¡Ya cámbienle! - LJA Aguascalientes
15/11/2024

¿A quién no le gusta llegar al hogar, sentarse en un cómodo sofá y encender la televisión para perderse horas en su amplia programación?
Probablemente existan pocas excepciones que dirían no y más aún en nuestro país, en el cual existe un promedio de seis horas diarias de audiencia televisiva por persona, un número absurdo que representa una cuarta parte del día, que se convierten en 91 días y seis horas en un año.  ¿Todo ese tiempo para ver lo mismo que nos ofrecen una y otra vez las dos grandes empresas televisivas del país, con los mismos actores de siempre?

Las historias son constantes, las variaciones son mínimas y los actores que encarnan los personajes ficticios son los mismos, todavía vemos a Lucero y a Fernando Colunga en repetidas ocasiones y para colmo protagonizan las mismas historias de hace diez o veinte años. Es difícil creer que la creatividad de guionistas y productores se limite a buscar generar telenovelas con el mismo mensaje, inspirados en Cenicienta, brindándole esperanzas utópicas a la sociedad.

Es importante que exista dicha esperanza en un país en el cual no existe la prosperidad que quisiéramos. Para la gran mayoría de los mexicanos es una vida difícil, con la necesidad de realizar esfuerzos que en algunas ocasiones obligan al trabajador a arriesgarse a sufrir algún accidente y tener una calidad de vida lejana a la dignidad humana, pero la televisión lejos de reflejar esta realidad, brinda un mensaje de cuento de hadas.

Ya la conocemos, una y otra vez nos han contado la historia de la hermosa joven que vive en pobreza y trabaja arduamente para sacar adelante a su familia. Después entra en escena el galán Juan Roberto Antonio, heredero de una gran fortuna, pero se siente incomprendido y poco amado por su familia. Eventualmente se conocen, se enamoran y existe un proceso en el que la villana finge un embarazo, acusan erróneamente a alguno de los protagonistas y termina en la cárcel, o intentan terminar con la vida de alguno de los dos, para eventualmente llegar al momento que todos esperan con ansias: El final feliz con la boda y las letras en cursiva ‘FIN’.

Regresamos a la vida real, en la cual no existe ese final feliz, la estadística es cruda, existe un número de catorce divorcios por cada 100 matrimonios y es difícil ver que la ‘muchacha’ se case con el dueño millonario de la mansión. Es injusto que sólo reciban este mensaje los mexicanos, de los cuales sólo algunos, con las circunstancias adecuadas y las casualidades debidas puedan lograr vivir un poco de lo que ven horas y horas cada día.

“Yo hago televisión para jodidos, porque México es un país de jodidos”, palabras inmortales de Emilio Azcárraga Milmo, las cuales solamente reafirmaron lo que ya sabemos, mientras la clase baja continúa consumiendo la basura de estos líderes de opinión, los grandes magnates continúan viviendo cómodamente sin la preocupación de modificar su programación para ofrecerles mejores productos a los televidentes. Es fácil comprobar las palabras del fallecido empresario, basta con acercarse con el personal de aseo del hogar y preguntarles acerca de las novelas que se trasmiten actualmente, seguramente conocerán todos sus personajes, historias y actores que participan en ellas.

La historia de las telenovelas alcanzó los 50 años y es difícil imaginar que no exista un cambio significativo en el contenido. La moda evoluciona y la televisión es el principal causante de dicho fenómeno. Lo que vemos, es lo que consideramos adecuado para congeniar en una sociedad en la que buscamos entendernos y vivir de acuerdo a los estándares ya presentes desde antes de nuestro nacimiento. Existe una impresionante tendencia por representar lo que se plantea en el discurso y el engaño televisivo en el cual hemos caído por lo menos alguna vez. No es necesario regresar décadas para comprobarlo, sólo basta con una mirada al contenido de años recientes, por ejemplo el fenómeno que representó Rebelde. Sus seguidores eran millones y sintonizaban la novela que alargaron durante más de dos años, sólo para consumir las historias de jóvenes de familias acomodadas que daban vueltas y vueltas en una vida vacía. La historia continuó sin dejar un aprendizaje que marcara a los ciudadanos o reflejasen personajes bien trabajados con los cuales los televidentes nos pudiéramos identificar realmente.

Lo socialmente aceptado se reduce a lo visto en este tipo de programas, que para algunos pueden ser entretenidos y para pasar una tarde sin ocupaciones, pero para otros representa un eje central en su existencia, un porqué fundamental en su vida que no le ofrecerá más que una ilusión de lo que pudiera ser su presencia en un mundo perfecto.

Cada vez es más grande el mundo del entretenimiento y el alcance del mismo ha cruzado barreras para ofrecer a la gran mayoría de la población mexicana los productos que al final del día son un negocio y se continúan tratando únicamente como tales. La televisión tiene una visión muy particular: el generar millones de pesos que el público consumidor difícilmente verá y marcar lo socialmente aceptado en el país.


¡Es necesario un cambio! La costumbre es lo más cómodo, el cambio representa dinero y esfuerzo que difícilmente alguien realizará. Es una lástima y una ilusión difícil de cumplir de parte de los que no poseemos el poder o los recursos para lograr dicha revolución. Sabemos que existe televisión más inteligente, basta con asomarnos a la ventana de nuestro vecino Estados Unidos y tendremos la oportunidad de consumir series televisivas que nos dejen un mensaje más profundo, sin la misma farsa de los productos mexicanos. Existe el talento necesario de creadores para realizar historias diferentes y aunque no sería un cambio inmediato, no es imposible de lograr si se camina paso a paso.

Lo más fácil es continuar con el engaño y utilizar la fórmula que se ha venido modificando solamente un poco a través de los años. Cenicienta es un personaje ficticio que no refleja en lo absoluto la situación del país. Los líderes de opinión lo saben y algunos incluso se aventuran a comentarlo cínicamente sin importar las consecuencias que probablemente serán mínimas. ¡Ya cámbienle!

*Colaborador invitado


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