- El galo salva la quinta corrida de la basura
- Cinco bueyes para la siembra arreó Teófilo Gómez
La quinta corrida del ciclo taurómaco de la feria de San Marcos iba en la clara ruta del fracaso gracias a que la ganadería de Teófilo Gómez mandó desde sus potreros a cinco reses mansas, tanto como para las venideras siembras; solo el primer ejemplar observó algunas cualidades, como clase y cierta nobleza. Encierro mezclado realmente al cincuenta por ciento, registrando cuatro –contando el obsequio de Zotoluco- toros bien armados, no rematados bien en el pesebre, sin embargo, y tres bovinos que inmerecidamente pisaron el círculo de la “Gigante de Expo-Plaza”, ya que no contaban con trapío y si con hechuras de jóvenes.
La entrada merecía más; el coso estaba repleto a favor de dos cosas: la fecha y Castella. Pero nada pasaba de triunfos cabales por el descastamiento, y al inicio de la función por la presencia de “Barbas de Oro”; no obstante el diestro Francés tuvo la buena idea de obsequiar un séptimo astado, arriesgando mucho ya que aquel provino de Bernaldo de Quiroz, al que por error –ya que esta dehesa no tiene como normativa moral ni la casta ni el trapío-, le salió un toro bravo, con clase y recorrido, consonantes con la buena construcción morfológica que presumió. Y Sebastián se dio a torearle con arte, finura, facultades y atino técnico. Su manera de convertir en cuadros sedosos y de indescifrable trazo torero los momentos de aprieto, emociona a los entendidos y alegran a los neófitos. Así fue, el espigado espada mostró el “Arte de Cúchares” por ambos flancos, en los que el de Bernaldo se iba en extensas y enrazadas embestidas. Si en los dos primeros tercios arrolló con potencia respetable, se entregó a la poderosa muleta del extranjero, quien dio toque sutiles en forma, pero mandones en efecto. Mató al buen ejemplar, que ganó el halago de la vuelta al ruedo a sus restos, de una media estocada bajita y traserilla, suficiente para levantar las orejas.
Zotoluco tuvo una satírica actuación ante el cuarto, cuando ya antes algo rescatable, muy poco, se le apreció; fue un trasteo de esos que gustan a los de las colonias, sin clase ni categoría, lleno de rodillazos antecedidos de cierto sabanazo sin estética ni cuadratura. Pero al pinchar perdió la fortuna de ser premiado; por esto regaló un octavo, de la dehesa titular, manso para no variar, ante el que se vio empecinado por el triunfo, y logró cortar una oreja tras del bajonazo con el que se deshizo de la indeseable res.
Rafael Ortega quiere centrar todas sus actuaciones en el segundo tercio; tiene el formato hecho: dos cuarteos y un sesgo al violín. Pero más allá no avanza y menos en una tarde como esta en la que se estrelló con un lote absolutamente imposible. Con dos silencios acabó su paso en la función a comentario.