Chímpete, chámpata - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Narigón se ha robado un costal de naranjas y huye de la policía. Se encuentra a su compadre Galerita y le pide ayuda, éste le enseña una estrategia infalible para escapar: a cada pregunta que le haga la policía deberá responder “chímpete” y “chámpata”. Por supuesto, Galerita cobrará por sus servicios, así que le advierte a Narigón que una vez librado el peligro deberá compartir la fruta. La escena siguiente transcurre de acuerdo a lo planeado. Llega un agente e interroga a Narigón: cómo se llama, chímpete, usted robó las naranjas, chámpata, qué no sabe quién soy, chímpete, soy la ley, chámpata, creo que no es usted el ladrón, chímpete, hasta luego, chámpata. Galerita felicita a su amigo cuando se aleja el oficial, y exige su pago por el consejo. Desde luego, Narigón aprendió bien la lección: pues ora sí dígame dónde dejó la mitad de las naranjas, chímpete, no me haga eso compadre, chámpata, no se haga, chímpete. Narigón huye nuevamente, ahora seguido de Galerita (el original es de Javier Villafaña). 

Narigón y Galerita pueden ser Pánfilo o Manuelito, pueden llamarse socios, compadres o amigos, pero el meollo de la historia es siempre el mismo, burlar a la autoridad recurriendo a un galimatías desconcertante. 
George Steiner ubica en el siglo XVII el inicio del proceso de “abandono de la palabra” (en Lenguaje y silencio). La aparición de la geometría analítica y la teoría de las funciones algebraicas significan la mudanza de una civilización eminentemente verbal a una que abarca la realidad desde el lenguaje y desde las matemáticas (y la lógica simbólica y las fórmulas de relaciones químicas). Esta situación se acompaña de un indeseable adelgazamiento de nuestros vocabularios personales: la adopción y creación de miles de nuevas palabras no se ve reflejado en la cantidad de palabras que los ciudadanos comunes usamos día a día. Cada vez más decimos menos, y lo hacemos con menos palabras. No decir, no explicar, no pensar. Y aunque tal abandono ocurre incluso en la literatura, el lenguaje es vengativo y, como el Imperio, contraataca. La palabra no se quedará de brazos cruzados y defenderá los espacios que le quedan. Steiner agrega que aunque Joyce, O’Neill, Durrel o Faulkner demostraron que el lenguaje puede dar la batalla, no todo el trabajo puede quedar en manos de los escritores. Los hablantes debemos restaurar las palabras y arrebatarlas de la oscuridad a la que han sido condenadas por el discurso político. 
Las celebraciones a las que este año nos convoca —debido a nuestra obsesión con los números cerrados— han resultado descorazonadoras. La inauguración del ícono monumental del festejo, la Estela de luz, se pospuso casi un año —la razón: alguien revisó el proyecto y vio que todo estaba mal—. Por supuesto, tal monumento se construirá en la Ciudad de México, y también ahí se gastarán millones de pesos para el espectáculo del grito —porque como todos sabemos que no hay más ciudades en el país—. La Expo Bicentenario ubicada en Silao, Guanajuato, no escapa de las extravagancias; se trata de un espacio admirable en donde se presentan tres exposiciones de altísima calidad, y cuatro pabellones complementarios. No obstante, la nomenclatura es digna de atención: nada se llama Hidalgo, Allende, Morelos, Corregidora, Juárez —ah, porque aunque usted no lo crea, entre los “Bicentenarios” también está el 150 aniversario de la Reforma—, Zapata u Obregón. Y como cereza, roja, la zona central es un módulo enorme de la Coca-Cola —vamos, hasta yo que bebo classic, zero y light como si de agua se tratara, considero el detalle una falta elemental de decoro—. En cuanto a la “publicidad” no hay más que decir, puesto que ella misma no dice nada, sino que México es bonito y está lleno de mexicanos orgullosos de saber que son mexicanos. 
Pero ningún aspecto ha sufrido tanto como el discurso. Los cien años de la Revolución, los ciento cincuenta —por cierto, se dice sesquicentenario— de la Reforma y los doscientos de la Independencia han sido reducidos a “El Bicentenario”, así sin apellidos. Celebramos algo, eso es seguro, el problema es que a nadie parece interesarle qué. Por otro lado, la publicidad de algunas iniciativas visita lo inefable y ahí se queda; vea usted la aguda pregunta que se lanza: “¿Cuál es la esencia del México que quiere vivir en el futuro?”. Si esto no es suficiente para sospechar que ahí hay algo metafísico, lea algunas de las respuestas: “En donde la propuesta sea al crecimiento, a la mejora, a la investigación, a la educación”, “Un México lleno de oportunidades para todos sus ciudadanos”,  “Sin miedo, solidario, con paz” (a gritos, claro). Todo suena muy bien, y suena así porque ya todos lo dijimos, porque es lo que se debe decir, lo correcto. 
El centro alrededor del que giran los festejos ha sido enviado al olvido. Seguimos girando sin saber por qué, ni para qué. En México hemos huido del lenguaje con “eficacia y eficiencia”. No sólo permitimos que otras herramientas lo sustituyan, llegamos más lejos: dejamos cada vez más zonas de la experiencia humana en el abandono. Incluso nuestro discurso se ha alejado de la palabra: “Bailamos a todo dar / Un ritmo para festejar / Gozamos la variedad / De ser mexicanos”. Chímpete, chámpata.


Show Full Content
Previous Desarrollo social y seguridad pública será lo escencial
Next Reporteros gráficos hablan de sus experiencias en el oficio periodístico
Close

NEXT STORY

Close

Actos humanitarios podrán recibir mayor distinción universitaria en la Autónoma de Aguascalientes

27/03/2018
Close