- Descastada la corridita aguascalentense
Intrascendente fue la corrida de ayer, octava del serial sanmarqueño; para esto, la dehesa local de San Isidro “preparó” un encierrito de ocho toritos, de esos “amielados” para los actuantes, y que como puntal mayor fue manso a la vista general. El aspecto de sus cuerpos era de más bien novillos, incluso alguno defectuoso, el octavo, que llevaba una perchita sobre la cual se apreciaba un pitón demasiado visco. En algo salvó la honra de la casa el corrido en quinto sitio; fue un animal con mejor cuajo que sus hermanos y que pese a que al sentir los fríos filos de la garrocha del jinete cantó terriblemente la gallina, rompió con la muleta en embestidas con clase, nitidez y recorrido, debajo de lo cual se posó Antonio Barrera.Y así, cinco apenas cumplieron y tres huyeron lastimosamente al entroncarse con los petos. Francamente la presencia del encierro no correspondió a una plaza y a una feria que se auto pregona como de “la más importante de América”… aunque la oración encierre un gran mito.
Por su parte Ortega acabó de firmar el petardo de su paso por la feria; ciertamente tuvo un lote de mármoles, pero bien tuvo otras puertas en tardes anteriores. Su formato está ya desgastado.
Los hidrocálidos Barba y Adame han saldado la tarde con cierto decoro; el primero pudo haber cortado una oreja pero falló con el acero, y el segundo por lo consiguiente.
Rafael Ortega es una copia de él mismo; con el primer manso entregó una reiteración de lo que hace tiempo ha desgastado: “detalles intrascendentes con la capa, dos cuarteos y un violín, y con la sarga pases desligados. Mató mal y se tapó en silencio.
Con el quinto… “simplemente” editó una calca de lo hecho con el abreplaza… con la variante de que ahora sí en las gradas hubo grandes bostezos. Pitos le dedicaron.
A Antonio Barrera de siempre se le ha conocido como valiente; sobre esa plataforma levantó un trasteo meritorio y afanoso en el que hubo lances, gaoneras, derechazos y naturales, exprimiendo así al torillo que resultó inocente, soso y sin raza. Un pinchazo y la estocada trasera, junto con el descabello, evitaron cortara un apéndice. El toril desembocó de su túnel al sexto, un burel que limpiaría en algo los listones de la divisa. Deleitó con clase, fijeza y extensa embestida. Merecía mejor muleta. Barrera le corrió la mano en muchas tandas, sin embargo desajustadas, en recta línea, en lugar del toreo señorial, emocionante y en redondo. Por debajo estuvo el sevillano. Un pinchazo tras la estocada caída terminaron con el excelente ungulado y el diestro izó una oreja repelida por algunos en el tendido.
Fabián Barba protagonizó instantes buenos ante su primero, un bovino ejemplo de lo que es clase y obediencia sin casta. Variado con el engaño de recibo el diestro, al tomar la muleta el error de “obligar” al cuadrúpedo a embestir en los medios, lo que un toro desrazado jamás hará. Salió al tercio el coleta posterior a que señaló un pinchazo y dejó un estoconazo con decisión. Difícil fue su segundo; Fabián entonces no tuvo más que expresarse decoroso y empecinado por sacar cierto partido. Por ello se llevó un par de sustos, pero también aplausos cuando se deshizo del peligroso animal de estocada caída. Luego dio una vuelta al redondel bajo su riesgo, entre división.
Joselito Adame, en tanto, estuvo deseoso y atinado tanto con la capa como con la muleta delante del primero de su lote, un bicorne manso, rajado y que según avanzaba el trasteo desarrollaba sentido. El decoro del coleta ahí quedó, pero fue reprochable el uso que hizo de la toledana y se le volteó el público. El octavo fue otro torillo al que faltó raza; por el pitón diestro se metía y por el izquierdo se empleaba mejor. Tardo era sin embargo. Joselito le toreó sabroso con la capa, y ya sacada la sarga, aunque seco, se vio afanoso, y nuevamente decoroso. Mató de estocada casi a manera de golletazo previo a un pinchazo arriba.