Tiene cupo ahora en el comentario, cuando los matadores nacionales más prometedores, estos que se han modelado en Europa, específicamente en España, ya levantan las cortinas dando atrás de ellas una irradiante luz de salvación taurina, el potencial que atesora México en los “niños toreros”.
Este rango es un edén franco, verdadero; México tiene su infancia torera como quizás ni la misma cuna de la tauromaquia la tenga. El tema por ahí, en cualquier sitio de reunión entre locos taurinos, fue justo ese. Propias personas que conocen ambos aires hasta sus consecuencias, han declarado la materia tan de agudeza que en la cumpleañera patria se ondula. Aguascalientes de manera especial y lujosa cuenta en su nómina con una racimo soberbio de infantes que atesoran virtudes fabulosas como para destacar como profesionales en la lidia de reses de casta.
El estado mantiene en su hoja oficial hasta una institución torera: La Secundaria de las Artes y el Toreo; mientras que en su parte la alcaldía, con años de anterioridad presume su Academia Taurina Municipal. Mejor que esto, allá de los títulos formateados y de los protocolos, único camino político para realizar proyectos, la desenvoltura de los chavales en cuanto festejo se organiza, es soberbio, formidable, estupendo. Derraman casi todos los chiquillos carisma, torería, arte, facultades, entendimiento y una naturalidad por encima de las cotidianidades. Mismos ibéricos manejadores de chamacos que han venido de medirse se algún modo con los locales, se han retornado a la península con las quijadas dislocadas de tanta materia buena que han encontrado. Ahí todo es armonía, gracia, entusiasmo, proyección y buen ánimo entre los aficionados.
Palabra grave, negra, que todo al llegar a ella destantea, corrompe y descompone, esta es “pero”, sí, aún sin querer se tiene que usar.
Después de todo lo puesto a juicio del amable lector en los párrafos iniciales se tiene que usar. Cuando aquel rostro del toreo empieza a perder su infantil mueca; cuando ese joven soñador y entusiasta, de afición inmaculada llega al plan novilleril. Ahí la fiesta mexicana es cuando empieza a sufrir sus penas, sus mediocridades y su calvario. Es entonces que la fiesta brava azteca llega al sitio en donde está hoy, hundida, en crisis.
En el episodio novilleril es cuando media ya una serie de intereses; se interpone el ejercicio de compra-venta; llega a la vida del aspirante un apoderado que se planta entre él y la empresa. Sobre las olas de estos elementos se pierde irremediablemente el pequeño submundo de los niños toreros. Éste quede ahí, sin problemas, es un primer eslabón fabulosos para la formación de los matadores en México. Ha funcionado, funciona, da frutos. Como consecuencia, cuando se termina ese mundillo se aparece también la pregunta ¿Qué es entonces lo que le está fallando a los tramos de formación?
Pero -nuevamente esta palabra maldita-, no es lo delicado el otro planeta, segundo entre los profesionales de la fiesta, el de los novilleros pues, lo aguantado entre ellos cuando ya pasaron varios años en el río de la mediocridad y llegan a tomar, las más de las ocasiones, alternativas absurdas, como la de Romero en Zacatecas, ya no solo se agrega el vicio de los apoderados, “ganaderos”, periodistas adulones y una serie extensa de sabandijas indeseables, si no los propios vicios de ellos. Hasta los artistas se achabacanan; arrebatadamente se arrodillan a buscar el aplauso fácil pero hueco. Olvidados de su existencia misma siguen el “formato” armado con inamovible estructura de dos de los toreros que hoy más actúan. Abrumados del complejo de Manolo Martínez, -sin que este comentario me exente de ser a estos años “martinista”- exigen encierros “a modo”, es decir, para “triunfar” arriesgando lo mínimo. Lamentablemente lo que logran es solamente emular caricaturescamente a aquel auténtico mandón del toreo, el último que México ha tenido.
Las empresas, dos principales a saber en esta fiesta hincada y por desgracia resignada a la fatalidad, tienen una “visión” tuerta; no provocan la revolución en el engranaje para que el espectáculo acabe por tomar el son rápido que se está exigiendo dada globalización natural de los cambios generales del país. Sus miedos a la apertura son tan grandes que todos los potenciales y buenos deseos se quedan en la etapa infantil.
Ahora cierro; no más. Todos los que nos jactamos de amar la fiesta deberemos hacer algo para salvarla. Una ocasión escuché decir un devastador concepto al gran cómico Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”, cuando le cuestionaron a cerca de las fórmulas para triunfar en la vida, y él contestó que no conocía ninguna, pero si para fracasar, y ésta era la de la adulación, es decir, asentó él, adula a todo mundo e irás derechito al fracaso. Por hoy aplico la idea. Justo en la emisión de Oro, Seda, Sangre y Sol de Radio Universidad un escucha acérrimo, al que no conozco personalmente pero que se hace llamar el “Ingeniero de los Ríos”, me preguntaba que porqué ya no tenemos en México, como en antaño, ídolos taurinos de inaguantable arrastre, y yo le contestaba que no sabía, pero tengo algunas para que continúe en este mal oliente y desesperante nivel: 1.- Que los “periodistas” continúen engrandeciendo lo pequeño, empequeñeciendo lo grande, lamiendo botas y adulando lo deshonesto y vulgar. 2.- Que los “ganaderos” prosigan en su mojigata idea de criar ganado según las comodinas pretensiones de los “toreros” y… 3.- Que las empresas fortifiquen las demasiadas complacencias que tienen hacia los remedos de figuras que tenemos.
Sí, se que el tema de los niños toreros da para más.