Hoy José Guadalupe Adame, “Joselito” en el espacio taurino, dio su perfil sustancioso, el de concentrado taurinísimo y valioso; el final de una corrida extensa, la primera del serial sanmarqueño, fue el rostro alegre del joven que orgullosamente y en legítima actitud fue levantado en hombros por los exaltados aficionados que antes, con sus trasteos, se emocionaron al ver las toreras acciones del joven que, ahora sí, ha convencido a sus paisanos de manera total.
Ignacio Garibay, mientras tanto dejó esfumar quizá tres orejas por haber desenfundado armas sin filo y por haber dejado decaer la faena a su segundo, un buen toro que hizo romper inteligentemente en el segundo muletazo.
Por su lado el extranjero Castella ha sufrido por momentos ante un lote con escasas cualidades; su primero fue sólidamente manso y su segundo violento. Eolo, en su papel, también le molestó tal vez más que a sus alternantes.
Un par de explotaciones de lidia –Fernando de la Mora y Campo Real- completaron un encierro en evalúo global, bien presentado, en el que sobresalieron cuatro toros, tres del primero y uno del segundo. Con los jinetes cumplieron todos y en la muleta resultó muy bueno el cuarto, quemado con la figura de Campo Real, que fue halagado con el arrastre lento. Adornó el ruedo con una lámina excelentemente bien cortada, su capa cárdena nevada y denotando su adulta y plena edad.
El diestro Ignacio Garibay desenvolvió su capa para dejar con ella una labor completa, de recibo a la verónica y por chicuelinas andantes al poner al astado en suerte. Después se dedicó a torear con la muleta armada en la diestra, con gusto y fino trazo, correspondiendo así, en parte, al buen toro, a su clase y bondades. Concluyó la intervención con estocada caída y atravesada, asunto que trastornó una posible oreja y provocó sólo la salida al tercio.
No obstante que su segundo apareció manifestando comportamientos inciertos, se expresó con fineza en varias verónicas. El trasteo muleteril fue superior; la torería y recursos, ganando la intención al burel, resultó ser la gran fórmula con la que lo hizo romper, para luego encadenarle estupendas tandas por ambos flancos en los que llevaba embraguetado y con templanza los viajes enclasados que hacía con su bien armada testa. Lamentablemente al usar la falange se observó destanteado y el premio se minimizó a tibias palmas en lugar de quizás dos orejas.
El galo Sebastián Castella se destapó con un ejemplar quehacer de capa, lleno de clase, oficio y facultades; pese al viento, con los brazos caídos deleitó haciendo gráciles movimientos de fabulosos efectos en los vuelos de tal engaño, y satisfizo a la concurrencia, además, por las variadas suertes que pintó. Pasado el tercio, inició lo más emocionante sobre un octeto de pases por alto sin haber movido ni una milésima de su juncal cuerpo. Después, ya más no se pudo ver, salvo algún extenso y desarticulado izquierdazo, ya que la mansedumbre monumental de la res lo impidió. Se deshizo de ella con muchos problemas, pinchando primero y ejecutando un abominable bajonazo luego, acción que el cotarro le reprimió.
Tan laboriosa fue su segunda intervención como acosada por el viento; esta circunstancia y la violencia del toro, no les resultó clara a las mayorías. A cada bocanada de aire, quedaba desamparado el francés y el de “La Mora” desarrollaba sentido. Realmente se la rifó el diestro, pero con el acero repitió lo visto ante el segundo de la tarde y provocó el silencio en los escaños.
Joselito Adame llegó al mayor círculo taurino de su tierra con una determinación crecida; la primera muestra de ello fue la larga postrado a portagayola, tres más en paralelo a las maderas, el quite interpretando gaoneras y sus cuatro pares de banderillas, lo que agradecieron ardientemente los aficionados con formidable catarata de aplausos. Quede independizado su afán al muletear, tramo en el que logró buenas partes, con quien sacrificó al astado metiéndole en el cuerpo kilos de más, por lo que no pudo explotar su buen estilo y nobleza, anclándose por ello en la litósfera. Lo despachó de estocada caída y tendida y paseó una oreja.
¡Deslumbrante quite por zapopinas le ruecó al cierraplaza! Y con señalado entusiasmo clavó tres pares de banderillas cabales, emocionantes, resaltando el tercero que fue al quiebro y en la línea de las tablas. Torera e interesante trabajo forjó al manejar la sarga. Desafortunadamente en tanto él se concentraba en la faena, el público se desconcentraba pidiendo la Pelea de Gallos; de cualquier manera, Joselito pacientemente esperó la tarda embestida y concretó momentos excelentes, dejando ver el temple y la valentía cuando acortaba totalmente las distancias entre él y su adversario, un bicorne que tuvo algo de nobleza y apreciable estilo. El joven hizo el viaje atrás del acero y lo despeñó de un espadazo en todo lo alto bien ganando las dos orejas.