Los motivos para insultar dibujan un amplio arco que va de la intención de lastimar hasta la burla, de la agresión al sentido del humor, en alguna parte de esa escala, las motivaciones para ofender al otro corresponden a la necesidad de protestar, de presentar una denuncia, desahogarse, incluso revelarse (El insulto: Estudio pragmático-textual y representación lexicográfica. Marisela Colín Rodea), el uso de un lenguaje ofensivo, la más de las veces, es la única salida que encuentra el ciudadano para expresar su desacuerdo con el estado de las cosas.
El embate diario que sufren las instituciones por el desempeño de los políticos, el cuestionamiento constante al modelo democrático al que empujan las acciones de quienes nos gobiernan y la falta de pericia ciudadana para responder a las agresiones de la clase política no suelen dejar otro camino que el del insulto, por eso debería ser considerado un arte.
Además de la pérdida de filo de las ofensas, desde el poder, los políticos con una absoluta falta de imaginación, maltratan las posibilidades del insulto cuando emplean su filiación partidista como agresión. Eso les basta, lejos estamos de frases verdaderamente hirientes como las que Homero hace usar a Agamenón contra Aquiles en la Ilíada: “Gordo de vino, que ojos de perro y corazón tienes de ciervo: ni una vez en guerra, junto con el pueblo usar armas, ni en emboscada ir con los óptimos de los aqueos osaste en tu alma; pues te parece que eso es la muerte”, o la acumulación de venenos con que Shakespeare hace que el Príncipe califique a Falstaff: “baúl de humores, esa tina de bestialidad, ese hinchado paquete de hidropesía, ese enorme barril de vino, esa maleta henchida de intestinos, ese buey gordo asado con el relleno en el vientre, ese vicio reverendo, esa iniquidad gris, ese padre rufián, esa vanidad vetusta”. No, en una demostración de falta de ingenio, lo más que llegan a hacer es llamarse, vociferantes por supuesto, ¡panista, perredista, priísta!
Si lo que nos queda es la exclamación solitaria quizá lo mejor que se podría hacer es convertir la ofensa en una herramienta, afinar la forma en que se realiza para que sea algo más que un llamado, que alcance un propósito, hacer efectivo el insulto y pasar del ¿Me estás oyendo, inútil? a un instrumento que permita cambiar las cosas.
No es tarea sencilla, a las pobres aportaciones de la clase política hay que agregar que insultamos de forma tan continua que, como señala Octavio Paz, incluso la más agresiva de las groserías, “a fuerza de uso, de significaciones contrarias y del roce de labios coléricos o entusiasmados, acaba por gastarse, agotar sus contenidos y desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la Nada.”
Para que no quede en palabras huecas, resulta indispensable ejercitarse en el insulto y así devolverle efectividad. Se cuenta con un enemigo a la altura: el cinismo.
La obscenidad descarada con que quienes llegan al poder violan las reglas merece el mejor de nuestros esfuerzos, si lo que nos queda es el insulto, valdrá la pena perfeccionarlo. De otra manera seguiremos presenciando espectáculos deplorables como los intercambios (vía Twitter) entre Manuel Espino y Javier Lozano o, en Aguascalientes, la actitud con que el regidor priísta Juan Carlos Zapata Montoya gasta más de 70 mil pesos del erario municipal para pasearse por España. Cinismo del que da cuenta el trabajo periodístico de Mauricio Navarro en las páginas de La Jornada Aguascalientes, quien de manera profesional revela a través de sus notas la ruindad con que los integrantes del Cabildo malgastan los recursos y, sin pena alguna, al ser cuestionados se hacen los sorprendidos: “voy a platicar con él y le voy a preguntar cómo le fue en ese viaje y qué beneficio tuvo para Aguascalientes”, declaró el regidor Jorge Brand Romo, para rematar con una idea brillante: proponer que se rindan cuentas pues ha llegado el momento de exigir cuentas a los regidores acerca del uso de los fondos públicos. O bien, ante el despilfarro, escurrir el bulto, como el presidente municipal, Adrián Ventura Dávila (quien también acudió a España a recoger La escoba de platino y junto con su novia se gastó más de 65 mil pesos) y declara que “más bien quien tendrá que juzgar la labor de los regidores, de un servidor, de los diputados y el gobierno; es la sociedad”. ¿En serio?
Así las cosas, reitero, habría que reivindicar el arte del insulto, asumir las consecuencias múltiples que tiene una sola palabra, para que sea la ciudadanía quien mande de viaje a los regidores, a China, por ejemplo, y emplear ese otro sentido que tiene nuestra grosería mayor, como señala Paz en El laberinto de la soledad: “La voz tiene además otro significado, más restringido. Cuando decimos ‘vete a la Chingada´’, enviamos a nuestro interlocutor a un espacio lejano, vago e indeterminado. Al país de las cosas rotas, gastadas. País gris, que no está en ninguna parte, inmenso y vacío. Y no sólo por simple asociación fonética lo comparamos con China, que es también inmensa y remota”.
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