LEIDIDÍ - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 Sólo un pensamiento único ha ocupado sus mentes en los últimos tiempos, no han pensado otra cosa que no sea el dinero que necesitan reunir. Se truenan dedos, elaboran proyectos para el enriquecimiento instantáneo, que se derrumban con la misma facilidad con que se exclama ¡chin! cuando se estuvo cerca, un número apenas, de pegarle al premio mayor o atinarle a la quiniela; finalmente llega el momento de hacer cuentas: él llega directo de la casa de empeño, donde ha dejado lo que pudo cargar en la cajuela del coche; ella de pedir prestado a las hermanas, a los tíos. Con los papeles sobre la mesa del comedor intentarán restar, pero las facturas sólo suman, incluso cuando echan mano de los compadres. Ajustan aquí y allá, hacen un hoyo para tapar otro, aumentan la cantidad de padrinos como quien apuesta su resto y logran que el asunto cuadre: ya pueden celebrar los XV años de su hija, la virginal Leididí. 

Como cuenta Chava Flores de Espergencia: hacen el gran baile allá en casa Noemí, porque ahí, como es la sala grande, pos dijo que sí. ¡Sea por Dios, que vengan chambelanes y damas de honor! La cándida Leididí bailará un tango, una pieza moderna y, but of course, su vals (versión Chayanne, nada de esas antigüedades del Danubio azul), las crinolinas harán del vestido rosa eléctrico un mazacote ampón que ocupará tres cuartos de las fotografías, el otro cuarto estará destinado al copete que la tía Zoila Luz dedicó dos horas a encrespar con un peine que ha pasado de generación en generación. 

Evidentemente, durante la fiesta ocurrirán todas las calamidades dignas de una celebración de ese tipo: el padrino que engolado recita a la quinceañera que se abre como un botón de rosa, mientras el sector juvenil lo alburea; el tío borracho que comete la imprudencia que se recordará durante años, al grado de bautizar el evento: la fiesta en que Juancho incendió el vestido de Cuca; los chambelanes disfrazados de cadetes que se comportan como bárbaros mientras acosan a las damas de honor; las primas que en la orilla de la pista de baile tiñen de envidia cada movimiento de la vestal Leididí; la madre incapaz de preocuparse por otra cosa que no sea que el recalentado sea suficiente y conmina al padre a dejar de beber como si fuera la última ocasión; el mesero impertinente que decide ligarse a la comadre Lula; el grupo versátil que a partir de la segunda tanda hace descansos más prolongados y quiere cobrar al doble la hora extra… 

Leididí, emocionada desde la punta de los pies (asfixiados en un calzado número y medio más chico) hasta el tocado (un moño estilo barroco) se lo pasará de lo mejor, a pesar de los berrinches intermitentes porque las cosas no salen como estaban planeadas (quién dejó a entrar a un perro, por qué los chambelanes se negaron a elevarla en la segunda vuelta, cuándo invitaron a Shaila la de 2B), ese día será la quinceañera más feliz del mundo, sólo ese día. 

Los días subsecuentes pocos recordarán esa fiesta sin que los arrobe la vergüenza, la prima Chona se arrepentirá de haber cedido a los empeños del primo Juancho (nomás nos besamos poquito en los baños, explicará a petición de nadie), los padres inventarán mil y un formas de evadir a los acreedores (ahora te toca a ti pedirle al compadre otros quince días), incluso Leididí evadirá el tema cuando se le pregunte, acaso recuperará un poco de esa emoción cuando vea las fotografías, alegría efímera, pasada la euforia, pensará cada vez con más frecuencia porqué no eligió irse de viaje, porqué optó por la fiesta. 

Tarde ya para preguntárselo, tarde para pensar en que al día de la pachanga siguen muchos otros, pero es natural, si algo distingue a los mexicanos es que somos huérfanos de mañana, todo es plazo inmediato, todo es para ahorita, lo más que se puede planear tiene que agotarse hoy, hoy, hoy. No es culpa de Leididí, ni de sus padres, así hemos vivido siempre, agotando los recursos en lo inmediato, acabándonos en lo instantáneo… para avergonzarnos después. 

La celebración del próximo miércoles, la fiesta de los 200 años del inicio de la Independencia, será la pachanga de Leididí llevada al extremo. El Zócalo de la Ciudad de México la gran pista de baile de la República, punto de llegada del desfile al que se invitó a otros países (uy, qué emoción), un espectáculo pirotécnico de cinco (a falta de ideas, cohetes, cuetes) y la coreografía multimillonaria de Ric Birch. Más de 220 millones de dólares para ponerle la falda ampona al país, ese vestido que no se ha de volver a utilizar. 

Al paso del tiempo, Leididí abochornada por el video y las fotos que le recuerdan la gran fiesta de XV años, seguramente culpará a sus padres: es que mi papá insistió en la fiesta, es que era el gran sueño de mi mamá, ya ves cómo son ellos; quien atienda sus reclamos, quien escuche la forma en que se sacude la culpa, quizá, le conceda una palmadita en la espalda, esa solidaridad hipócrita, pues ha visto las imágenes en que Leididí, encandilada por Chayanne, embelesada por el humo del hielo seco, ilusionada por los sables de cartón de sus falsos cadetes, se dejó ir en la celebración, se arrojó a la fiesta de la que hoy abjura. 

Nosotros, testigos cómplices del reventón centralista, ¿a quién le vamos a echar la culpa?, ¿para qué? 


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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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