Históricamente la idea de la tolerancia surgió como precepto moral para propiciar la existencia pacífica de las diferentes religiones que por mucho tiempo se vieron inmiscuidas en cruentas luchas. A raíz de la Revolución Francesa, la tolerancia se adoptó como el fundamento ético del estado democrático desde la perspectiva de la libertad política del ciudadano. La tolerancia adquirió con el pensamiento liberal, un significado nuevo al identificársele con valores, grupos e intereses y el pluralismo de los mismos.
La tolerancia es, entonces, una expresión ética del derecho que promueve el sistema legal como piedra angular y fundamento de la democracia; un sistema de convivencia en el que la discusión y la persuasión se respetan como expresiones cotidianas de un régimen democrático; un sistema en el que las minorías han dejado de ser excluidas del mosaico social porque ya no son consideradas como amenazas para el orden establecido sino como fuentes de soluciones a problemas añejos.
Tomándome una libertad personal (dos en realidad, al iniciar un enunciado con gerundio), quiero comentar lo que una de mis hijas repite constantemente: “Cada ser humano es único, irrepetible y por lo tanto, invaluable.” Perseguir al que es diferente pretende acabar con esos valores de unicidad que cada uno poseemos y someter a los demás a la versión de la verdad personal de tipo absoluto en una actitud de intolerancia total. Los prejuicios y las discriminaciones de cualquier tipo, y de los cuales está plagada la historia de la humanidad, son manifestaciones de intolerancia, de totalitarismo, de conductas atávicas que cobraron, como en otras latitudes, vidas irrecuperables en el transitar de nuestro país hacia la democracia.
El ejercicio de la política debe reconocer en la tolerancia el valor que indiscutiblemente puede propiciar el diálogo dentro del respeto. La discusión de las ideas, de los programas, de las metas… debe estar orientada a que el elector, inmerso en un Proceso Electoral como el que estamos viviendo en Aguascalientes en estos momentos, pueda libre e informadamente determinar qué partido político y/o qué candidatos responden mejor a sus intereses, anhelos, gustos, inclusive, a sus emociones. Descalificar al adversario por su aspecto, su familia, sus amigos, su posición social, sus características personales entre otros criterios de exclusión, lleva únicamente al desconcierto ciudadano que espera con avidez un debate de ideas y una propuesta concreta de soluciones a su problemática exclusiva y a la problemática social que determina su entorno. Los prejuicios son, en la gran cantidad de los casos según afirman los estudiosos de la psique humana, fantasías más que realidades que no deberían existir ni en la argumentación ni en el discurso político.
Respetuosamente me permito invitar a los contendientes a puestos de elección popular que el próximo 4 de julio elegiremos en Aguascalientes, a recordar que la tolerancia es más una actitud de vida que una idea y que se ejercita al respetar al “otro” con la misma intensidad y con el mismo alcance que me gustaría ser respetado.
Y si esto no sucediera y hubiera candidatos que haciendo caso omiso de este fundamento ético del Estado mexicano y de la democracia eligieran la descalificación del contrincante, como simple ciudadana veré con desencanto su campaña pero con tolerancia respetaré sus expresiones.