- La afilada faca del quinto, “Navegante”
Sí, cada uno de los rincones de la “Gigante de Expoplaza” fueron invadidos por el drama ayer por la tarde; la gran figura mundial del momento, José Tomás ha sido gravísimamente cornado por “Navegante”, astado quinto de la tarde que en su testa llevaba un par de afiladas facas; apenas al rematar por el flanco izquierdo una segunda tanda, el de Santiago se retornó sobre sus patas delanteras, tiró certeramente un derrote que encontró blanco a la altura de la pierna izquierda del místico diestro, justo diez centímetros debajo de la ingle.
Cuando un ensordecedor clamor surgido de las miles y miles de gargantas del público que llenó hasta sus tejas el coso, el “Príncipe de Galapagar” había caído boca arriba, sobre la arena, en litósfera cercana al burladero de matadores; de manera inmediata su roja sangre materialmente regó el piso. La gente cercana al anillo no necesitó ver más para evaluar el percance. Se trataba de algo muy grave. Cuando le levantaron, en ese sitio se podía apreciar un charco impresionante.
Algunos monosabios, entre ellos José Inés Limón, “El Bigotes”, levantaron el cuerpo del torero caído y emprendieron el urgente viaje hasta la enfermería, cuyo trayecto quedó marcado por el púrpura líquido que translucía la entrega absoluta y religiosa de un torero sencillamente de rango inclasificable. Aquella fuente que manaba, consternando a todos los presentes, era el precio de esa extraña entrega.
En una irresistible escena en la que todos fueron invadidos por el pánico, sólo el diestro mantenía la calma y se la pedía a los que le rodeaban.
A su nombre se llenó el coso, y se pudieron experimentar contrapuntos emocionales a él mismo. Cuando abrió la capa ungida, acariciadora y estrujante, recibió a su primer astado. Alrededor de su inerte efigie, gravitó un raro y mágico conjuro; ante ello hasta Eolo se estrelló, y con la mano baja del torero, que casi acariciaba el suelo con los nudillos, fueron resultando como de un venero inagotable, los muletazos inexplicables, tras los que hechizado, con buen estilo iba el toro, el cual se desplomó por los efectos de tres cuartos de acero que dejó el coleta, quien como premio levantó una oreja, en tanto que la generalidad de los reunidos exigían las dos, y que por su puesto merecía. Toda expresión ahí era armonía de fiesta, alegría y tragos largos de bebidas folclóricas, algarabía absoluta. Se había visto la labor de un diestro complejo de explicar con palabras. Se necesitaría otro idioma que nos lo legaran nuestros dioses viejos.
Pero Tomás enseñaría el otro rostro de la tauromaquia, el del dramatismo con la sangre que se riega, dando así una ofrenda bárbara e ineludible al dios Taurus.
Siglos tardaron en sacarlo de la enfermería de la plaza, los cuales su padre llenó con llanto.