No tuvo que aprender a recortar papel, era una habilidad que él traía de por sí. Primero fueron sus soldaditos de papel ahora son obras en honor a la riqueza del estado, que poca o mucha merece ser recordada. El resultado final del detalle, del encuentro entre el papel y las tijeras en sus manos logra obras de arte, él es Víctor Zamarripa y es autor de la obra que viene en la portada de un libro sobre los barrios de Aguascalientes.
Aunque no pasaban muchos autos por su casa, él fue un niño al que no dejaba salir mucho de su casa, desde antes de ir al kínder jugaba ya con soldaditos, no de plástico ni de plomo, sino de papel recortado por él mismo, la colcha lisa sobre la cama de su mamá en poco tiempo se volvían montañas al centro y sus personajes de papel libraban una batalla. “Las tijeritas han formado parte de mi vida, son como un miembro más”.
Cuando entró al kínder, él era la diversión de todos los demás porque cada quien tenía un deseo para aquel niño que con sus manos y las tijeras hacia cualquier figura que le pidieran. El al contrario de los pequeños que siempre alejan de las reuniones de los mayores a él por el contrario lo atraían para que les hiciera figuras a los comensales.
Desde niño, Zamarripa escuchaba comentarios relacionados a que lo que él hacía era arte y hablaban de otros conceptos como la perspectiva, la dimensión y todo eso, esos elementos los utilizaba pero no sabía qué conceptos eran. “Sí sabía plasmar, pero no sabía que así se llamaba tal, que el movimiento y así”.
Las temáticas de sus figuras cambiaron conforme la edad, cuando niño eran soldados para jugar, luego fueron los grupos de rock que le gustaba escuchar de adolescente y ahora le hace homenajes a José Guadalupe Posada y a los ferrocarriles que le traen recuerdos de su abuelo, de su familia, del pasado.
En todos los espacios donde estaba con tener un papel y unas tijeras frente a sí conquista a cualquiera por la maestría de su capacidad para manejar el papel, las posibilidades de representar textura, profundidad, perspectiva e incluso movimiento. Su obra obviamente se ha modificando con el paso del tiempo, comenzó trabajando sólo silueta pero a partir de la primera exposición, en 1999, que tuvo en la Universidad Bonaterra se sintió con un compromiso de hacer su trabajo más sofisticado, ahí llegó la posibilidad de agregarle la luz.
“Por ejemplo yo si salgo al campo y estoy viendo un animal me gusta estarlo observando para ver los movimientos porque si voy a plasmar algo necesito hacerlo como descansa un pie del otro, para que tenga movimiento”.
No sólo él opina que sus obras cambiaron luego de su primera exposición en parte por mostrar públicamente su trabajo y además porque por esa época conformó junto con un grupo de amigos un grupo cultural llamado El Reborujo conformado por varios artistas plásticos que de alguna forma crecieron el orgullo de Zamarripa que no venía de la academia, todo lo aprendió de la vida. “Era muy bohemio, muy vago, Jorge sí y lo iba a esperar a que saliera de la escuela”.
Su trabajo es muy minucioso, las posibilidades de equivocación son prácticamente nulas porque no es tan fácil enmendar, con la finalidad de no equivocarse o recordar al día siguiente los trazos pendientes de la noche anterior les dejaba hechos una serie de puntos que al final derivaron en un modificación de color, de ser sus obras sólo blanco y negro, se les agregó el gris.
El proyecto de La Maestranza le llevó siete meses, donde además de recortar, iba constantemente al archivo histórico y al ferrocarril, en este último por cierto vivía experiencias muy fuertes porque después de haber visto aquellos espacios vivos, ahora a primera vista son sólo espacios muertos, llenos de fierros que son recuerdos.
“Yo entraba y se me revolvía el estómago porque yo lo vi en su mero mero, trabajando la gente, los golpes, las chispas, una boruca bien fuerte, la gente trabajando y cuando estaba ahí con esa soledad… me sentía mal porque me acorde de mi abuelo, de mi primo, era una cosa increíble el ferrocarril”.
Fue en ese lugar donde se imaginó la posibilidad de darle a La Maestranza luz y movimiento porque el ferrocarril está muerto por fuera pero vivo en el corazón de las personas que estuvieron cerca de él. “Yo pienso darle vida y si hay dinero por supuesto que se va a mover el mural”.
Ese sueño se hizo realidad, aunque de principio parecía que no sabía en qué se había metido siempre lo supo perfectamente, conformó un grupo de ingenieros y trabajadores que se sumaron a la realización del mural que está en el área de los ferrocarriles.
Su capacidad para saberse creador le permitió guiar a los ingenieros para incluir los detalles de la iluminación y el movimiento justo como él los quería, aunque esto le costó malos entendidos, enojos y desavenencias que finalmente terminaron en una obra terminada como la imaginó.
“Aquí si yo digo algo eso se va a hacer… mire le voy a decir una cosa ingeniero usted fue a la escuela y está trabajando aquí, yo no fui a la escuela, pero usted, está haciendo un trabajo mío y usted la verdad no me sirve… los suspendieron”.
Pero esta no es la única obra monumental de Zamarripa que hay en la ciudad, la característica Catrina cortada con soplete que recibe amablemente a los visitantes que vienen de México, Guadalajara, algún municipio de Jalisco o Guanajuato es también de él. Es un homenaje a Posada y una muestra de la capacidad del creador que llevó de pequeña escala a un mural colocado con toda precisión, cuyos cálculos fueron hechos por un hombre que no necesitó la academia para hacer el cálculo para la forma más adecuada de colocarla.
Todavía se siente fuerte para trabajar, aunque a veces abre sus manos y se da cuenta que tiene en ellas todas las pastillas que tiene que tomarse para estar en buena condición.
Su obra ha salido en diversas revistas Conozca más, México Desconocido, revistas de Aeroméxico, Artes de México, además de algunos canales de televisión de Estados Unidos.