Un buen amigo, profesor de universidad, me comentó que sus alumnos asisten a clase con la expectativa de que lo imposible ocurra. Suponen, continuó, que es factible presentar como suyo un ensayo que no han escrito, reseñar y comentar textos que no han leído, y acreditar una materia sin haber estudiado. A pesar de que tal situación no me resulta por completo desconocida, tuve que contestar como Maradona cuando compararon un gol de Messi con el que él le anotó a Inglaterra en el 86: “exagerás”. Ya no estoy tan seguro. Aquí cuatro estampas a la Discépolo que me hacen dudar:
1. “¡Ignorante, sabio o chorro…!”
Por las tardes, un muchacho, hijo de los dueños de una tiendita cercana a mi casa, se encarga de atender el negocio familiar. Su uniforme lo delata, está en secundaria. Hasta hace unos días supuse que hacía su tarea en casa pues nunca lo había visto con cuadernos o libros —a pesar de que la clientela es escasa y el tiempo abunda—. Ahora sospecho que no sólo nunca ha hecho la tarea sino que ni siquiera ha oído hablar de ella. Ante un problema matemático ridículo (ocho pesos de una mostaza más siete cincuenta de una mayonesa) su intelecto se derrumbó, ni la calculadora fue suficiente para salvarlo. Después de diez minutos —es en serio—, derrotado me pidió que yo le dijera cuánto debía cobrarme.
2. “¡Todo es igual! /¡Nada es mejor!”
Un grupo de estudiantes de licenciatura opinaba sin ton ni son acerca del rol que juega la tecnología en el estudio de la lengua. Los disparates iban en aumento y nadie parecía tener ideas claras. La maestra, desesperada ya al percatarse de que los jóvenes no llegarían a ningún lado, les pidió silencio y les preguntó si sabían cuándo se había comenzado a utilizar la luz eléctrica. En la década de 1980, respondió alguien. Falló por poco más de un siglo. La maestra no se sorprendió ya que, unos meses antes, un alumno de otro grupo la había preparado para cualquier cosa: en una clase de italiano el joven se había mostrado incrédulo al enterarse de que la ciudad de Roma aún existe.
2. “¡Lo mismo un burro que un gran profesor!”
En la ceremonia de inicio del ciclo escolar 2009-2010, la presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Elba Esther Gordillo, leyó un discurso. El tema nacional era la influenza. La maestra Gordillo no podía dejarlo de lado, así que solicitó al presidente Calderón que se vacunara a todos los alumnos, maestros y directivos. Sin embargo, la seriedad del asunto se fue a pique debido a la incapacidad de la maestra para leer en voz alta. No pudo pronunciar la palabra “epidemiología”, dijo “influencia” por “influenza” y, la cereza del pastel, leyó —en dos ocasiones— AHLNL en lugar de AH1N1. Este último error es menos divertido que preocupante: el nombre de la enfermedad circulaba ya por todos los medios nacionales y comenzaba a desplazar al de “influenza porcina”. Quizá muchos, muchísimos, no lo supieran; pero quien leía era, repito, la presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, y quedó claro que no tenía idea de lo que hablaba, que no había revisado su discurso —que por supuesto no escribió— y que ni siquiera ve la televisión, escucha la radio o lee el periódico.
4. “Si uno vive en la impostura”
Hace unos días, Guillermo Sheridan denunció en El minutario, su blog en www.letraslibres.com, que José María Pérez Gay —ensayista, narrador, diplomático, germanista, etc.— había cometido plagio. La similitud entre el texto de Pérez Gay y el de Carlos Reis (en portugués), en este caso la víctima, no deja lugar a dudas, no se trata de una coincidencia. El caso es gravísimo pues se trata del texto que Pérez Gay publica con motivo de la muerte de su amigo José Saramago (La Jornada, 19/06/10). Peor, no es la primera ocasión en que Pérez Gay es atrapado “tomando” las palabras de otros: en 2007 usó una buena cantidad de texto de Wikipedia para su reseña de la película La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck, en La Jornada Semanal (3/06/07). La denuncia la hizo, también, Guillermo Sheridan.
Las razones que los autores agruyen para casos como éste van desde la inverosímil omisión de comillas hasta enconados laberintos retóricos acerca de que las ideas no tienen dueño. Cualquiera que sea el caso, no deja de ser incómodo que un personaje, por lo demás respetabilísimo, tenga que recurrir a estrategias tan cuestionables.
Y bue, mis dudas se han disipado. Así hacemos las cosas, queremos obtener grados académicos sin estudiar, un sueldo sin trabajar y ser publicados sin escribir. Para cerrar, ya no tan maradonianamente, terminemos el “Cambalache”:
“Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley…”