En lo que va del año, y lo que resta, seguramente seguirán siendo noticia —que ojalá no lleguemos al grado de acostumbrarnos y verlo como algo normal de nuestra cotidianidad— los levantamientos, secuestros, ejecuciones, asesinatos por ajuste de cuentas, decapitados esparcidos por todo el país, y de manera particular en el norte de la República. Ciudad Juárez dejó de ser el centro de los ataques —momentáneamente— de los grupos delictivos que se pelean el derecho de controlar la plaza, lo que sucede es que se juegan millones de pesos por día, para tener el control de determinadas ciudades que son importantes, por lo estratégico que son los puntos para el trasiego de la droga, con el objetivo del mercado principal, que viene siendo el vecino país del norte, Estados Unidos de Norteamérica.
Amargamente no damos cuenta por noticias de los diarios, y de las cadenas de radio y televisión, que en nuestros días, la que está dentro del ojo de todo este desbarajuste de país, son los estados de Nuevo León, específicamente, la ciudad de Monterrey, junto a Tamaulipas.
Y es precisamente desde la ciudad de Monterrey Nuevo León, en el siglo pasado, cuando aún la televisión no sentaba sus reales en todo el país sembrando entenas en todos los techos de las viviendas hasta de las rancherías más lejanas, e hicieron que se transformará rotundamente el paisaje de los pueblos. La radio, fue en vínculo de acercamiento de la gente por medio de los aparatos retransmisores de las ondas hertzianas, con las radionovelas, que lograban que cada uno de los que los que estaban a la escucha, hiciera que la imaginación centrara sus reales a todo su esplendor, sin las imágenes castrantes de la televisión.
Las radionovelas, tuvieron un papel importante de entretenimiento y acercamientos donde se fortalecían los lazos afectivos de las familias, donde se tomaban en cuenta las tradiciones de las “buenas costumbres” y de la familia tradicional. En este rubro la radionovela que trasmitía la XET, la “T grande de Monterrey” —y que hasta no hace mucho tiempo las cadenas de radio aún retransmitían por la tarde ya sea al inicio o al final de la misma— está “Porfirio Cadena, el Ojo de vidrio” de don Rosendo Ocañas, que sin querer pareciera que una infinidad de “Porfirios” andan dispersos por todo el territorio nacional en busca de venganza, asolando a la población. Pero no es eso solamente lo que movía a Porfirio Cadena, era la el poder ejercer la justicia por su propia mano, dada la falta de compromiso de las autoridades en cuestión, vueltas y vueltas son las que hacen él (Porfirio) y su madre, para exigir firmeza en los encargados de administrar la justicia, —nos narran en alguno de los capítulos— por el asesinato de su padre Don Eusebio, presuntamente por una deuda adquirida que hasta la fecha no se sabe cómo fue que la obtuvo; no es tan descabellado que haya sido por necesitar el circulante para pagar alguna deuda de juego, por como lo sugiere uno de los sujetos que fueron a buscarlo aquella noche fatídica, muchas interpretaciones podemos mencionar, pero lo cierto que la forma de cobrar es muy parecida a la que se estila hoy en día, por los cárteles ya sean del Golfo, de los Zetas, del Pacífico, etcétera, como según los reportes policíacos, de los grupos delictivos o del crimen organizado como lo menciona el gobierno de la República, en su guerra contra ellos y desgraciadamente con todos los efectos siniestros “colaterales” como gustan de decir en sus informes.
Monterrey es el lugar emblemático de donde es Porfirio Cadena, el Ojo de vidrio, que si se reescribiera la trama para una nueva radionovela, ya no causaría tanto impacto la manera tan fácil como a la frase de “vengo a matarte” fulano de tal, parecía el grado más alto de sangre fría y coraje.
Colgados decapitados, personas “pozoleadas” o “entambadas” nos dan una muestra de lo que se ha trastornado la manera de proceder de los hombres, en este siglo XXI.