“O un tropel de recuerdos”: Alí Chumacero (1918-2010) - LJA Aguascalientes
16/11/2024





“Voy a vivir hasta los 500 años y moriré apuñalado por un marido celoso” fue uno de los deseos pronunciados por el maestro Alí Chumacero durante una de las muchas conmemoraciones que se dieron en su honor al cumplir noventa años. Le faltaron bastantes años y no fue, como tanto le hubiera gustado porque eso significaría que alguna damisela estaría enamorada del impertérrito galán de la poesía mexicana, un esposo despechado. El anuncio de su muerte se dio vía twitter en el que Consuelo Saizar escribió “Ha muerto Alí Chumacero. Las palabras han quedado en reposo; a la edad de 92 años ha muerto el poeta, el editor, el guardián de las palabras”.

Así se anunciaba el fallecimiento de un poeta admirado por lectores y por otros poetas, por todos los otros poetas, que, con apenas tres libros, Páramo de sueños” (1944), “Imágenes desterradas” (1948) y “Palabras en reposo” (1956),  ejemplifica una entrega sincera y cotidiana a la palabra. Como otros escritores de obra corta, T. S. Eliot o Jaime Gil de Biedma, la suya es una obra de constantes, de temas que se repiten una y otra vez y entre los que destaca uno por encima de todos: el amor, la vida, la muerte.

Y empiezo a comprender cómo el misterio es uno con mi sueño, cómo me abrasa en desolado abrazo, incinerando voz y labios, igual que piedra hundida entre las aguas rodando incontenible en busca de la muerte, y siento que ya el sueño navega en el misterio.

Con esas palabras concluía “En la orilla del silencio”, con unos versos que, perfectamente podrían ser el epitafio perfecto para la lápida de Chumacero, siempre preocupado de que su poesía, más allá de modos o maneras, tuviese la serenidad suficiente para enfrentar esas verdades que sólo la literatura, y especialmente el verso, pueden concitar.

Uno de sus textos es ya emblemático y estará por siempre en cualquier antología que se precie de representar la poesía mexicana del siglo XX: “Poema de amorosa raíz” que termina con una de las estrofas más sencillas, y al mismo tiempo, profundas de la escritura del maestro Chumacero, resumiendo en sus nada complicadas palabras el instante y la verdad de del verdadero encuentro amoroso: “Cuando aún no había flores en las sendas / porque las sendas no eran ni las flores estaban; / cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, / ya éramos tú y yo”. Y ahora ya sólo será el lector a quien le queda el consuelo de la obra del maestro de Acaponeta, Nayarit.

Y es en “Muerte del hombre”, titulo más que significativo hoy, donde escribe unos versos que resultan más conmovedores dadas las circunstancias y en que anticipa, sí, su muerte, pero también la de todos que ojalá sea tan fructífera y lejana, aun sin deseo de los quinientos, como la del ya desparecido maestro Alí Chumacero:

Si acaso el ángel me mirara, abierta ya la niebla de mi carne, sin nubes, sin estrellas, sin tiempo en que mecer la luz de mi agonía, encontraría tan sólo a ti, oh muerte, llevándome a tu lado, fiel; te encontraría tan sola a ti, sin mí, ya sin cuerpo ni voz, sin angustia ni sueños, te hallara entonces pura, oh muerte mía.


(Y una sola vez que alguien lo vio, en una cena ofrecida en su honor en Nayarit, y que contaba de la cojera pronunciada del maestro, de la lentitud de sus movimientos, de su ya cansancio, y de cómo la salida del maestro del salón donde se realizaba la cena se vio acompañada del levantarse unánime de todos los comensales para aplaudir y de cómo aquel joven poeta se le acercó para entregarle un libro en el que la vista que ya había visto tanto de Chumacero se detuvo sobre la portada del libro y confundiendo el premio con el autor comentó: “Gracias, Salvador”). 

 


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