Para empezar, me presento, soy Ricardo y estaré en este espacio algunas veces. Agradezco a mis amigos de la Jornada la oportunidad y también la valentía para aventurarse en permitir que un escribidor de medio tiempo, ocupe un espacio, nada menos que tan cerca de experimentados redactores y analistas. Haré mi mayor esfuerzo y trataré de tocar temas que nos interesen a todos.
Comienzo mi charla escrita, diciendo que la semana pasada, leía un libro titulado, “Viaje al Centro del Hombre” del Dr. Carlos Llano. Pienso que la segunda vez que se lee un libro es mejor que la primera, sin prisas, con gusto, con calma. Es pues, que reflexiono sobre la capacidad que el ser humano tiene en sí mismo. Y me explico: la inteligencia lo hace comprender que está aquí en el mundo, vivo y capaz de hacer lo que le plazca. La voluntad le pide que haga lo que es propio de su humanidad, de su naturaleza.
Así pues, tomando este preámbulo, y combinándolo con la premisa de que el ser humano es un ser social por naturaleza, comprendo también que entiende —el ser humano— los derechos y las obligaciones que se adquieren con la vivencia en sociedad. Ese es el crepúsculo sobre el que se dan los hechos humanos: la vida en sociedad es un ámbito de luces y sombras, de encuentros y desencuentros, de soledad y de alboroto en medio del ruido de los hombres que le rodean a uno. Pero también de alegrías e ilusiones, de una vida llena de vida.
En uno de esos alborotos e ilusiones, el ser humano ha tenido que organizarse después de mucho batallar (recordemos los siglos de guerras, de propuestas jerárquicas injustas o incomprendidas, de momentos de lucidez y de tiempos de paz, que al final del recuento han sido los menos) y ha encontrado en una frágil conceptualización, su lenguaje común para poderse entender unos a otros: la democracia. Una forma buena y mala a la vez, incompleta según algunos, pero necesaria para la vida común. Buena porque nos permite elegir, mala porque la hemos convertido en un producto de cambio que ha resultado ser ineficaz y no para el control de las masas, sino para la búsqueda de un proyecto común con miras al futuro. La democracia es cortoplacista diría yo en algún foro, pero al final del día, es lo que hoy tenemos para entendernos.
Teniendo pues al lenguaje de la democracia casi nuevo —porque hasta el año 2000 no había cambios de poder presidencial y hoy no podemos seguir insistiendo en que la alternancia es democracia— y además, ya manoseado por los partidos, es necesario que nuestra perspectiva siga siendo firme: la vida en sociedad implica deberes y derechos. Y aunque hay quienes afirman que por ejemplo votar es un derecho, yo insisto en que participar en comicios electorales es una obligación. Es la obligación de quien va en un barco inmenso llamado país, elegir a los dirigentes de dicho barco para que los lleven a buen rumbo.
Entiendo también que los fallos han sido evidenciados: la democracia ha sido secuestrada por los partidos. Además, han convertido al voto —elemento de la democracia electoral— en un boleto con precio, que va desde una despensa hasta unos pesos por él, haciéndolo un intercambio más que un proceso de reflexión sobre propuestas partidarias y proyectos de visión próspera.
Sin embargo, votar, es un deber ineludible de conciencia. Y lo es, desde el momento en que nuestra sociedad, en su inmensa mayoría ajena a las cosas públicas, quiere ser culturizada por los partidos, para que siga así, anquilosada a una apatía crónica que la deja fuera de contexto, poniendo en manos de pocos, el futuro de muchos.
Por estas razones, el 4 de julio que celebraremos las elecciones en el estado de Aguascalientes y en otros 11 estados del país, será necesario que todos, a pesar de que los candidatos actuales no hayan “llenado su ojo” con sus propuestas, y que en algunos estados como el nuestro el proceso haya más bien sido de descalificación y difamación, salgamos a votar para mostrarle a los políticos, que al final del día, la ciudadanía está decidida a recuperar la democracia que le quiere ser secuestrada por unos cuantos. Si la ciudadanía no ejerce su obligación de votar, no tendrá el derecho de recriminar los actos que pudieran cometer los candidatos electos por las minorías.
El 4 de julio se juega algo más que un sexenio o un trienio. Se juega el futuro de Aguascalientes, y no debemos permitir que el miedo por los actos vandálicos de unos cuantos, o la indiferencia crónica aceitada por el mal funcionamiento de algunos servidores públicos, nos alejen de nuestra obligación. Los invito pues a que cumplamos con este deber y a que nos involucremos después, en exigir a los elegidos por la mayoría a que volteen a ver nuestro proyecto común, para que sea nuestra voluntad y no la de ellos, la que lleve al estado a donde queremos: el desarrollo humano y social de los que aquí vivimos.
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