- Sergio Flores y J. Camilo Alzate
La pasta del libro sanmarqueño-taurino que en la primera semana de mayo quedará escrito, se ha levantado; ayer las rejas de la “Gigante de Expo-Plaza” se recorrieron para dejar entrar a sus entrañas de cemento a forma de gradas generosas, a un entusiasta público que hizo un estupendo reunido de más de medio aforo, sin considerar las partes generales.
La dehesa encomendada de proponer las reses, fue la zacatecana de Boquilla del Carmen, la cual arreó desde sus agrestes potreros un encierro uniforme en tipo, de buenas carnes, demasiado cómodo y agradable para los actuantes, sin embargo humilde de testas y muy justo para la afición. Lo más lamentable, por encima de lo escrito, fue que la novillada resultó descastada; tres se dolieron a los filos de las puyas –primero, tercero y quinto-, dos cumplieron –segundo y cuarto- y el sexto recargó, con el agregado que fue pitado en el arrastre el tercero.
De la crítica se salvó el corrido en cuarto sitio, ya que con claridad embestía enclasadamente y además resultó obediente, por lo que sus restos fueron despedidos al calor de una cascada de aplausos que en reconocimiento escaparon del respetable.
Fernando Labastida tuvo sol y hielo; ante su primero se le observó digno y torero, pero con el cuarto se destempló y quedó debajo de las buenas condiciones del ungulado. Fue en suma mal balance para él.
Sergio Flores, que se presentó ante el juicio de los aguascalentenses, sumó silencio y vuelta al ruedo; el joven tiene buen estilo, maneja con temple las jergas, sin embargo llegó inflamado de más y para la mayoría de los aficionados dejó cierto vacío. Su estética es incuestionable, pero de igual manera su escasa sustancia en la médula de la tauromaquia.
Juan Camilo Alzate por su lado ha sido el mayor triunfador de la función; gracias esto a su enjundia y hambre al escudriñar el triunfo. Una oreja empuñó del que cerró plaza, la cual alegre paseó al hilo de las maderas.
Levantó la tapa de este ciclo ferial el potosino Fernando Labastida con una digna actuación; manejando el capote hizo un combinado limpio, y con la sarga se sobrepuso con gusto y temple a un adversario seriamente complejo, que se quedaba corto, lanzaba el guadañazo arriba en el último tiempo del pase… pero que trasmitía esas desvirtudes. Señalado un pinchazo, ejecutó media estocada tendida, y posteriormente fue halagado con una salida al tercio.
El cuarto, con su clase y obediencia, recompuso en algo el mal juego que habían dado sus anteriores congéneres; pese a que el joven de San Luis externó pases templados, pero desunidos y sin embraguetarse, quedó a desnivel del bovino, escuchando por ello varios mensajes de ¡toro!, y sufriendo tontamente dos arropones además de ser advertido con un par de avisos. Para colmo sufrió para consumar la suerte suprema y el saldo fue un silencio del respetable.
La parte central de la presentación del tlaxcalteca Sergio Flores fue la estética de su primer trasteo, sin embargo éste resultó modesto en fondo. Así, ruecó varias series, pero sin llegar a explotar totalmente la faena, lo cual el bovino habría permitido sin problemas, pues bien se dejó hacer las cosas. Lamentablemente ejecutó una estocada atravesada y contraria y tres descabellos, caso que le redituó un respetuoso silencio.
Dentro de la laguna de mansedumbre que fue su segundo, lo mejor lo otorgó con chicuelinas para recibirlo, y con la sarga, intermitentes pases templados por los dos laterales. No llegó la emoción absoluta sin embargo, como respuesta a que usó en demasía la punta de la franela e interpuso mucha arena entre su órbita y la del enemigo. De cualquier manera, ya éste bastante enterrados sus miembros en la superficie del ruedo, invadió sus feudos. Mejor premio que la vuelta al círculo hubiese ganado si no es que pinchó antes de dejar una buena estocada.
Las intenciones de triunfar de Juan Camilo Alzate, exaltadas primero en un par de lances postrado de hinojos a portagayola, se truncaron ante la mansedumbre compacta de la res. Su escasa raza quedó demostrada en el momento mismo que asomó sus pitoncitos sobre la raya de toriles; en el último tercio encajó sus cuatro remos y todo lucimiento fue imposible. El joven extranjero, para remate de males, batalló para matarlo, hasta para oír un recado de trompeta. Palmas tibias le dieron de consolación los reunidos en las gradas.
Al recibir al cierraplaza quemó el anillo con cuatro afarolados de rodillas y nuevamente portagayola, más verónicas y un total de cuatro gaoneras con un giro de prólogo a éstas. Después armó su sarga y dio el perfil que debe ofrecer un novillero: “ansias por el triunfo”… careció su faena, por otro lado, de proyecto y sustancia, cayéndosele por ende y hasta siendo víctima de un arropón. Concluyó su actuación con media estocada tendida de consecuencias mortales tardías, pero siendo recompensado con el apéndice ya mencionado.