Hay ciertas prácticas culturales que con cierta frecuencia tienden a buscar un ideal al ser adjetivadas como “total”. Ejemplo: En el mundial de 1974, Holanda demostró al mundo una forma revolucionaria de jugar (los antecedentes ya existían: Hungría de 1954; Brasil de 1970; pero al que se le dio esta denominación fue al equipo de los países bajos). Desde entonces se ha querido ver en ese país el prototipo de un equipo que se desempeñaba casi de manera mecánica -de ahí otro de sus sobrenombres: la naranja mecánica. Debido al sistema de juego de Neeskens, De Jong y principalmente Cruyff la selección holandesa fue el pretexto para crear una nueva expresión: el fútbol total; es decir un juego donde el espectáculo, el constante ataque, la precisión en los pases, la defensa impenetrable, constituyeran el ideario de juego. Otra forma de verlo es que se juntaron varias características vistosas y llamativas en una selección; esto es: unir lo que se encontraba separado.
Al parecer fue Richard Wagner quien utilizó el término “Gesamtkunstwerk” que al ser traducido al castellano pasa como “obra de arte universal” u “obra de arte total”. En todo caso el concepto se refiere a aglutinar distintas manifestaciones artísticas en una sola; es decir, unir artes visuales, música, teatro, etc., de tal forma que el resultado fuera algo más que una ópera. Al menos es así como lo interpreto ya que el mismo músico alemán compuso varias de estas piezas y, al parecer, la realidad quedaba corta con su idea de totalizar el arte. Esto puede ser debatible; pero existe una expresión artística moderna que me hace pensar en esa totalización del arte: los conciertos de rock.
Ir a escuchar a un grupo es decir lo menos. Cuando hablamos de Woodstock no sólo se mencionan los grupos que participaron, sino también el contexto. Esto último es acaso donde se engloban otras cuestiones (históricas, sociales, culturales). En función de lo anterior, quiero compartir, entonces, lo que observo en un festival.
Un concierto inicia desde la predisposición de ir a comprar un boleto y esperar a que llegue el evento. Posteriormente, el viaje. Éste aproxima al receptor a las emociones que en teoría van a ser desatadas cuando se encuentre en el lugar del espectáculo (en un concierto presenciar la obra es un elemento estético más; la experiencia inicia desde que se anuncia que algún grupo va a presentarse en una determinada ciudad).
Una vez ahí, el sonido de los músicos ensayando, las charlas de miles de personas, las pantallas, van encaminando al espectador rumbo a lo que podría denominarse como catarsis. En este sentido ir a un concierto se puede asemejar un tanto a asistir a un partido de fútbol donde la pasión del público se desborda y, tal vez, saque, en dos horas, el tedio de toda la semana. Evidentemente el concierto va más allá: el artista no se encuentra en el mismo lugar cada siete días, ni tiene un espectáculo fijo; el concierto incrementa la expectativa en la audiencia.
Cuando las luces se apagan, los sentidos aguardan; sale el grupo, los gritos comienzan; tocan la primera nota, y la catarsis inicia. Creo que no estoy exagerando. La prueba está en que una misma canción es incomparable en su versión en disco y su ejecución en vivo. Acentúo que la música no lo es todo: las luces, la atmósfera y olvidar por un momento los problemas hacen que el receptor actúe de un modo distinto al cotidiano. Un concierto trasciende lo ordinario y coloca a cualquiera en un plano -valga la lógica- extraordinario. Tampoco considero hiperbólico el siguiente símil: un concierto con un espacio religioso; los fieles van a oír a los representantes de su devoción. En este caso, la música.
El pasado sábado 16 de octubre en el foro sol de la ciudad de México tuvo lugar el festival “Corona Capital”, donde la música fue el motivo para unir a más de cincuenta mil personas en un mismo lugar. Hubo un poco de aquí y otro tanto de allá: áreas para descansar, una obra de arte, luces. Pero también pisotones, empujones, borrachos, etc. Todo eso constituye también la experiencia.
En lo personal sólo puse total atención a dos artistas: Interpol y Pixies. Cuando el grupo conformado en New York inició con “Success” la audiencia concentró su atención en dos puntos: pantalla y escenario. La música se unió al espectáculo visual, a los cantos de la gente, a la teatralización de los músicos (en cierto sentido los considero actores), al ambiente nocturno y se configuró un escenario donde uno se sintió un poco más vivo que de costumbre. Supongo, entonces, que la obra de arte total, también eleva los sentidos de forma exponencial. Quien haya ido a un concierto de rock es probable que tenga una visión similar a la aquí expuesta. Gracias… totales.
www.mexicokafkiano.com