Comenzaré por una obviedad: la conversación es un arte que requiere de toda la disposición de quienes participan en ella para que funcione, para que sea enriquecedor demanda nuestra participación en todo momento, implica reciprocidad constante, ya que es un mecanismo que no basta con echar a andar, es necesario mantenerlo con argumentos e interés, un descuido o la apatía logran echar abajo lo alcanzado, así de delicado es. Además de la dedicación absoluta que requiere de principio a fin, está expuesto a factores externos que en cualquier momento pueden echar abajo el trabajo realizado. Quizá la parte más difícil de la conversación es el arranque, hay tantos elementos en juego que el menor desliz nos niega la oportunidad de establecer un encuentro que valga la pena, factores como el tono en que uno se dirige al otro adquieren un peso desproporcionado ya que establecen los términos en que se ha de desarrollar el intercambio.
En este sentido, el compromiso del gobierno federal de establecer una mesa de diálogo de “alto nivel” para encontrar una solución a las demandas del Sindicato México de Electricistas no es poca cosa, al menos logró que suspendieran su huelga de hambre los catorce trabajadores que estaban en el Zócalo de la capital del país. A partir del lunes se buscará a través del diálogo resolver las tres demandas del SME: la entrega de la toma de nota a los dirigentes, la aceptación del patrón sustituto y el retiro de todas las órdenes de aprehensión.
El problema de este diálogo, más allá de las causas de los sindicalizados, es que en su inicio está marcado por señales nada propicias, no es ya un conflicto laboral sino político y la amenaza del fallecimiento de alguno de los catorce huelguistas convierte el ofrecimiento gubernamental en una medida desesperada, ya de índole humanitaria. Bajo qué circunstancias se establecerá un acuerdo que llegue a buenos términos, si apenas unas horas antes de que levantaran el plantón, además de la huelga de hambre, los trabajadores expusieron tres mantas con las siguientes frases: “Mi sangre por la nación”, “Sangre por mi empleo” y “Audiencia pública con Calderón”, las frases escritas con sangre. Qué les tendrá que ofrecer el gobierno federal, cuando la actitud de los trabajadores (la de los peones, no la de los dirigentes) tiende al martirio y está teñida por el fanatismo, al menos eso indican las declaraciones de Miguel Ángel Ibarra, quien dijo “tuve la bendición de ser elegido” de entre dos mil trabajadores que se ofrecieron para el ayuno y sobre Felipe Calderón señaló que “ojalá tuviera la mitad de la convicción que nosotros tenemos, si él realmente estuviera seguro de que lo que está haciendo está bien, sería afortunado”. Qué se puede negociar con quien arriesga su vida y lo hace convencido de que va a perder.
Resulta difícil comprender la convicción con que protestan estos trabajadores y la fe ciega que depositan en sus líderes, a quienes lo que más les interesa es recuperar no los empleos sino el poder de administrar los bienes y recursos de la organización sindical, la famosa toma de nota que les devuelve la representación jurídica de los peones que sacrifican con tal de mantener sus privilegios.
El ayuno de casi noventa días y las mantas con sangre fueron son formas de protesta que rayan en el chantaje, a ese nivel las ha denostado la actitud de los dirigentes sindicales, quienes en algún momento defendieron el derecho de los huelguistas a dejarse morir, cuando se supone que fueron elegidos para buscar el bienestar de sus representados. Sé que es políticamente incorrecto calificar de chantaje la huelga del SME, pero nada en las peticiones de la dirigencia justifica arriesgar así la vida de sus representados, nada fundamenta ese sacrificio, no al menos la actitud parasitaria de Martín Esparza, quien por más que señale que se trata de la defensa de los derechos de los trabajadores, no puede evitar que la codicia evidencie que lo que le importa es el manejo de las cuotas sindicales de más de 22 mil jubilados, entre otros recursos de la organización. No cuentan los sindicalizados con una representación digna de su convicción.
Si algo distingue al movimiento obrero en nuestro país es la avaricia de sus dirigentes, el manejo clientelar de sus representados, cómo los usan para su beneficio personal, es evidente la necesidad de revisar los mecanismos para evitar que los sindicatos sigan siendo plataformas para el enriquecimiento de sus dirigentes.
Por lo pronto, ya el secretario de Gobernación salió a decir que sólo se pactó la mesa de trabajo y el fin del ayuno, que nada se realizará fuera del estricto margen marcado por las leyes, de poco le servirán al gobierno estas declaraciones cuando con quien tiene que llegar a un acuerdo sabe que cuenta con la convicción fanática de sus representados, un dirigente cuya propuesta de diálogo es el sacrificio de los peones con tal de mantener sus privilegios. n
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