Dios crea el mundo y dota de riquezas inigualables un territorio, cuando un ángel le comenta las ventajas de esa parte del mundo sobre el resto, dios recapacita y con ánimo equitativo pone a los mexicanos. El chiste es malo y viejo, pero le recuerdo cada vez que aparecen las imágenes con que las televisoras nos ofertan las razones del orgullo nacional. El tema lo han tratado mejor dos brillantes colaboradores de La Jornada Aguascalientes: Germán Castro y Joel Grijalva, a pesar de ello, me rindo a un intento de explicación de la incomodidad que me provoca la aparición de las bellezas naturales como culmen de la nacionalidad. Ante la falta de capacidad de convocar a una celebración cuyo centro sea el análisis de quiénes somos y de dónde venimos (para saber a dónde nos dirigimos), con lo que se cuenta es con estampas idílicas de las bellezas naturales que hay en todos los estados de la República.
No sin cierta incomodidad, he sido testigo del entusiasmo que provoca el retrato de una laguna prístina, una cascada extraordinaria, playas límpidas, selvas exuberantes o desiertos hipnóticos, veo cómo contienen el aliento ante la seducción de esos lugares y el pecho se les hincha con fervor patrio, mientras me gana la culpa por no vanagloriarme de ser mexicano, a veces, el mero afán de pertenencia me lleva a la imitación, para no quedarme atrás cito Alta traición de José Emilio Pacheco: “No amo a mi patria./ Su fulgor abstracto es inasible./ Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos,/ cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas,/ una ciudad deshecha, gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia, montañas, -y tres o cuatro ríos.”; conciliación instantánea pero efímera, en el fondo sé que no lo haría, no al menos por los lugares, sólo por cierta gente, y al pensarlo quedó fuera de la emoción que intenta transmitir la imagen.
No me conmueven esas imágenes porque vienen envueltas en la idea de que eso es México, sí me sorprende su belleza, pero no me dicen nada acerca de nuestra identidad, no creo que se trate del lugar en que vivimos sino de lo que hacemos, de lo que pensamos. Por eso me desalientan esas imágenes, por el conformismo que implica rendirse a una imagen vacía.
Mejor no va por otros lados, en el cine veo los anuncios de las películas que se montan en el festejo patrio y ofrecen una visión simplísima de la historia, los hombres y mujeres que lograron la Independencia y la Revolución reducidos a figuras de acción: Super Hidalgo (por el poder del estandarte guadalupano… ¡Yo tengo el poder!), Ultra Siervo de la Nación (incluye cadenas que rompe para liberar a los esclavos), Allende el Sorprendente (brinca sobre los gachupines, las patillas no requieren baterías), La Liga de los Caudillos (junta a los Galeana y combate a las oscuras fuerzas virreinales)… Muñequitos todos que, además, repiten los lugares comunes de siempre y en la reiteración anulan el sentido de sus actos.
Otras presentaciones de esa misma historia se van al extremo contrario, aunque con los mismos clichés, se confunde valorar a los héroes con la solemnidad, los protagonistas de la historia no son personas, se transforman en esculturas de mármol hablando para el muro de la posteridad, Josefa Ortiz de Domínguez incapaz de articular una frase que no esté destinada a ser reproducida en oro, un Pípila de rasgos finos que a manera de presagio camina encorvado desde la infancia, Vicente Guerrero quien antes de pronunciar mamá o papá, dice la patria es primero; todos ellos desplazándose de ladito, conscientes ya de que la posteridad colocará su perfil en los billetes y monedas.
Ante lo inasible del fulgor, no se ha sabido aprovechar el altísimo valor simbólico de las fechas, por si faltaran elementos para el desaliento, a estas alturas del partido y en las condiciones en que está el país pareciera que ya es tarde para proponer un sentido distinto que no sea el de la pachanga.
Quizá, sólo quizá, aún se está a tiempo de proponer un punto de vista ligeramente distinto, no se trata de un festejo, no se requiere una fiesta ni de bombos y platillos, sólo de recordar que las fechas son propicias para la conmemoración y que en las estampitas no hay matices para hacer memoria, esa forma inteligente de iniciar un diálogo.
http://edilbertoaldan.blogspot.com/