México sigue viviendo de mitos, espejismos y fogonazos que en escaso tiempo se diluyen de la memoria; el público taurino muchas veces confunde lo que ve con lo que quiere ver, y consecuentemente exalta sus manifestaciones de alegría, así no haya motivos reales para ello.
Ayer se dio la séptima corrida del serial taurino sanmarqueño ante una entrada nivel mejor que buena –lleno en sombra y más de medio aforo en los tendidos señoreados por el astro rey–. Para esto, la dehesa de San Miguel de Mimiahuapam mandó un encierro sin presencia. Como remate mansos de concurso…
“Zotoluco” en su segundo hizo el halago del pueblo con un trasteo antiestético, vulgar por momentos mezclándolos con otros valederos. Cortó una oreja y todos felices.
Garibay mientras tanto le siguió el guión al de Azcapotzalco, es decir “azotolucándose”, y también logró levantar un apéndice del que cerró la fiesta.
La parte mala se le llevó “El Juli”, al sacar en el sorteo un lote indeseable.
“El Zotoluco” se reveló tomando providencias, dejando con la capa un pequeño detalle a forma de recorte. Sacada de la espuerta la muleta, poca tuvo presta la voluntad para entenderse limpiamente con la “gentileza” y sumisión del torillo; éste acabó por aprender que dejaba algo atrás. Luego de una serie de muletazos desunidos, el público le replicó con pitos, los que aumentaron al ponerse pesado con las armas.
Con la intención de no defraudar a sus seguidores, se apersonó en la arena para hacer lo suyo ante el cuarto del festejo, un bovino incierto que manifestaba dos buenas embestidas y enseguida acortaba la tierra, se retornaba en los miembros delanteros y lanzaba un hachazo. Primero lanceó aliviándose al usar el capote, y al armar la muleta animó a los de las butacas “baratas” con la fórmula que ya de hace años tiene dominada: “pases de expulsión, pierna de salida atrás, despatarrado vulgarmente y algún molinete a mil revoluciones”. No faltaron varios derechazos toreros. Una oreja levantó incongruentemente, pues la estocada resultó horrenda –caída, delantera y tendida–.
Un señorial petardo representó el primer astado del madrileño Julián López “El Juli”; su acometida impropia de una res de lidia, enfadó no solo al diestro, que pese a su enorme solvencia técnica nada logró hacerle, si no al buen pueblo que todo aguanta. Otra cascada de abucheos se oyó en el coso cuando pinchó varias ocasiones, no deshaciéndose del mal bicorne si no con un descabello.
A su segundo lo digirió atinadamente con doblones excelentes, aunque ante el descontento global, ya que el multicéfalo no está preparado para diligencias de dominio. El de Mimiahuapam, que corría su testa con fuerza tremenda en faconazos hacia el cielo, no merecía más. “Juli” hubo de soportar ofensas en coro por haber estado, además, mal con el falange.
Ignacio Garibay voló trabajosamente en un insoportable ventarrón de mansedumbre. El catalizador para la total desilusión de los que pagaron un billete de acceso a la plaza, fue el desgano y olvido de la lidia del espada. Un bajonazo mortal dio fin al pésimo trago que fue el primero de su lote.
Y organizó la desordenada fiesta con el que cerró plaza; le saludó con incontestables verónicas y quitó por regulares tafalleras, desaplomando un punto su figura; ya en el tercio de muleta protagonizó rodillazos, jergazos sin ritmo, muletazos otros llevando a metros la embestida del bóvido, y mandando a éste a metros; así igual lo pasaba de su cuerpo… allá, en donde el riesgo y la emoción cabal se desmoronan. Cobró una estocada caída y el juez, atinadamente, le dio una oreja; sin embargo la demanda para que diera la otra fue mayoritaria. Como el segundo pañuelo albo no apareció, la bronca fue de órdago. La decisión del juez fue mal entendida por los feriantes…