Las llamadas telefónicas operadas desde el call center para promocionar la venta de productos y servicios al consumidor, han invadido nuestra intimidad. Entran mañana, tarde y noche; los siete días de la semana. No importa si la señora de la casa anda en friega aseando el nidito de amor, haciendo la comida o lavando la ropa.
A los hombres y mujeres contratados por las empresas de telemarketing para ofrecer tarjetas de crédito; viajes de “cortesía” para visitar el Sol, la Luna y las estrellas; o seguros hasta para los pañales del bebé; no les importa si la pareja, en el sagrado día de guardar, están a punto de consumirse el mañanero… desayuno en la cama.
Ante el evidente encabritamineto de los usuarios telefónicos, entiéndase personas físicas, la Procuraduría Federal del Consumidor inició, en el 2006, la elaboración del Registro Público de Consumidores para inscribir aquellos números residenciales, celulares y de fax que no desean las llamadas latosas e inoportunas, obsequiosas del firmamento consumista.
Cuatro años después, la cruzada para aniquilar a la calamidad del siglo reciente, dio otro paso al publicarse el pasado 5 de julio, la Ley Federal de Protección de Datos Personales para sancionar a las empresas que transfieran información sin consentimiento de las personas, con multas hasta por 36 millones de pesos y penas de cárcel.
Con este Raid telefónico, los ciudadanos tendrán el control de su perfil y podrán exigir a las empresas (bancos, tiendas departamentales, almacenes de abasto, hoteles, escuelas, hospitales y un largo etcétera.) que no transfieran o vendan información contenida en su base de datos.
El Comisionado del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI), Ángel Trinidad Zaldívar, asegura que la “novísima” ley no pretende evitar la captura de información, sino elevar el estándar de seguridad en el manejo de las bases de datos y acabar con el “mercado negro” de estas plataformas comerciales, cuantiosas, si se considera que aproximadamente cada persona deja mensualmente 2 mil 500 datos propios, incluso, sin percatarse de ello (Milenio Diario, 15/7/2010).
Mientras se recaba la opinión de la industria (banca, telefonía, salud, etc.) para la elaboración del reglamento de la citada ley, y se escucha, seguramente, el derecho al pataleo de casi cien empresas agrupadas en la Asociación Mexicana de Mercadotecnia Directa, el escribano se dispone a conectar su contestadora telefónica; porfa, ya no llamen…
Recoda
Este es uno de los momentos más difíciles de la vida del escribano: apenas que el gran chamán de la cultura aguascalentense le empezaba a tutear tras dos décadas de conocerlo, cuando de pronto apareció el añadido luminoso al final de su joya periodística y todo se derrumbó dentro de su redondo ser.
Después de revisar los más de setecientos textos publicados a partir de 1978 —en la Organización Editorial Mexicana, por primera ocasión—, el escribano no encontró los nombres de Edilberto Aldán o de su calumnia (“Perdón por intolerarlos”) en alguno de ellos, por lo tanto, lamenta desilusionar a este editorialista al ponerse un saco que consideró de su propiedad. Vale al Paraíso recordar que en la vida es mejor saber, ignorar o preguntar, que acogerse al socorrido: “yo creí, pensé, supuse, imaginé, sentí, etc.”.
EA es el genuino representante de la incongruencia panista: ahora invita al diálogo, pero semanas antes sacó el filoso cuchillo de la denostación para descuartizar desde el rastro de la grosería que tanto abomina: “Otros padrastros demuestran su calaña, regodeándose en la humillación, no saben de la humildad del triunfador, califican los resultados de victoria apabullante, inobjetable, contundente, rotunda, aplastante…”. Si fue cierto el resultado y el desarrollo de la profesional campaña de Lorena Martínez, por qué no describirlo así. ¿Acaso mintió el escribano? No.
A la luz del periodismo de EA, cuanta razón el asiste a José Woldenberg, que ayer, en diario Reforma, escribió: “De tal suerte que los márgenes de impunidad de quienes glosamos la vida pública tienden a ampliarse y las capacidades de defensa de todos aquéllos a los que aludimos tienden a acortarse. Y ya se sabe, todo poder que no encuentra límites se acrecienta y expande. En esta situación no resulta sorprendente el incremento de la prepotencia en el comentario, el ensanchamiento de las descalificaciones, la proliferación de adjetivos denigratorios”.
Hace dos o tres meses, el escribano estaba bordado y tejiendo con unos amigos en la terraza del Starbuck de la avenida Colosio, cuando de pronto llegó el joven Aldán y pretendió —en medio de arrebatos y aceleres, muy propios de su cotidiano proceder— quitarles la sombrilla que les protegía del incandescente sol. Al darse cuenta de su prepotencia, miró a esos miembros al aire, integrantes del club del abuelito Andrés, les saludó sonriente (seguramente por su fallida fechoría), se disculpó levemente y pasó a retirase con las manos vacías.
Como el escribano es “tacaño para los argumentos e ideas”, según el cuentista defeño, se retira de esta simpática mesa de diálogo, compuesta por el alabardero del castillo de la pureza y el habitante de la isla de los malditos.
*Articulista invitado.