N
ada como el error para convocar la atención de la masa. Bastan una distracción y el infortunio para convocar una multitud. Un hombre baja del camión en el momento equivocado, una mujer cruza la calle sin utilizar el puente, en el mapa del mundo alguien se coloca en la posición precisa en el momento justo y el accidente ocurre. Sobre la ciudad queda un cuerpo tendido y a su alrededor las miradas, siempre los curiosos. Si es un incidente de tránsito, inevitablemente, los autos bajarán la velocidad para poder echar un vistazo a lo que ocurrió, ¿a quién atropellaron?, ¿por qué chocaron?, ¿quién tuvo la culpa?, ¿está muerto?, pobrecito, míralo… Casi siempre es difícil captar otra cosa que no sea un fragmento de esa alteración de la normalidad, detrás de las piernas de los policías, de los paramédicos, de los realmente involucrados, sólo pedazos de la víctima: un pie sin zapato, un brote de sangre, un miembro en postura imposible y, sin embargo, los curiosos estiran el cuello para ser testigos de algo, de lo que sea, sin importar que al detenerse perjudiquen al otro.
Morbo, de qué otra manera calificar esa actitud que se traduce en millones de miradas sobre la desgracia ajena, ojos muertos que contemplan la nota roja, todo el tiempo, ayer: la mujer apuñalada por el novio celoso, la niña secuestrada abandonada en un lote, el cuerpo en descomposición de un desconocido, hoy: el caso Paulette. Los medios que en respuesta al interés malsano de los espectadores, no han cesado de alimentarlo con fotos, artículos, entrevistas, horas y horas desperdiciadas en explotar la tragedia de una niña muerta.
La televisión transmite una y otra vez la reconstrucción de los hechos. Vende basura: vea la profundísima investigación periodística que se reduce a comentar la altura a la que se encontraba la colcha. Presencie las entrevistas inútiles, los comentarios estúpidos en tono demandante. Escuche al amigo del hermano del primo que está casado con la sobrina del vigilante que esa noche no fue a trabajar pero tiene sus sospechas. Los sondeos de opinión del hombre común que encuentra en ese ejercicio una oportunidad inmejorable de aportar sus rebuznos al ruido.
No creo, como ha dicho Carlos Marín, que la cobertura noticiosa a la muerte de Paulette Gebara Farah sea la reivindicación de la nota roja, ni la oportunidad de los medios para proporcionar una investigación que ponga al descubierto la ineptitud de las autoridades (de todas y cada una, además, como si eso fuera necesario). De nueva cuenta, los medios han sido irresponsables en el tratamiento de la información, lanzan alimento al chiquero de nuestra atención, no hay un intento por contribuir al descubrimiento de la verdad, de lo que se trata es de hacer zoom al párpado tembloroso, destacar la ausencia de lágrimas, reconvenir a las autoridades por el desaseo con que tratan la presunta escena del crimen transmitiendo desde el lugar de los hechos. Otra vez los medios convertidos en circo del dolor, con una facilidad impresionante de convertirse en dedo flamígero, en mucho gracias a la inercia con que los espectadores recibimos el bolo de basura.
La necesidad de justificar el tiempo noticioso dedicado a esta muerte incluye la invitación a leer entre líneas, como el caso se investiga en el Estado de México, del desempeño del procurador Bazbaz depende el futuro político de Enrique Peña Nieto, ¿en serio?, entonces por qué el tono y la insistencia en que los ricos también lloran, ¿dónde está el análisis que permita esa conclusión? Evidentemente no es necesario, a los opinadores nos basta con escribir que dicen por ahí, que los rumores señalan, que las malas lenguas rumoran… Los medios se lavan las manos de su responsabilidad social subrayando que presentan los hechos tal cual, y en la imagen, una reveladora toma de una sala lujosa donde deambulan los investigadores.
Perogrulladas: la muerte de esa niña debería ser aclarada, debería tener buen fin y hallar al o a los responsables, exactamente igual que en los miles de otros casos, debería ser atendido con la misma velocidad que los muchos otros muertos, la justicia debería aplicarse como en todos los incidentes de este tipo, pero el caso Paulette es el sabor del mes, sólo eso.
El morbo vende, lo propicia y alienta nuestra actitud ante esta forma de manejar las noticias, lectores, espectadores, el público es cómplice del ejercicio obsceno que los medios califican de información.
En el fondo (que siempre es la superficie) la atención volcada a esta muerte nos dibuja como los irresponsables curiosos que podemos ser, esos que bajan la velocidad para alcanzar a ver algo, lo que sea, mientras el mundo sigue su curso, mientras millones se han negado (por lo que sea) a registrar su teléfono celular y corren el riesgo de que les cancelen el servicio, o se pasa a la congeladora la propuesta de Ley Federal de Telecomunicaciones y Contenidos Audiovisuales, o en Mexicali se suceden miles de replicas a los sismos con sus consecuentes víctimas, o los municipios incumplen las reglas del juego y se olvidan de sus obligaciones con la transparencia, o, en Aguascalientes, el capricho de un gobernador irresponsable lo hace declarar sin vergüenza que puede hacer lo que se le pegue la gana con los recursos para los municipios, o un funcionario de tercera de la SEDEC rebuzna que a las tiendas de abarrotes les “hace falta entrar al esquema del código de barras” y deben incrustarse en la globalización, o un candidato a gobernador reduce su oferta política a pedacitos de caca (eliminar la tenencia), y nosotros, distraídos, tendemos la mano, con toda la atención puesta en la pantalla, en la enésima dramatización de la especulación.
Afuera el mundo ocurre y pide que nos involucremos, pero estamos muy ocupados jugando al jurado, en la tarea inútil de intentar saciar nuestro morbo.