sindicales que encumbran analfabetos como dirigentes. Esto, claro, una vez erradicada la corrupción que infesta nuestra sociedad y que fomenta tales vicios. Y como la corrupción no es sino el innegable producto de un sistema desigual que no deja otra salida, pues lo mejor sería, para terminar con la desigualdad, primero erradicar la desigualdad.
Marty y Evan se enfrentaron a problemas similares; no obstante, sus estrategias fueron completamente distintas: Evan creyó a pies juntillas que si solucionaba “el problema”, que si alteraba el Big Bang de su tragedia, el Universo sería perfecto. Por su parte, Marty atacó de manera simultánea varios problemas: además de reunir a sus padres y preparar su regreso al futuro, cumplió su sueño de tocar su guitarra frente a un público, disolvió el poder de Biff y hasta inventó la patineta.
Si, como Marty, entendemos que arreglar el inconveniente mayor no excluye el combate de sus consecuencias y la búsqueda de solución a las dificultades menores, será posible llegar a un futuro más agradable que el que vislumbramos. Pero, mientras intentemos encontrar ese inconveniente primigenio, concentrado puro de maldad, fuente absoluta de toda penuria, y solo hasta entonces hagamos algo, terminaremos como Evan —no ese final de sacarina de la versión para las salas de cine, sino el de la edición del director, en el que Evan se suicida en el vientre de su madre después de comprender que el mundo será mejor sin él—.
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